Sexta entrega
(borrador)
Fuimos a cenar a un parador, en la ruta siete, bastante alejado de la
ciudad, pero discreto.
—El mejor jamón crudo lo encuentra acá —me dijo Daniel, mientras
esperábamos que la moza nos trajera la entrada, para luego pasar a la parrillada—.
Y la mejor parrillada y el mejor parrillero —miró hacia el sector de la cocina
donde un hombre obeso y de barba descuidada acomodaba brazas debajo de la
parrilla. Como si tuvieran una conexión interna, el parrillero terminó de
esparcir las brazas y miró hacia la mesa donde estábamos. Se saludaron con las
manos en alto.
Luego, teorizamos:
—Usted sabe lo de las hipótesis. El entrenamiento y el protocolo es claro:
se piensan, no se escriben, pero se piensan tantas hipótesis como se le
ocurran. Se seleccionan tres, sólo deben quedar tres en su mente. Se las ordena
según usted crea las posibilidades. De la más posible a la menos posible. Toma
la primera y la deshace en su cabeza en la menor cantidad de ideas posibles.
Toma lo más probable o irrefutable. Reconstruye la hipótesis a partir de esa
premisa. Hasta aquí nada nuevo: simple método cartesiano. Luego elabora una
contra–hipótesis. Procede de igual modo. Si no obtiene pistas para comenzar o
continuar con una investigación, toma la segunda hipótesis y vuelve al
principio. Si agota las tres posibilidades sin resultados positivos, sin poder
elaborar una hipótesis que deberá probar, ya sabe, debe enviar el caso a
análisis de comisión. Si su presunción es sólida basta con comentarla a su jefe
los pasos que va a dar para comprobarla.
—¿Le gusta la filosofía?, parece que sí. Aunque seguramente lo más difícil
debe ser dar con el jefe, con el verdadero jefe. Ése que ordena que lo vigilen
también a usted.
—Es posible, es posible. En realidad la Lógica, me gusta la Lógica. Todo es
pura lógica. Es suficiente que usted recurra a la información pública para que
con un buen análisis lógico pueda entrever todo lo sucedido en un caso
determinado.
—Es el caso de lo del Fiscal.
—Dijimos que de trabajo nada.
—Usted lo dijo, yo no. Además, pienso que usted siempre está trabajando.
—Se equivoca. Se equivoca y mucho. Deje de pensar como personaje
televisivo. O como los de ese libro de espías…, donde un ex combatiente…
—Hay que gente escribe cualquier cosa. Los llamo escribas
—Sí…, o no; no lo sé, pero ese libro ya va por la tercera…
—Edición, le aclaré
—Eso, edición. Disculpe que sea tan burdo.
—No es para tanto. Tirada se aplica a los diarios y revistas. No tiene por
qué saber la diferencia.
—Por supuesto, ahora que lo recuerdo usted se especializó en análisis de
medios de comunicación. Se enteró, ¿no?
—¿Lo de la presidenta? El rechazo del juez a la imputación por
encubrimiento. Por supuesto. Es noticia en todos los medios.
—Como le dije, la denuncia del Fiscal no duraba en pie ni un mes. Sin
embargo su muerte es otra cosa. La gente tiene la propensión a creer en las
conspiraciones. En achacarle al poder todo aquello que no sea claro. Más ahora
con las redes sociales y la ayuda de la mayoría de los medios. Los medios hegemónicos, dirían sus actuales amigos.
—No tengo amigos en los medios. Aunque, ¿la verdad?, pensándolo bien,
quienes fueron mis amigos están, sí es correcto llamarlos hegemónicos, están
allí.
—¿Y esa es la causa por la que fueron sus amigos y ya no lo son?, porque
están en los medios… hegemónicos,
esta última palabra, por segunda vez, Daniel, la acentuó de modo tal que
parecía no estar de acuerdo con esa caracterización o, simplemente, asumiendo
un vocabulario impuesto, ¿impuesto por quién?, me pregunté interiormente.
