Quinta entrega (Algo postergada, debido a que dediqué demasiado tiempo a
averiguar quién o quiénes habían intervenido
mi computadora)
—Nos vemos mañana —dio un par de pasos. Con la puerta entreabierta lo
miraba alejarse. De pronto giró 360 grados sobre sus pies, casi saltando, y me
dijo—: O esta noche. ¿Qué le parece si lo paso a buscar y salimos a cenar? Eso
sí: de trabajo nada, ni una palabra. Se trata de una simple cuestión…
recreativa, aunque… invita la casa
—dijo sonriente—. O si lo prefiere la fábrica de zapatos. —Volvió a sonreír—.
De paso deja descansar a los delivery. Y usted le da tregua a su estómago, que debe estar
bastante saturado de pizza con anchoas.
Habíamos tomado varios cafés:
—La ex esposa sí sabía lo que iba hacer, por eso las chicas hablan de algo
raro, a través del chat, ése que está de moda entre los chicos. —Me aseguró eso
como si tuviera una grabación de la conversación del Fiscal con su ex—. Por eso
discuten: ella no estaba de acuerdo con la acusación que iba a emprender el
Fiscal. Claramente le dijo que comprometía a sus hijas; pero lo que más le
molestó al Fiscal fue que su ex esposa no confiara en él y que le dijera que
iba hacer un papelón que le costaría su prestigio, claro: muy poco, imagine:
diez años al frente de una investigación judicial sin haber avanzado ni un
poquito. Y se trata de la investigación más importante de la historia judicial
argentina. Pero lo que más le preocupaba a la ex esposa era que ese papelón
afectaría a sus hijas y a ella misma. Recuerde que ella es jueza y que su
actividad en ese cargo es bastante oscura y todos saben de sus contactos… —Lo
interrumpí, pues me había propuesto, seriamente, dos cosas: no permitirle que
tuviera siempre la iniciativa, o, al menos, trazar alguna línea que me
permitiera regular esa forma intempestiva que había utilizado en los encuentros
anteriores. Me proponía, de alguna manera, que no tenía muy en claro, dejarlo
hablar cuando estuviera aportándome algo nuevo y, la segunda cosa, no dejar que me entregara
información ya conocida, como lo de la ex mujer del Fiscal. O, al menos
conocida en ciertos círculos. Entonces, le pregunté:
—¿Cómo se llama la operación?
—No sé a qué se refiere.
—A la operación de contrainteligencia que usted mencionó… —Me interrumpió;
y me di cuenta, no tanto por la interrupción como por su cara, que había
adivinado mi intención de tomar la iniciativa. Me autocritiqué internamente: mi
interrupción a su perorata había sido burda.
—Ah, lo había olvidado, mejor dicho no sé de qué me habla —me dijo con
ironía y, con la palma hacia adelante y luego con el dedo cruzado en la boca,
me indicó que me callara. De inmediato señaló hacia el techo, indicándome, como
lo había hecho antes, la instalación de un micrófono.
—¿Lo había olvidado? ¡Lo había olvidado!, me da risa. Hace unas horas llegó
aquí con una especie de paranoia, con un libro de contabilidad y con
indicaciones escritas de lo que debía hacer y publicar. Lo revisé todo, no hay
ningún micrófono, nadie nos estuvo ni nos está escuchando, deje de actuar…,
pensándolo bien…, alguien que trabaja en inteligencia al servicio de los
poderosos, de los magnates, de ciertos políticos…, del capitalismo más rancio,
¿puede dejar de actuar en algún momento? Sí, claro, pensándolo bien usted… ni
usted sabe quién es, o por lo menos debe confundirse con bastante frecuencia:
por momentos, sí sí, estoy seguro, en muchos momentos no debe saber si el que
está en un cumpleaños familiar es usted con su yo sincero, disfrutando de la
fiesta; o si es el agente que está analizando cada comportamiento, hasta el de
un sobrino de diez años cuando va a soplar las velas. Le debe ocurrir lo que me
sucedía a mí hace muchos años… —no me dejó continuar.
—Hablando de muchos años, podríamos charlar un rato sobre sus viajes a
Moscú. Dos veces, ¿no? ¿O fueron más? Aventuro…, me gustan las hipótesis,
aventuro lo siguiente: dos veces con su pasaporte original; la primera: un
viaje de estudios, usted se destaca,
entonces viene el segundo viaje: capacitación,
¿no? ¿Cuántas veces más con pasaporte falso? ¿De qué vivió entre los años…? —No
lo dejé hablar. No estaba dispuesto a que fuera él quien interrogara.
—¿Y la pantomima del micrófono aquí? —Señalé hacia el techo.
—Mire, me alegra mucho que haya revisado su departamento y que podamos
hablar tranquilamente. Espero que lo haya hecho bien.
—A usted se lo ve muy relajado. Además, comenzó a hablar desde un principio
como si supiera que no hay ningún micrófono. No recuerdo haberle dicho que
revisé cada rincón de mi departamento, ¿me entiende, Daniel?
