—¿Usted piensa que un
fiscal, que puede tener y hasta portar el arma que quiera, por ejemplo una 9
milímetros, va a pedir prestada una pistola 22 para defenderse?
El Hombre caminaba a mi lado y hablaba con soltura, con voz grave,
como quien no tiene preocupación alguna y va, junto a un amigo, a jugar una
partida de golf, pero luego de la pregunta retórica, me tocó el brazo
indicándome que me detuviera. Nos pusimos frente a frente:
—Imagine —me dijo— que usted
cree que pueden atentar contra su vida, usted es fiscal, ¿sí?, puede tener (de
hecho tiene) y hasta portar, armas como la que le mencioné. Cree que pueden
matarlo. Estando en semejante situación de tensión y temor a perder la vida,
pero valentía para defenderse. Una valentía acorde a su personalidad. Es fiscal
de una de las causas más complejas y complicadas de la historia de la justicia
argentina: ¿Usted piensa que usted, yo, mucho más el Fiscal, pensaría que quien
o quienes vienen a matarnos, va a venir con un cuchillito de plástico? Si usted
cree que el potencial asesino proviene de lo más alto de algún poder, sea el
que fuera, va a llegar a su departamento con alto poder de fuego, terminología
y situación que conocemos, ¿no?, ¿va a pedir prestada una Bersa Thunder 22? ¿No
le parece absurdo?
Dijo estas palabras y me
indicó, con una sonrisa y un gesto de cabeza, que siguiéramos caminado.
Como le sucede al personaje
narrador de Borges en Rosendo Juárez,
deduzco ahora, que “algo de autoritario” debe haber tenido el Hombre, porque yo hacía caso a sus
señas; respetaba, sepulcralmente, sus pausas; no le rebatía nada ni lo
interrogaba: había logrado anularme todas las facultades intelectuales, excepto
la de escuchar y guardar en la memoria. Hasta en la forma de caminar me sometía seguía su ritmo, que era de pasos largos,
pero lentos y seguros; aunque me daba la impresión de que era una forma estudiada de caminar, percibía algo
teatral en ese y otros comportamientos.
Como me dijo, el mismo
razonamiento referido a la supuesta necesidad de contar con un instrumento de
autodefensa, era aplicable al suicidio:
—Ahora imagine una situación
similar para la hipótesis del suicidio, todo sigue igual: usted es fiscal
interviniente en un caso de máxima importancia. Por el motivo que sea decide
matarse, ¿elige un arma calibre 22, teniendo a disposición otras de calibre
grueso? Y aun suponiendo que esa 22 es el arma que tiene más a mano, ¿decidiría
dispararse en la sien y no a través del paladar superior para que el pequeño
proyectil atraviese sin dificultad los obstáculos óseos y llegue al centro del
cerebro haciéndolo estallar?
Yo seguía atentamente y de
manera concentrada las palabras del Hombre,
pero ya habíamos llegado a las cocheras de alquiler donde me esperaba mi auto.
Por eso, y con el fin de no cambiar nada, para que el extraño concluyera de una
vez con su promesa de contarme la verdad y entregarme las supuestas pruebas, al
llegar a la vereda de las cocheras seguí
caminando como si nada. Apenas habíamos dados unos pasos al frente de la
propiedad siguiente se detuvo. Miró hacia arriba y hacia los costados:
—Nos estamos pasando —me
dijo imprevistamente, mientras giraba sobre sus pies, desandaba unos pasos y me
indicaba que lo siguiera. Ambos nos ubicábamos frente al portón de salida de
las cocheras.
Por otro lado, me aseguró que un arma
de ese calibre sólo deja en las manos,
la ropa, el pelo o cualquier parte del cuerpo “millonésimas de gramo de
residuos” y se tienen que cumplir “determinadas condiciones” para poder
detectarlas. Esto hace posible que el “barrido electrónico” pueda arrojar un
resultado negativo.
—Además tenga en cuenta que el arma
fue hallada debajo del cuerpo del Fiscal, su mano puede haber caído rosando el
piso o alguna pared colaborando en la eliminación de las macropartículas;
agréguele a esto el hecho de que el cuerpo fue encontrado al menos diez horas
después de su muerte, que no es sinónimo de diez
horas después del disparo. Pero lo más importante y que impide que el
rastreo electrónico sea positivo es por lo que hace el Fiscal, que conoce de
esto y sabe muy bien cómo lograr ese resultado. Ahora lo dejo, ya tiene
bastante para escribir. Usted es escritor de ficciones, de algunas novelas
históricas… —hizo una pausa—. Cómo decírselo, a ver… —otra pausa—, agréguele lo
que quiera. Descríbame a mí como le parezca, haga lo que se le antoje con los…
escenarios, ¿sí?, pero no modifique la esencia de lo que le he revelado. Piense
que usted es un… elegido, por su objetividad y por su forma rigurosa de
escribir novelas históricas, notas periodísticas y guiones para cine y
documentales. Es un elegido y un privilegiado, no sea ingrato con la realidad
por más que le cueste creerla, por más… —parecía, por primera vez, que hacía un
esfuerzo para encontrar las palabras precisas— exótica que le resulte. Luego le
contaré el resto.
Comenzaba a alejarse y yo balbuceé
otro monosílabo. “Pero”, alcancé a decir cuando comenzaba a alejarse y el Hombre
giró a medias su cuerpo, levantó su brazo y con el dedo índice de la mano
señalándome me dijo, simplemente, “yo lo ubico, quédese tranquilo, va a saber
la historia completa.”
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