—No. De ninguna manera. Es un simple alejamiento, debido a que hace muchos
años no compartimos oficinas ni tareas. Era verdaderamente apasionante cuando
dábamos cierre a la redacción y nos reuníamos para discutir la tapa. En esos
tiempos éramos más honestos y democráticos. La tapa la decidíamos en función de
dos o tres variables: la importancia que le
asignábamos a la noticia, nosotros, sin línea desde arriba, también
teníamos en cuenta la trascendencia de la noticia en la televisión y, por
supuesto, todo subordinado al negocio. Teníamos muy claro que debíamos vender
ejemplares, la mayor cantidad posible.
—¿Está seguro que eran más honestos? Pienso que ahora sus colegas son más
honestos. Asumen una posición y la defienden.
—Pero esa posición no la eligen ellos. Viene de lo que llamamos la línea
editorial. Es cierto que tienen la opción de irse, pero de algo hay que vivir;
en cierto modo los entiendo. Aunque algunos, particularmente los que están en
televisión, tienen otra opción, como… por decirle algo, los que hablan de lo
permitido y se identifican con ese… relato, como se dice ahora, pero callan
aquello que piensan y no está en el relato oficial de la línea editorial.
—Relato oficial de la línea editorial…
Nosotros le damos otro nombre: operación mediática, para desprestigiar o
prestigiar a alguien, para entrometer sospechas en la población, para generar
ciertas sensaciones, como por ejemplo de inseguridad, ya sea económica o
personal, o de los bienes.
Y también lanzamos confesiones rápidas, superficiales y típicas de dos
amigos, que no son muy amigos, pero
se juntan a comer un asado y dicen lo que deberían decirle a un psicólogo.
—Yo trabajo en negro. Y a ellos les interesa porque pueden manejar a
discreción el presupuesto. Hizo bien en cambiarse de habitación. No será muy
buena la vista que tiene ahora, de techos y terrazas, pero es más segura. Los
de la Secretaría que están allí, frente a su departamento se quedaron sin
trabajo. Pero tenga cuidado. Nunca se sabe lo que esos desordenados hacen entre misión y
misión. Son un verdadero peligro público—. Lanzó una carcajada contenida en la
que pude entrever algo psicótico en su personalidad.
—Es de suponer que también lo vieron entrar al edificio a usted. Sigue
insistiendo en que usted no tiene nada que ver con esos… desordenados.
Desordenados y peligrosos, diría yo
—No hay dudas: el desorden los hace más peligrosos. Siempre están a la
espera de que les surja algún negocito. No tienen principios. Generalmente esos
negocios los hacen con la información residual que les queda luego de alguna
misión.
—No me ha respondido. Qué información han recibido de sus ingresos al
edificio. ¿Que viene de arriba y que
no lo tienen que molestar?
No, no. Ellos lo tienen muy claro. Soy un vendedor de zapatos que visita a
su madre anciana, que vive en el mismo piso que usted, pero en uno de los
departamentos que dan al oeste. Eso les hicimos llegar. Está en el directorio
del edificio: es la Señora Alicia Zanetti.
—Ah, sí, sí, conozco a esa señora, es muy buena persona. Siempre la tengo
en cuenta, mantengo una buena relación y su departamento está pegado a la
escalera de servicio. Es decir: ¿hay otro de ustedes que está con ellos, con
los de la Secretaría? De lo contrario no tendría esa información; usted no podría
hacerles llegar esas mentiras…
—También podría ser que verdaderamente sea mi madre. Es tan dulce la
viejita… Y tiene bastante sintonía con usted. Además es bastante colaboradora.
Fíjese que cuando le dije que era su hermano y que había ido a visitarlo dos
veces sin encontrarlo… ¡estoy tan
preocupado!, le dije algo conmovido.
De inmediato me dio su teléfono celular. Me aclaró que usted le había pedido
que no se lo diera a nadie, pero como
usted es su hermano no creo que se moleste, me dijo. ¡Está tan solo ese muchacho!, me aseguró, y casi nos ponemos a
llorar los dos. En cuanto a los desordenados, siempre los acompañamos. Es la
única manera de evitar que los desastres que hacen no lleguen lejos. Les
remediamos más de un embrollo y ni siquiera saben cómo. Se creen tipos con
suerte. Reconozco que el hecho de que siempre tengan una solución a los
problemas en que se meten los alienta a seguir metiéndose. Pero así son las
cosas, qué le vamos a hacer.