—Por supuesto, estoy relajado, hablo con libertad y cómodamente —deslizó su
culo hacia adelante, ubicándolo en la punta del sillón; inclinó su cuerpo hacia
mí, esgrimió, una vez más, su dedo índice apuntándome—. Cree que hace falta que
me lo diga. No tengo ninguna duda de que revisó hasta el baño. Vamos, hombre,
somos adultos… Creo que deberíamos hablar de Moscú, de la embajada…
—¡No!, yo no lo creo. Yo creo que debemos hablar de la operación de
contrainteligencia, empecemos por su nombre. Lo sabemos muy bien, cuando se
inicia una operación no se trata de una investigación. Es una operación, es un
accionar en contra o a favor de algún objetivo y siempre a algún estúpido jefe
se le ocurre ponerle algún estúpido nombre, como por ejemplo Negro el 29,
además en estos casos siempre se involucra más personal del que se destina para
una simple investigación. Y también quiero saber para quién trabajo. Si se
trata de la Secretaría, también quiero que me diga a qué sector pertenece; es
decir, yo —golpeé con la palma de la mano dos veces mi pecho—, trabajo para el
sector pro yankee. De los dos mil agentes el setenta por ciento o más responden
a esta línea…
—Entiendo, a Moscú le preocuparía; sólo que la Unión Soviética… ya no
existe… —No lo dejé seguir hablando.
—¡No me interrumpa! Disculpe si estoy algo alterado pero hacía mucho tiempo
que…
—Lo entiendo, lo entiendo, relájese. Como le dije lo hemos contactado a
usted porque confiamos plenamente. Sabemos que ya hace mucho tiempo que no… participa. —Lo dijo con una voz que por
primera vez me pareció humana y auténtica—. Todo el mundo conoce esos
porcentajes: un setenta con Estados Unidos, dentro del cual un ochenta está
vinculado al narcotráfico. Un veinte por ciento pros árabes, incluidos el
sector pro persa, y el resto se divide entre técnicos abúlicos y un pequeño
sector identificado con la democracia, el ministerio y con el proyecto.
—¿Pequeño? Yo diría pequeñísimo, prácticamente insignificante. Y con la
democracia y el proyecto, humm, no creo que lleguen a diez; sí, no más de diez;
tal vez veinte agentes, siendo optimista; y tal vez dos o tres —me interrumpí.
Pensé que podría darle antigua información que hoy podría estar vigente.
—¿De izquierda? Eso me iba a decir, ¿verdad? Es posible. Dos o tres es
posible y también es insignificante.
—Aún no me dice para quién… ¿trabajamos?
—Tranquilícese. No vengo de allí, estuve un tiempo en la Secretaría, se lo confieso, sí claro que
estuve, pero cumpliendo una misión.
Vengo de más arriba, ya se lo dije y se lo repito: no me haga decírselo, creo
que si me cree que no tengo ninguna relación con la Secretaría, podrá
inferirlo. Sólo créame que no vengo de
esa cosa, porque no es más que eso:
una cosa amorfa.
—De más arriba —dije más para mí, más que para él. Con la cabeza entre las
manos y la vista en el piso, me quedé pensando. Ambos hicimos silencio unos
pocos minutos. Él esperaba, seguramente, alguna pregunta o una afirmación que
con tres letras definiera ese lugar de más arriba. Pero no le di el gusto. Me
lo negaría antes que concluyera con mi inferencia.
Pero me tranquilicé. O, mejor dicho, terminé con mi actuación de
intranquilidad. Y estaba seguro que si mi enojo no lo había actuado, al menos
lo había sobreactuado, y el resultado había sido exitoso.
—Creo que ya lo sabe. Puede decidir seguir o no. Nadie lo va a obligar, por
supuesto: este contacto, estas charlas, lo que usted publicó, etcétera,
etcétera, es pura ficción.
—Podría recurrir a los medios, como protección, por supuesto.
—¿Qué les diría? Que un sujeto así y asá, bla, bla, bla, le reveló
información clasificada. Que gracias a eso sabe cómo fue lo del Fiscal, y esto
y lo otro —meneaba la cabeza hacia un lado y otro—, lo tomarían por un loco,
aunque si tuviera un poquito de suerte lo acusarían de ser un escritor mediocre
y desconocido con ganas de recorrer canales de televisión para vender unos
libros más…
No me sentía ofendido en lo más mínimo en cuanto a la tipificación de
escritor en la que Daniel me incluía. Sin embargo un pequeño resto de orgullo
me llevó a responderle:
—Mis libros están agotados —dije y de inmediato me sentí un estúpido.
—Bien, pero llevaría su ficción y nadie pensaría que no es otra cosa más
que ficción, y, como le decía, con un poco de suerte, algún editor lo llamaría
para hacer otra, ¿tirada se dice?, sí, otra tirada…
—Se dice “otra e–di–ción”… —le dije con tono de insinuación ofensiva, de
modo tal que Daniel interpretara la palabra que faltaba, como por ejemplo:
“burro”, “ignorante” o algo por el estilo.
—Usted fue joven, ¿ya no lo recuerda?, ¿le dice algo Moscú?, ¿le dice algo
KGV?, ¿en qué piensa si le digo 1989? —lanzó a modo de misil, 1.962—. ¿Cuántos
informes elaboró?
—¿Y si entrego a los medios la filmación? —señalé hacia arriba y en
dirección a la biblioteca.
Sexta entrega
(borrador)
Fuimos a cenar a un parador, en la ruta siete, bastante alejado de la
ciudad, pero discreto.
—El mejor jamón crudo lo encuentra acá —me dijo Daniel, mientras
esperábamos que la moza nos trajera la entrada, para luego pasar a la
parrillada—. Y la mejor parrillada y el mejor parrillero —miró hacia el sector
de la cocina donde un hombre obeso y de barba descuidada acomodaba brasas
debajo de la parrilla. Como si tuvieran una conexión interna, el parrillero
terminó de esparcir las brasas y miró hacia la mesa donde estábamos. Se
saludaron con las manos en alto.
Luego, teorizamos:
—Usted sabe lo de las hipótesis. El entrenamiento y el protocolo es claro:
se piensan, no se escriben, pero se piensan tantas hipótesis como se le
ocurran. Se seleccionan tres, sólo deben quedar tres en su mente. Se las ordena
según usted crea las posibilidades. De la más posible a la menos posible. Toma
la primera y la deshace en su cabeza en la menor cantidad de ideas posibles.
Toma lo más probable o irrefutable. Reconstruye la hipótesis a partir de esa
premisa. Hasta aquí nada nuevo: simple método cartesiano. Luego elabora una
contra–hipótesis. Procede de igual modo. Si no obtiene pistas para comenzar o
continuar con una investigación, toma la segunda hipótesis y vuelve al
principio. Si agota las tres posibilidades sin resultados positivos, sin poder
elaborar una hipótesis que deberá probar, ya sabe, debe enviar el caso a
análisis de comisión. Si su presunción es sólida basta con comentarla a su jefe
los pasos que va a dar para comprobarla.
—¿Le gusta la filosofía?, parece que sí. Aunque seguramente lo más difícil
debe ser dar con el jefe, con el verdadero jefe. Ése que ordena que lo vigilen
también a usted.
—Es posible, es posible. En realidad la Lógica, me gusta la Lógica. Todo es
pura lógica. Es suficiente que usted recurra a la información pública para que
con un buen análisis lógico pueda entrever todo lo sucedido en un caso
determinado.
—Es el caso de lo del Fiscal.
—Dijimos que de trabajo nada.
—Usted lo dijo, yo no. Además, pienso que usted siempre está trabajando.
—Se equivoca. Se equivoca y mucho. Deje de pensar como personaje
televisivo. O como los de ese libro de espías…, donde un ex combatiente…
—Hay que gente escribe cualquier cosa. Los llamo escribas
—Sí…, o no; no lo sé, pero ese libro ya va por la tercera…
—Edición, le aclaré
—Eso, edición. Disculpe que sea tan burdo.
—No es para tanto. Tirada se aplica a los diarios y revistas. No tiene por
qué saber la diferencia.
—Por supuesto, ahora que lo recuerdo usted se especializó en análisis de
medios de comunicación. Se enteró, ¿no?
—¿Lo de la presidenta? El rechazo del juez a la imputación por
encubrimiento. Por supuesto. Es noticia en todos los medios.
—Como le dije, la denuncia del Fiscal no duraba en pie ni un mes. Sin
embargo su muerte es otra cosa. La gente tiene la propensión a creer en las
conspiraciones. En achacarle al poder todo aquello que no sea claro. Más ahora
con las redes sociales y la ayuda de la mayoría de los medios. Los medios hegemónicos, dirían sus actuales amigos.
—No tengo amigos en los medios. Aunque, ¿la verdad?, pensándolo bien,
quienes fueron mis amigos están, sí es correcto llamarlos hegemónicos, están
allí.
—¿Y esa es la causa por la que fueron sus amigos y ya no lo son?, porque
están en los medios… hegemónicos,
esta última palabra, por segunda vez, Daniel, la acentuó de modo tal que
parecía no estar de acuerdo con esa caracterización o, simplemente, asumiendo
un vocabulario impuesto, ¿impuesto por quién?, me pregunté interiormente.
—No. De ninguna manera. Es un simple alejamiento, debido a que hace muchos
años no compartimos oficinas ni tareas. Era verdaderamente apasionante cuando
dábamos cierre a la redacción y nos reuníamos para discutir la tapa. En esos
tiempos éramos más honestos y democráticos. La tapa la decidíamos en función de
dos o tres variables: la importancia que le
asignábamos a la noticia, nosotros, sin línea desde arriba, también
teníamos en cuenta la trascendencia de la noticia en la televisión y, por
supuesto, todo subordinado al negocio. Teníamos muy claro que debíamos vender
ejemplares, la mayor cantidad posible.
—¿Está seguro que eran más honestos? Pienso que ahora sus colegas son más
honestos. Asumen una posición y la defienden.
—Pero esa posición no la eligen ellos. Viene de lo que llamamos la línea
editorial. Es cierto que tienen la opción de irse, pero de algo hay que vivir;
en cierto modo los entiendo. Aunque algunos, particularmente los que están en televisión,
tienen otra opción, como… por decirle algo, los que hablan de lo permitido y se
identifican con ese… relato, como se dice ahora, pero callan aquello que
piensan y no está en el relato oficial de la línea editorial.