—Pero, cómo, ¿a mí sí me ven a través de las ventanas y a usted no? Ellos
creen que usted es el hijo de doña Alicia, pero entra a mi departamento. Dije y
recordé de inmediato lo que me había pedido a partir de la segunda visita, a
través del portero eléctrico: “cierre bien todas las cortinas” Demoré
fracciones de segundo. No había concluido con la formulación de la estúpida
pregunta, cuando el recuerdo y la respuesta llegaron juntos a mi mente.
—Ya tiene la respuesta, ¿verdad? —Adivinó Daniel. Y como si estuviera
dentro de mi léxico, dentro de mis pensamientos, dentro de mi propio cerebro,
agregó—: No lo adiviné, lo deduje. Su cara otorga bastante información, lo que
pasa… —Lo interrumpí, para demostrarle que yo también podía hacer deducciones
de lo que él pensaba o estaba por decir.
—Sí, tiene razón en lo que está pensando. He perdido entrenamiento.
—Bien, ¡muy bien! Aunque era demasiado obvio que iba a decirle eso.
Una derrota más, pensé.
—No se sienta derrotado me dijo de inmediato y me sentí más que derrotado,
y también humillado. Por eso decidí pasar al frente:
—Estuve revisando los representantes de las fábricas de zapatos que pude
ver en su libreta, autorizados en esta zona. Son dieciséis. Catorce figuran en
la guía telefónica. Cuatro de ellos en las páginas amarillas. No hay ningún
Daniel, pero esos dos que no están en la guía… Uno se llama Roberto, Roberto
Fernández. Deduzco que ese Roberto debe tener ascendencia española. El otro
tiene un nombre y un apellido que me recuerda el norte de Italia… Usted, usted
—acerqué mi cara a la de él y batí suavemente mi dedo índice derecho— tiene
rasgos de italiano del norte…
—Qué le hace pensar que ante la fábrica me presenté con mis documentos
verdaderos.
—De todas maneras no figuraría en la guía telefónica.
—Es más precario, me refiero a sus pensamientos, son más precarios de lo
que pensé. ¡Hombre! ¿Qué le pasa? Se ha olvidado de cuestiones elementales.
Siempre debe elegir la tercera o cuarta posibilidad. Por ejemplo: supongamos que usted tiene sed. Se
dirige a un kiosco para comprar algo fresco. La primera opción que surge en su
cabeza es Coca Cola, la debe desechar, la segunda es sevenap, también la
desecha, la tercera es Fanta. Bien, entonces debe elegir una bebida de pomelo.
Es un ejemplo tonto, pero se utiliza bastante en las capacitaciones. Lo debe
recordar todo está inducido. Las posibilidades flotan libremente, al menos en
apariencia, una apariencia que no es advertida por el ciudadano común. Allí
están las posibilidades, en la atmósfera podríamos decir, pero siempre en el
marco de la moral, de cierta disciplina y fundamentalmente del consumismo sin
cargo de conciencia, porque usted, yo, cualquier ciudadano sabe que están las
asociaciones de defensa del consumidor, las organizaciones ecologistas,
etcétera, etcétera, que cuidan que su consumo esté protegido de desastres
ecológicos. Por eso, gracias a esas organizaciones, las compañías pueden seguir
destruyendo la naturaleza y usted, como le dije, consumiendo libremente y sin
molestias en su conciencia. Todo está regulado, inducido. El ejemplo de los
colores es otra buena enseñanza de la capacitación de la… ¿escuela?
—Creo que ahora le llaman universidad —le dije mientras pensaba que le
habían ordenado capacitarme, claro…
indirectamente. Y que esa era la acusa de despliegue de conocimientos. Me
miraba fijamente.
—Es voluntario —me dijo en forma inesperada.
—¿Es voluntario?