—Relato oficial de la línea editorial…
Nosotros le damos otro nombre: operación mediática, para desprestigiar o
prestigiar a alguien, para entrometer sospechas en la población, para generar
ciertas sensaciones, como por ejemplo de inseguridad, ya sea económica o
personal, o de los bienes.
Y también lanzamos confesiones rápidas, superficiales y típicas de dos
amigos, que no son muy amigos, pero
se juntan a comer un asado y dicen lo que deberían decirle a un psicólogo.
—Yo trabajo en negro. Y a ellos les interesa porque pueden manejar a
discreción el presupuesto. Hizo bien en cambiarse de habitación. No será muy
buena la vista que tiene ahora, de techos y terrazas, pero es más segura. Los
de la Secretaría que están allí, frente a su departamento se quedaron sin
trabajo. Pero tenga cuidado. Nunca se sabe lo que esos desordenados hacen entre misión y
misión. Son un verdadero peligro público—. Lanzó una carcajada contenida en la
que pude entrever algo psicótico en su personalidad.
—Es de suponer que también lo vieron entrar al edificio a usted. Sigue
insistiendo en que usted no tiene nada que ver con esos… desordenados.
Desordenados y peligrosos, diría yo
—No hay dudas: el desorden los hace más peligrosos. Siempre están a la
espera de que les surja algún negocito. No tienen principios. Generalmente esos
negocios los hacen con la información residual que les queda luego de alguna
misión.
—No me ha respondido. Qué información han recibido de sus ingresos al
edificio. ¿Que viene de arriba y que
no lo tienen que molestar?
No, no. Ellos lo tienen muy claro. Soy un vendedor de zapatos que visita a
su madre anciana, que vive en el mismo piso que usted, pero en uno de los
departamentos que dan al oeste. Eso les hicimos llegar. Está en el directorio
del edificio: es la Señora Alicia Zanetti.
—Ah, sí, sí, conozco a esa señora, es muy buena persona. Siempre la tengo
en cuenta, mantengo una buena relación y su departamento está pegado a la
escalera de servicio. Es decir: ¿hay otro de ustedes que está con ellos, con
los de la Secretaría? De lo contrario no tendría esa información; usted no
podría hacerles llegar esas mentiras…
—También podría ser que verdaderamente sea mi madre. Es tan dulce la
viejita… Y tiene bastante sintonía con usted. Además es bastante colaboradora.
Fíjese que cuando le dije que era su hermano y que había ido a visitarlo dos
veces sin encontrarlo… ¡estoy tan
preocupado!, le dije algo conmovido.
De inmediato me dio su teléfono celular. Me aclaró que usted le había pedido
que no se lo diera a nadie, pero como
usted es su hermano no creo que se moleste, me dijo. ¡Está tan solo ese muchacho!, me aseguró, y casi nos ponemos a
llorar los dos. En cuanto a los desordenados, siempre los acompañamos. Es la
única manera de evitar que los desastres que hacen no lleguen lejos. Les
remediamos más de un embrollo y ni siquiera saben cómo. Se creen tipos con
suerte. Reconozco que el hecho de que siempre tengan una solución a los
problemas en que se meten los alienta a seguir metiéndose. Pero así son las
cosas, qué le vamos a hacer.
—Pero, cómo, ¿a mí sí me ven a través de las ventanas y a usted no? Ellos
creen que usted es el hijo de doña Alicia, pero entra a mi departamento. Dije y
recordé de inmediato lo que me había pedido a partir de la segunda visita, a
través del portero eléctrico: “cierre bien todas las cortinas” Demoré
fracciones de segundo. No había concluido con la formulación de la estúpida
pregunta, cuando el recuerdo y la respuesta llegaron juntos a mi mente.
—Ya tiene la respuesta, ¿verdad? —Adivinó Daniel. Y como si estuviera
dentro de mi léxico, dentro de mis pensamientos, dentro de mi propio cerebro,
agregó—: No lo adiviné, lo deduje. Su cara otorga bastante información, lo que
pasa… —Lo interrumpí, para demostrarle que yo también podía hacer deducciones
de lo que él pensaba o estaba por decir.
—Sí, tiene razón en lo que está pensando. He perdido entrenamiento.
—Bien, ¡muy bien! Aunque era demasiado obvio que iba a decirle eso.
Una derrota más, pensé.
—No se sienta derrotado me dijo de inmediato y me sentí más que derrotado,
y también humillado. Por eso decidí pasar al frente:
—Estuve revisando los representantes de las fábricas de zapatos que pude
ver en su libreta, autorizados en esta zona. Son dieciséis. Catorce figuran en
la guía telefónica. Cuatro de ellos en las páginas amarillas. No hay ningún
Daniel, pero esos dos que no están en la guía… Uno se llama Roberto, Roberto
Fernández. Deduzco que ese Roberto debe tener ascendencia española. El otro
tiene un nombre y un apellido que me recuerda el norte de Italia… Usted, usted
—acerqué mi cara a la de él y batí suavemente mi dedo índice derecho— tiene
rasgos de italiano del norte…
—Qué le hace pensar que ante la fábrica me presenté con mis documentos
verdaderos.
—De todas maneras no figuraría en la guía telefónica.
—Es más precario, me refiero a sus pensamientos, son más precarios de lo
que pensé. ¡Hombre! ¿Qué le pasa? Se ha olvidado de cuestiones elementales.
Siempre debe elegir la tercera o cuarta posibilidad. Por ejemplo: supongamos que usted tiene sed. Se
dirige a un kiosco para comprar algo fresco. La primera opción que surge en su
cabeza es Coca Cola, la debe desechar, la segunda es sevenap, también la
desecha, la tercera es Fanta. Bien, entonces debe elegir una bebida de pomelo.
Es un ejemplo tonto, pero se utiliza bastante en las capacitaciones. Lo debe
recordar todo está inducido. Las posibilidades flotan libremente, al menos en
apariencia, una apariencia que no es advertida por el ciudadano común. Allí
están las posibilidades, en la atmósfera podríamos decir, pero siempre en el marco
de la moral, de cierta disciplina y fundamentalmente del consumismo sin cargo
de conciencia, porque usted, yo, cualquier ciudadano sabe que están las
asociaciones de defensa del consumidor, las organizaciones ecologistas,
etcétera, etcétera, que cuidan que su consumo esté protegido de desastres
ecológicos. Por eso, gracias a esas organizaciones, las compañías pueden seguir
destruyendo la naturaleza y usted, como le dije, consumiendo libremente y sin
molestias en su conciencia. Todo está regulado, inducido. El ejemplo de los
colores es otra buena enseñanza de la capacitación de la… ¿escuela?
—Creo que ahora le llaman universidad —le dije mientras pensaba que le
habían ordenado capacitarme, claro…
indirectamente. Y que esa era la acusa de despliegue de conocimientos. Me
miraba fijamente.
—Es voluntario —me dijo en forma inesperada.
—¿Es voluntario?
—Me refiero a esta actualización que le estoy brindando. Voluntario, por
decisión propia, es un acto voluntario de mi parte y gratis —sonrió y yo
también lo hice. Era más capaz de lo muy capaz que pensaba que era. Y mi
certeza se confirmaba más aún: no pertenecía a la Secretaría y era un verdadero cuadro de Inteligencia. Tal vez, formaba parte hasta del directorio de la
agencia de la que provenía, pensé. A renglón seguido creí que habría deducido
mi pensamiento y que, por consiguiente sus próximas palabras serían sí, estoy en el directorio, sin embargo
sólo sonrió—. Y lo de los colores, ¿lo estudió? Es bastante conocido. Por
ejemplo, yo le pido a usted, volvamos a la idea del ciudadano común, le pido
que luego de que yo mencione un color usted diga de inmediato otro color, el
primero que surja en su cabeza. Así, yo le digo, supongamos, rojo. Existe un
sesenta por ciento de posibilidades que usted me diga azul, un veinte que elija
decirme blanco, otro veinte, verde. Una vez que usted me respondió una de esas
tres posibilidades yo podré inferir una serie de análisis que podrán
demostrarme si está mintiendo en cierto tema o ante ciertas preguntas, la
predisposición a colaborar, o si se encuentra desconcertado, o si tiene
certezas sobre el tema que me interesa investigar. Otro caso puede ser que yo
le diga… Présteme atención. Ya lo sabe, debe identificar el primer color que
surja en su mente —dijo eso me miró con sus pequeños ojos verdes, se irguió en
la silla, seguramente para quedar por sobre mi altura, en una posición
físicamente dominante y de pronto dijo—: verde —no esperó a que respondiera—.
Amarillo, pensó en el amarillo —dijo con seguridad y algo de soberbia—. Y si le digo amarillo, recuerde que no puede
repetir los colores, si le digo amarillo, existen un ochenta por ciento de
posibilidades que usted piense en el verde. Y si le repito verde, usted pensará
en un color ocre. A medida que avanzamos en el juego sus posibilidades
disminuyen inversamente proporcional a las mías para inferir su pensamiento.
Algo similar podemos hacer con la combinación de letras y números, aunque es
bastante más complicado, ya estamos hablando de una capacitación de quinto
nivel; por ejemplo si le digo A7, usted tenderá a responder B8 o C7. Aplique
estos ejemplos, estos… jueguitos, a
premisas, a enunciados de cualquier individuo y podrá anticipar sus respuestas
con un margen de error… —se quedó pensando— un margen inferior al quince por ciento.
Lo escuché atentamente, con una sonrisa cruzada en mi boca y con cierta
admiración, pero estaba algo cansado de su monólogo y de su exhibición de
conocimientos. En realidad lo que busca
es reconocimiento, pensé. Algo o
alguien en su infancia le han hecho percibir rechazo y descalificación
intelectual. Pero lo que fuera que lo llevara a hacer esas exposiciones
intelectuales, no me conmovía ni me preocupaba. Mi único deseo, mi único
propósito en ese momento era sacarle información, pues deduje que si su estado
de ánimo era ese: buscar reconocimiento y hundir viejas descalificaciones, yo
me encontraba en una posición inmejorable para sacarle información, para que
siguiera con su exhibicionismo intelectual, esta vez a mi favor.