—Me refiero a esta actualización que le estoy brindando. Voluntario, por
decisión propia, es un acto voluntario de mi parte y gratis —sonrió y yo
también lo hice. Era más capaz de lo muy capaz que pensaba que era. Y mi
certeza se confirmaba más aún: no pertenecía a la Secretaría y era un verdadero cuadro de Inteligencia. Tal vez, formaba parte hasta del directorio de la
agencia de la que provenía, pensé. A renglón seguido creí que habría deducido
mi pensamiento y que, por consiguiente sus próximas palabras serían sí, estoy en el directorio, sin embargo
sólo sonrió—. Y lo de los colores, ¿lo estudió? Es bastante conocido. Por
ejemplo, yo le pido a usted, volvamos a la idea del ciudadano común, le pido
que luego de que yo mencione un color usted diga de inmediato otro color, el
primero que surja en su cabeza. Así, yo le digo, supongamos, rojo. Existe un
sesenta por ciento de posibilidades que usted me diga azul, un veinte que elija
decirme blanco, otro veinte, verde. Una vez que usted me respondió una de esas
tres posibilidades yo podré inferir una serie de análisis que podrán
demostrarme si está mintiendo en cierto tema o ante ciertas preguntas, la
predisposición a colaborar, o si se encuentra desconcertado, o si tiene
certezas sobre el tema que me interesa investigar. Otro caso puede ser que yo
le diga… Présteme atención. Ya lo sabe, debe identificar el primer color que
surja en su mente —dijo eso me miró con sus pequeños ojos verdes, se irguió en
la silla, seguramente para quedar por sobre mi altura, en una posición
físicamente dominante y de pronto dijo—: verde —no esperó a que respondiera—.
Amarillo, pensó en el amarillo —dijo con seguridad y algo de soberbia—. Y si le digo amarillo, recuerde que no puede
repetir los colores, si le digo amarillo, existen un ochenta por ciento de
posibilidades que usted piense en el verde. Y si le repito verde, usted pensará
en un color ocre. Algo similar podemos hacer con la combinación de letras y
números, por ejemplo si le digo A7, usted tenderá a responder B8 o C7. Aplique
esto a premisas, a enunciados de cualquier individuo y podrá anticipar sus
respuestas con un margen de error… —se quedó pensando— un margen inferior al
veinte por ciento.
Lo escuché atentamente, con una sonrisa cruzada en mi boca y con cierta
admiración, pero estaba algo cansado de su monólogo y de su exhibición de
conocimientos. En realidad lo que busca
es reconocimiento, pensé. Algo o
alguien en su infancia le han hecho percibir rechazo y descalificación
intelectual. Pero lo que fuera que lo llevara a hacer esas exposiciones
intelectuales, no me conmovía ni me preocupaba. Mi único deseo, mi único
propósito en ese momento era sacarle información, pues deduje que si su estado
de ánimo era ese: buscar reconocimiento y hundir viejas descalificaciones, yo
me encontraba en una posición inmejorable para sacarle información, para que
siguiera con su exhibicionismo intelectual, esta vez a mi favor.
—¿Quiénes intervinieron o, si lo prefiere hackearon mi página? ¿Ellos o ustedes?
—disparé repentinamente, pero con un tono amigable, suave.
—Ellos —dijo, haciendo referencia a
los de la SI—, pero cada cosa que sacan o modifican nosotros la restauramos y
la dejamos tal cual como usted la publicó. Están convencidos de que usted es un
gran especialista en informática.
Cuando dijo eso sentí que lo tenía servido:
—Creo que usted no tiene idea de lo que sucede en mi blog —le dije.
—La división de informática me tiene al tanto de todo.
—Le propongo que hagamos una actualización de lo del Fiscal —me dijo con la
seguridad de que ante esa propuesta yo renunciaría a seguir con la situación de
seguridad informática de mi página. Por supuesto: acepté la propuesta. La
intervención a mi blog no me interesaba, yo la tenía totalmente bajo control.
Había logrado dar con la página intrusa y desde allí con la IP, seguramente
falsa e inservible para dar con la ubicación del centro de inteligencia
informática, pero suficiente como para hacerles la vida imposible, es decir
desviar sus pesquisas cibernéticas hacia una copia de mi blog y hasta
deslizarles algunos insultos, para hacerlos sentir seguros de que estaban
operando sobre el original.
—Pensé que de trabajo nada. Algo
así me dijo.
—Sí, sí, claro —deshizo su posición relajada y mientras masticaba un trozo
de carne, se acercó a mí, se limpió la boca con suaves toques reiterados de
servilleta y dijo—: Hacía referencia a los zapatos. No tengo ganas de hablar de
las ventas ni de los cobros, ni de nada de eso. Ah —comenzó a buscar en el
bolsillo de su pantalón beige de muy buena confección—, acá está. Usted no sólo
buscó por internet a los representantes. También llamó a esta fábrica —me
mostró el nombre de la fábrica rosarina a la que efectivamente había llamado—.
Preguntó por Daniel —leía de su libreta—. Le dijeron que allí no trabajaba ningún
Daniel; repreguntó, esta vez por el representante de ese nombre. Le volvieron a
decir que no tenían ningún representante en ninguna zona con el nombre Daniel.
Ya ve, no tiene que investigarme. Me informarán de todo movimiento suyo en esa
dirección y yo, tal vez me enoje y si me enojo mucho no me volverá a ver.
Con lo que me acababa de decir tenía dos opciones para inferir: o el
teléfono de la fábrica estaba intervenido o, y esta era la opción lógica,
utilizaban la fábrica como centro de operaciones. Sin lugar a dudas una fábrica
real sería una buena fachada para un centro de inteligencia. Y el mismo dueño
de la fábrica sería un reclutado de alta confiabilidad. Hasta, quizá, los
representantes, todos o una buena parte de ellos, pertenecerían a inteligencia (¿SIE?).
Será mejor que hablemos del Fiscal.
No tengo dudas. Usted y yo sabemos que cuando dos personas se juntan a
comer en un lugar como este, es porque son un matrimonio que viene a recordar
viejos tiempos, o son amantes o son amigos. Ninguna de las tres cosas somos
nosotros. Hablemos del Fiscal.
Hablemos, Daniel, lo escucho.
Ya lo dijimos, todos lo saben: la fiscal, la jueza, los políticos, los
juristas, el gobierno, la oposición, los periodistas, los intelectuales… Todos,
absolutamente todos, saben que el Fiscal se disparó a sí mismo. Si no lo dicen
es por conveniencia política. Todos lo saben excepto la ciudadanía, en especial
esa clase media que cree saberlo todo y que piensa estupideces como que y que Néstor Ka están vivos, o que al
ex presidente lo mató su hijo y hasta pueden creer en la existencia de un chupacabras, ¿recuerda lo de las vacas?
—Sí, por supuesto que lo recuerdo. Pero no todos creen que el Fiscal se
haya disparado o suicidado. Por ejemplo la jueza…
—La jueza no tiene la menor duda de que el Fiscal se disparó. Tenemos un
audio, diría… casi familiar, en el que se la puede escuchar. Tome —me dijo y
extrajo del bolsillo trasero un pen drive. Lo deslizó suavemente sobre la mesa,
mientras yo levantaba una servilleta, la pasaba suavemente por mi boca y al
bajarla lo tapaba. Luego me advirtió—: Es un paso más de nuestra confianza
hacia usted. Y está claro, sólo se lo entregamos para que confíe en nosotros,
en nuestra seriedad y en el papel que le asignamos a usted en todo esto. Demás está
decir que no puede publicar su contenido, al menos textualmente. Usted sabrá
cómo hacerlo. Confiamos…, confío en usted —insistió—. Ahora bien, el escenario
ha cambiado. Como le dije hace más de un mes, la denuncia contra la presidenta
y los otros no duraba en pie ni un mes. Hasta el juez más inepto hubiese
advertido la vinculación falaz entre algunas escuchas y el accionar de la
presidenta y el canciller, en lo relativo al memorándum. Pero no sólo eso:
cualquiera, sin el más mínimo conocimiento jurídico, podría haber advertido la
falta de fundamentación jurídica, como la que habitualmente se emplea para un
juicio de…, digamos…, mediana importancia. Me refiero a jurisprudencia, citas
de juristas prestigiosos, etcétera, etcétera. —Noté que siempre usaba ese
recurso: etcétera, repetido dos
veces, como si tuviera mucho para agregar, cuando, en realidad, se quedaba sin
enunciados para seguir.
—Gracias —le dije, mientras sacaba el pen drive, de debajo de la servilleta
y lo llevaba a uno de los bolsillos de mi pantalón. Me sentí, con ese gracias, nuevamente estúpido, por eso
agregué—: No será como el… micrófono
en mi departamento. Fue terminante:
—Ni como el micrófono, ni como su cámara grabando nuestros encuentros.