—¿Quiénes intervinieron o, si lo prefiere hackearon mi página? ¿Ellos o ustedes?
—disparé repentinamente, pero con un tono amigable, suave.
—Ellos —dijo, haciendo referencia a
los de la SI—, pero cada cosa que sacan o modifican nosotros la restauramos y
la dejamos tal cual como usted la publicó. Están convencidos de que usted es un
gran especialista en informática.
Cuando dijo eso sentí que lo tenía servido:
—Creo que usted no tiene idea de lo que sucede en mi blog —le dije.
—La división de informática me tiene al tanto de todo.
—Le propongo que hagamos una actualización de lo del Fiscal —me dijo con la
seguridad de que ante esa propuesta yo renunciaría a seguir con la situación de
seguridad informática de mi página. Por supuesto: acepté la propuesta. La
intervención a mi blog no me interesaba, yo la tenía totalmente bajo control.
Había logrado dar con la página intrusa y desde allí con la IP, seguramente
falsa e inservible para dar con la ubicación del centro de inteligencia
informática, pero suficiente como para hacerles la vida imposible, es decir
desviar sus pesquisas cibernéticas hacia una copia de mi blog y hasta
deslizarles algunos insultos, para hacerlos sentir seguros de que estaban
operando sobre el original.
—Pensé que de trabajo nada. Algo
así me dijo.
—Sí, sí, claro —deshizo su posición relajada y mientras masticaba un trozo
de carne, se acercó a mí, se limpió la boca con suaves toques reiterados de
servilleta y dijo—: Hacía referencia a los zapatos. No tengo ganas de hablar de
las ventas ni de los cobros, ni de nada de eso. Ah —comenzó a buscar en el
bolsillo de su pantalón beige de muy buena confección—, acá está. Usted no sólo
buscó por internet a los representantes. También llamó a esta fábrica —me
mostró el nombre de la fábrica rosarina a la que efectivamente había llamado—.
Preguntó por Daniel —leía de su libreta—. Le dijeron que allí no trabajaba
ningún Daniel; repreguntó, esta vez por el representante de ese nombre. Le
volvieron a decir que no tenían ningún representante en ninguna zona con el
nombre Daniel. Ya ve, no tiene que investigarme. Me informarán de todo
movimiento suyo en esa dirección y yo, tal vez me enoje y si me enojo mucho no
me volverá a ver.
Con lo que me acababa de decir tenía dos opciones para inferir: o el
teléfono de la fábrica estaba intervenido o, y esta era la opción lógica,
utilizaban la fábrica como centro de operaciones. Sin lugar a dudas una fábrica
real sería una buena fachada para un centro de inteligencia. Y el mismo dueño
de la fábrica sería un reclutado de alta confiabilidad. Hasta, quizá, los
representantes, todos o una buena parte de ellos, pertenecerían a inteligencia (¿SIE?).
Será mejor que hablemos del Fiscal.
No tengo dudas. Usted y yo sabemos que cuando dos personas se juntan a
comer en un lugar como este, es porque son un matrimonio que viene a recordar
viejos tiempos, o son amantes o son amigos. Ninguna de las tres cosas somos
nosotros. Hablemos del Fiscal.
Hablemos, Daniel, lo escucho.
Ya lo dijimos, todos lo saben: la fiscal, la jueza, los políticos, los
juristas, el gobierno, la oposición, los periodistas, los intelectuales… Todos,
absolutamente todos, saben que el Fiscal se disparó a sí mismo. Si no lo dicen
es por conveniencia política. Todos lo saben excepto la ciudadanía, en especial
esa clase media que cree saberlo todo y que piensa estupideces como que y que Néstor Ka están vivos, o que al
ex presidente lo mató su hijo y hasta pueden creer en la existencia de un chupacabras, ¿recuerda lo de las vacas?
—Sí, por supuesto que lo recuerdo. Pero no todos creen que el Fiscal se
haya disparado o suicidado. Por ejemplo la jueza…
—La jueza no tiene la menor duda de que el Fiscal se disparó. Tenemos un
audio, diría… casi familiar, en el que se la puede escuchar. Tome —me dijo y
extrajo del bolsillo trasero un pen drive. Lo deslizó suavemente sobre la mesa,
mientras yo levantaba una servilleta, la pasaba suavemente por mi boca y al
bajarla lo tapaba. Luego me advirtió—: Es un paso más de nuestra confianza
hacia usted. Y está claro: sólo se lo entregamos para que confíe en nosotros,
en nuestra seriedad y en el papel que le asignamos a usted en todo esto. Demás
está decir que no puede publicar su contenido, al menos textualmente. Usted
sabrá cómo hacerlo. Confiamos…, confío en usted —insistió—. Ahora bien, el
escenario ha cambiado. Como le dije hace más de un mes, la denuncia contra la
presidenta y los otros no duraba en pie ni un mes. Hasta el juez más inepto
hubiese advertido la vinculación falaz entre algunas escuchas y el accionar de
la presidenta y el canciller, en lo relativo al memorándum. Pero no sólo eso:
cualquiera, sin el más mínimo conocimiento jurídico, podría haber advertido la
falta de fundamentación jurídica, como la que habitualmente se emplea para un
juicio de…, digamos…, mediana importancia. Me refiero a jurisprudencia, citas
de juristas prestigiosos, etcétera, etcétera. —Noté que siempre usaba ese
recurso: etcétera, repetido dos
veces, como si tuviera mucho para agregar, cuando, en realidad, se quedaba sin
enunciados para seguir.