A partir de ese momento nada me urgía más que llegar a mi departamento y
ver o escuchar el contenido del pequeño disco extraíble. Sin embargo seguí
prestándole atención:
—Con la resolución del juez que descartó rápidamente semejante acusación,
ya tenemos un motivo para que el Fiscal se dispare. Sin embargo hay nuevos
elementos que ni nosotros conocíamos —sonrió—, me refiero a esos escritos que
dejó en la caja fuerte en los que dice exactamente lo contrario a la denuncia
que presentó y ¡hasta estaban firmados por él! Esto nos abre nuevos
interrogantes o nuevas hipótesis, por ejemplo, ¿quiso dejar un testimonio de
que la presentación contra la presidenta no provenía, al menos totalmente, de
su voluntad? Un fiscal de oficio como lo era él, ¿presentaría semejante
mamarracho? ¿Quién lo apuró a regresar de Europa y hacer esa imputación?
—Stiuso —murmuré.
—Bien, y a quién respondía ese… desordenado.
Como verá no es un caso fácil, o al menos tan fácil como algunos lo presentan
—suspiró—; es más complicado de lo que
nosotros mismos pensamos. No tenemos dudad de que él se disparó. Sí tenemos
dudas de que haya querido matarse. La distancia del disparo, el lugar de
ingreso del proyectil, sus incursiones en la web, tratando de conocer la
estructura craneal y cerebral, nos hace pensar lo que ya le dije en el primero
o segundo encuentro: no fue homicidio, no fue suicidio aunque él se disparó.
¿Fue un intento para victimizarse? ¿Ante quién? ¿Qué diría desde la cama de un
hospital?
—Que no se siente seguro y que quiere salir del país —dije y recordé el
juego de los colores y todos los métodos de inducción que podían utilizarse.
Más, al menos estaba seguro que yo conocía más métodos de los que Daniel
pudiera imaginar.
—Es posible. También creemos que el escrito de la imputación, que presentó
en enero, estaba previsto para una fecha más cercana a las elecciones. Antes de
que un juez pudiera rechazarla, los
hombres y mujeres —con repentina y burlesca seriedad— ya se habrían expresado en las urnas.
—Pero alguien lo apura —le dije, en tanto mi cabeza seguía en el pen drive.
—Otra posibilidad; le doy otra posibilidad que puede llegar a ser probada
en pocos días: no fue él quien elaboró ese escrito lleno de repeticiones y sin
ningún fundamento. Fue su secretario. Y se lo anticipo: la fiscal lo va a
acusar por instigación al suicidio. Sería una buena salida para la justicia,
sin quedar demasiado mal con nuestra…
—Con nuestra querida clase media —dije y volví a recordar lo de la
inducción.
—Exacto. Y se abriría una nueva novela de espionaje barato y de
contraespionaje… más barato.
Ya había llamado al mozo para pedirle otro Bianchi malbec, mediocre, cuando
me dijo que sería conveniente publicar un resumen de las primeras entradas a mi
blog aclarándome:
—Por supuesto…, me refiero a lo del Fiscal. Olvídese de Fromm, de Foucault
y de todas esas pavadas. Ahora tiene en sus manos algo importante para decir.
Abóquese —me ordenó con autoritarismo y con el típico desprecio de la gente de armas hacia las especulaciones
filosóficas—. No se olvide de recordarle a sus lectores el estado del Fiscal en
esos días: dormía poco, aunque él creyera que era suficiente, se sentía algo
así como un súper hombre (usted lo explicó bastante bien); tal vez su estado
era patológico o, cuando menos, dormir poco alteraba su juicio.
14) El barrido electrónico en ambas manos de Nisman y en el
cuerpo da negativo. Esto de ninguna manera puede entenderse como que el disparo
no fue efectuado por el propio Nisman.
Un barrido
electrónico de fulminante puede dar negativo por diversas causas o por la combinación
de algunas de ellas:
·
Las
armas de bajo calibre, como la .22, dejan poco material residual en las manos
de quien la acciona.
·
La
trayectoria de la mano, al caer luego del disparo (en caso de suicidio), puede
“limpiar” rastros.