—Gracias —le dije, mientras sacaba el pen drive, de debajo de la servilleta
y lo llevaba a uno de los bolsillos de mi pantalón. Me sentí, con ese gracias, nuevamente estúpido, por eso
agregué—: No será como el… micrófono
en mi departamento. Fue terminante:
—Ni como el micrófono, ni como su cámara grabando nuestros encuentros.
A partir de ese momento nada me urgía más que llegar a mi departamento y
ver o escuchar el contenido del pequeño disco extraíble. Sin embargo seguí
prestándole atención:
—Con la resolución del juez que descartó rápidamente semejante acusación,
ya tenemos un motivo para que el Fiscal se dispare, él sabía que la imputación
que pergeñó sería rechazada por ese juez y por cualquiera que tuviera una
mínima ética. Sin embargo hay nuevos elementos que ni nosotros conocíamos
—sonrió—, me refiero a esos escritos que dejó en la caja fuerte en los que dice
exactamente lo contrario a la denuncia que presentó y ¡hasta estaban firmados
por él! Esto nos abre nuevos interrogantes o nuevas hipótesis, por ejemplo,
¿quiso dejar un testimonio de que la presentación contra la presidenta no
provenía, al menos totalmente, de su voluntad? Un fiscal de oficio como lo era
él, ¿presentaría semejante mamarracho? ¿Quién lo apuró a regresar de Europa y
hacer esa imputación?
—Stiuso —murmuré.
—Bien, y a quién respondía ese… desordenado.
Como verá no es un caso fácil, o al menos tan fácil como algunos lo presentan
—suspiró—; es más complicado de lo que
nosotros mismos pensamos. No tenemos dudas de que él se disparó. Sí tenemos
dudas de que haya querido matarse. La distancia del disparo, el lugar de
ingreso del proyectil, sus incursiones en la web, tratando de conocer la
estructura craneal y cerebral, nos hace pensar lo que ya le dije en el primero
o segundo encuentro: no fue homicidio, no fue suicidio aunque él se disparó.
¿Fue un intento para victimizarse? ¿Ante quién? ¿Qué diría desde la cama de un
hospital?
—Que no se siente seguro y que quiere salir del país —dije y recordé el
juego de los colores y todos los métodos de inducción que podían utilizarse. Estaba seguro que yo conocía más métodos de
los que Daniel pudiera imaginar. Por un momento me sentí superior a él.
—Es posible. También creemos que el escrito de la imputación, que presentó
en enero, estaba previsto para una fecha más cercana a las elecciones. Antes de
que un juez pudiera rechazarla, los
hombres y mujeres —con repentina y burlesca seriedad— ya se habrían expresado en las urnas.
—Pero alguien lo apura —le dije, en tanto mi cabeza seguía en el pen drive.
—Otra posibilidad; le doy otra posibilidad que puede llegar a ser probada
en pocos días: no fue él quien elaboró ese escrito lleno de repeticiones y sin
ningún fundamento. Fue su secretario. Y se lo anticipo: la fiscal lo va a
acusar por instigación al suicidio. Sería una buena salida para la justicia,
sin quedar demasiado mal con nuestra…
—Con nuestra querida clase media —dije y volví a recordar lo de la
inducción.
—Exacto. Y se abriría una nueva novela de espionaje barato y de
contraespionaje… más barato.
Ya había llamado al mozo para pedirle otro Bianchi malbec, mediocre, cuando
me dijo que sería conveniente publicar un resumen de las primeras entradas a mi
blog aclarándome:
—Por supuesto…, me refiero a lo del Fiscal. Olvídese de Fromm, de Foucault
y de todas esas pavadas. Ahora tiene en sus manos algo importante para decir.
Abóquese —me ordenó con autoritarismo y con el típico desprecio de la gente de armas hacia las especulaciones
filosóficas—. No se olvide de recordarle a sus lectores el estado del Fiscal en
esos días: dormía poco, aunque él creyera que era suficiente, se sentía algo
así como un súper hombre (usted lo explicó bastante bien); tal vez su estado
era patológico o, cuando menos, dormir poco alteraba su juicio.
Séptima entrega
No se encontró ningún papel, ningún escrito, ni una sola anotación que
diera indicios de que se estaba preparando para defender, al otro día, la
acusación contra la presidenta, el canciller y los otros imputados. No había,
tampoco en su computadora, búsquedas relacionadas con jurisprudencia, es decir
con casos similares, ni búsquedas de juristas especializados en el tema.