·
El
periodista Ezequiel Del Bianco (Perfil.com, 27/01/2015) consultó al científico
del CONICET, Raúl Bolmaro. De esa nota se desprende: todo disparo de arma deja
restos de metales pesados, pero no siempre pueden ser detectados. Bolmaro
explica que hicieron una experiencia de 50 disparos y que tomaron “muestras
minutos después, y hasta siete horas después”. Es decir, hasta siete horas
después el resultado puede dar positivo, pero es menos probable obtener ese
resultado, una vez que transcurrió más tiempo. El cuerpo de Nisman fue hallado
entre diez y trece horas posteriores a
su muerte. No implica que esas horas sean coincidentes con el horario del
disparo.
15) Un fiscal, que puede tener y hasta
portar el arma que quiera, por ejemplo una 9 milímetros, ¿va a pedir prestada
una pistola 22 para defenderse?...
16) Con más razón aún: Un Fiscal de la Nación, que
investiga el atentado terrorista más trágico que hemos padecido todos
los argentinos, ¿pediría prestada una pistola .22 para defenderse?
17) Si el Fiscal hubiese pensado que alguien,
supongamos uno de sus custodios, va a atentar contra su vida, ¿pensaría que
iría a cometer el hecho con un arma de bajo poder letal?
18) Todo fiscal (jueces y similares) tienen la
posibilidad, por Derecho, de tener y portar armas de fuego, por ejemplo, una
pistola 9mm.
19) Según el RENAR, Nisman poseía armas de fuego
debidamente autorizadas.
20) El 28 de enero, Diego Lagomarsino, titular de la Bersa
calibre 22, da una conferencia de prensa junto a su abogado. Explica cómo y por
qué le lleva el arma a Nisman. Dice que el Fiscal se la pide porque temía por
su seguridad.
21) Lo más importante que declara y que no ha sido analizado
por periodistas y, tal vez, por los abogados que intervienen en el caso es
cuando afirma que el Fiscal le dice que
tenía más miedo de que fuera cierto de que no lo fuera. (Se refiere a la
denuncia de Nisman contra la Presidenta, el canciller de la República
Argentina, y otros.)
22) ¿Un Fiscal presenta una denuncia contra un presidente de
una nación, en este caso la presidenta CFK, y no está seguro de que sea cierto
lo argumentado en su presentación?
23) En casos de mucha menos importancia, un buen fiscal se
abstiene de denunciar a alguien si considera que las pruebas no son consistentes.
Tal es el caso de la denuncia de Nisman, inverosímil.
24) La fiscal Fein y la jueza Palmaghini, ambas, en sus
diferentes roles, a cargo del caso caratulado como “Muerte dudosa”, encuentran
en la caja fuerte que Nisman tenía en su casa, una importante
suma de dinero en dólares y pesos, además de bonos.
25) Recién 7 días después de la
muerte de Nisman es allanada la sucursal 75 del Banco Ciudad donde Nisman y su
madre tenían una caja de seguridad.
26) Esa caja de seguridad ya había
sido vaciada por la madre de Nisman. Al respecto, Horacio Verbitsky (Pág. 12),
escribe:
“Llegaron
tarde: antes pasó por allí la madre de Nisman y locadora con él de la caja de
seguridad, Sara Garfunkel, quien vació su contenido. Entre las cosas que retiró
había dos maletines que su hijo había guardado allí en el mes de octubre. La
señora Garfunkel también vació la cuenta que compartía con su hijo en la
sucursal 17ª del mismo banco, en Callao y Juncal. En cuanto regresó de España, Nisman
abrió otra caja de seguridad, en una cueva financiera que atiende con
discreción en una galería de la calle Florida. Dejó a sus custodios en la
puerta y entró para cerrar el trato. Más tarde, la custodia llevó a Sara
Garfunkel, quien firmó como cotitular de la caja.”
Suponiendo
que decide suicidarse, por el motivo que sea:
(En una
próxima entrada escribiré sobre los posibles motivos)
27) ¿Elige un arma calibre 22, teniendo a
disposición otras de calibre grueso?
28) Aun suponiendo que esa 22 es el arma
que tiene más a mano, ¿decidiría
dispararse sobre el parietal y no a través del paladar superior, para que el
pequeño proyectil atraviese sin dificultad los obstáculos óseos llegando,
fácilmente, al centro del cerebro para hacerlo estallar? O: ¿por qué no se
disparó sobre la sien?
Debe tenerse en cuenta: el parietal es el
hueso más duro y de mayos espesor, del cráneo. La bala entró a través de la
oreja en dirección ascendente, según los médicos forenses. Ya nadie duda de que
el disparo lo efectuó Nisman.
29) ¿Verdaderamente estaba dispuesto a
quitarse la vida?
¿Quién decide
suicidarse y se dispara a través de la oreja, que es un obstáculo más para el
trayecto del pequeño proyectil?
30) ¿Tuvo dudas y vaciló antes de
accionar el gatillo?
31) Es posible que:
Alberto
Nisman no tuviera en cuenta que el arma que le prestan reúne ciertas
características:
·
Proviene
de una de las mejores fábricas de armas del mundo.
·
Su
mantenimiento es excelente, quizá obsesivo.
·
No
tiene mucho uso, tal vez unos pocos disparos de prueba, o ninguno. (Desconozco si su secretario frecuentaba
algún polígono).
·
Todo
esto, es decir que el arma sea nueva y de gran calidad hace que funcione con su
máxima eficacia.
Tampoco imaginó que la asistencia
médica llegaría demasiado tarde.
Los médicos forenses
dirán si murió en forma instantánea o por la pérdida de sangre. También deberán
aclarar cuánto tiempo pasó desde el disparo hasta su muerte, suponiendo que
existe esa brecha.
Conclusión:
Quien dispara el arma
contra sí mismo es el propio Nisman.
1)
Es
posible que decida darse un tiro, pero no matarse. Por eso se dispara en el
parietal y no en la sien o a través de la boca.
2)
Es
posible que le surjan dudas en el último
momento (muy frecuente en los actos suicidas). Por eso, la mano, que empuña
el arma, tiembla, y en el momento de disparar en la sien, se corre y el disparo ingresa a través de la
oreja y el parietal. (¡Es
difícil que alguien decida suicidarse y se dispare sobre la oreja!)
3)
O
la 22 estaba tomada sin firmeza. Según información periodística el arma quedó
debajo del cuerpo del fiscal, a cierta distancia de la mano que la accionó.
Esto ratificaría la idea de la falta de firmeza con que fue empuñada, que daría
lugar a las dos suposiciones explicadas: se disparó sin intención de matarse; o
vaciló en el instante previo al de accionar el arma. Además sería un motivo más
que impide que el barrido electrónico dé positivo. Si la información divulgada,
en cuanto al lugar donde queda el arma y el cuerpo, es certera, no cabría
ninguna duda de lo dicho.
Es oportuno aclarar que cuando alguien
acciona una arma de bajo calibre, como una pistola .22, el revote o retroceso
es prácticamente nulo, siempre que haya sido empuñada correctamente. Es difícil
que un arma de ese calibre sea accionada contra uno mismo y no quede en la
misma mano o a unos centímetros de ella. (Excepción: que la persona esté
parada). Esto ratificaría lo dicho en este punto y en los anteriores.
4)
En
consonancia con el punto anterior: Aunque parezca exótico, no debe descartarse
que Nisman haya tomado el arma, en el momento de dispararla, apoyando el canto
exterior de la culata en el ángulo que se forma entre el pulgar y el índice,
abriendo el pulgar para evitar que queden micropartículas detectables en el
barrido electrónico; el lado interno de la culata la habría tomado con el dedo
índice, es decir por la parte más lejana al percutor y su cola (gatillo). De
ese modo, luego del disparo, la pistola salta
y puede ir a parar a cualquier lugar (por supuesto: en un perímetro reducido);
y las partículas que deja son indetectables.
5)
Si
Nisman decidió dispararse, pero no tenía la intención de matarse, habría que
saber cuánto tiempo pasó entre el disparo y la muerte. Dato decisivo, pues
descartaría la hipótesis de homicidio. Esto, en el caso que no haya muerto en
forma concomitante con el disparo. Nadie va a cometer semejante hecho, contra
el fiscal que lleva la causa AMIA, y no va a asegurarse de haber logrado el
objetivo.
6)
Hace
un simulacro de suicidio (como quien lleva su mano a la cabeza en forma de
pistola, con el dedo índice en la sien y el pulgar levantado) y se le escapa el tiro. Por eso el disparo se efectúa a una distancia de uno a tres
centímetros, e ingresa por la parte posterior–superior del parietal, según
información periodística.
Siempre hay alguien esperando por mí.
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