Tampoco tenía sobre su mesa libros de Derecho Penal. No tenía nada que indicara
que iba a presentarse ante la comisión de Derecho Penal. Sólo había un marcador
amarillo y algunos párrafos resaltados de la presentación que todos los
legisladores conocían, al menos los de esa comisión. No se preparaba para
defender su insólita imputación porque sabía, tenía la certeza absoluta, que no
iría al congreso: estaría internado, consciente, diciendo que quería salir del país, por su seguridad; o
estaría pidiendo que la continuación de su tratamiento fuera en Estados Unidos;
o estaría internado inconsciente; o estaría muerto. Cualquiera fuera el caso…
Imagine que usted es el fiscal de la causa penal más importante de la
historia...
—Ese ejemplo ya me lo dio —interpuse y de inmediato vi cómo se transformaba
su cara: parecía sumirse en cierta exasperación. Soltó una bocanada de aire y
luego inhaló profundamente. No me hizo
ninguna de las aclaraciones esperadas por mí, como: este es otro ejemplo, o: es
conocido que toda investigación de este tipo incluso de causas penales de poca
importancia requiere que los investigadores se pongan en el lugar de la víctima
o del delincuente; luego agregaría etcétera,
etcétera. Pero con su cara me dijo todo eso y, posiblemente, mucho más.
Parpadeó dos o tres veces y prosiguió como si yo no hubiese abierto mi
inoportuna boca—: Imagine que es fiscal de esa causa y que tiene que defender
nada más y nada menos una imputación contra un presidente o una presidenta,
como en este caso, nada más y nada menos —volvió a repetir—, que por
encubrimiento de la voladura de la Mutual… —hizo una pausa, como si su
inteligencia se hubiera eclipsado. Luego de unos segundos continuó—: 85
muertos, crimen de lesa humanidad, ¿y no tiene escrita ni siquiera una guía
para la defensa de su imputación?
—Creo que luego de la presentación que hizo no tendría entereza para ver la
cara de la presidenta o del canciller, ni por televisión —dije. Parecía que iba
a omitir mi opinión.
Posiblemente pensó: especulación
absurda y absolutamente improbable, y decidí decírselo, tal vez daba en el
clavo y me posicionaba, también yo, como un sujeto hábil en la inferencia de
pensamientos no dichos o en la continuación de expresiones verbales, faciales,
posturales…
—Ya sé lo que pensó sobre lo que acabo de decirle —acerqué mi cara hacia la
de Daniel como él lo hacía conmigo—, que es una especulación absurda, pues
estando muerto el fiscal, jamás se podría a llegar a probar.
—Es absurda, claro que lo es, pero además es innecesaria y estúpida, ¿a
quién le interesaría saber si el Fiscal podría mirar o no, por televisión o
como sea…? —Con la mano hizo un ademán de desprecio a mi especulación—.
—Tampoco había nada en su computadora que indicara que haría una
presentación por escrito. Sintetice en pocos puntos todo —me ordenó.
A esa altura ya no tenía dudas: yo estaba trabajado para alguna agencia, Daniel era mi jefe directo y
sus órdenes no debía contradecirlas. No fue por eso que le hice caso. Lo hice por
voluntad propia; o al menos eso creí, en el caso que la voluntad propia exista en alguien. Publiqué:
1)
El día 18 de enero el Fiscal no tenía ningún escrito, ni
anotaciones de ninguna clase que indicara que se estaba preparando para una exposición
ante los legisladores, citada para el 19.
2)
Por consiguiente, sabía que no llegaría a esa
presentación por dos posibles causas: estaría internado en un hospital, o
estaría muerto.
3)
La
22 estaba tomada sin firmeza.
4)
Esto
da lugar a diversas suposiciones: se disparó sin intención de matarse (a esta altura,
absolutamente improbable; lo que no quiere decir que no sea posible);
5)
o
vaciló en el instante previo al de accionar el arma; o se arrepintió y el
disparo se le escapó;
6)
o
juega una especie de lotería, como parte de la vacilación, y decide disparar el
arma para que el proyectil entre o no, para que le provoque la muerte o no…
Esto no es imposible ni tampoco una locura:
Bastaría consultar a un puñado de suicidas que sobrevivieron, para corroborar
la existencia de esta idea, frecuente, como fase preliminar y al intento de
suicida.
7)
o
practicaba un simulacro de suicidio (frecuente en suicidas potenciales), que
terminó siendo fatal.
8)
Nadie
puede dudar que el ánimo y/o el juicio del Fiscal estaba alterado: viaje a
Europa con alta connotación emocional. Discusión con su ex esposa que se opone
a la presentación que hará. La operación constante, sobre el Fiscal, de Stiuso
y sus hombres; presión de la
Embajada; presión (lógica) de las comunidades israelitas, de los familiares de
las víctimas y de la sociedad en general; han pasado diez años al frente de la
UFI–AMIA, sin avanzar en nada; Stiuso, su hombre de confianza ya no puede
trabajar con él.
9)
Dato
decisivo: saber cuánto tiempo pasó entre el disparo y la muerte.
Octava entrega
Antes de darme las
instrucciones de la publicación que debía hacer, me había entregado un papel,
impreso desde una computadora, con el supuesto whatsapp que el Fiscal envió a
sus amigos y que fue el primer documento que tomó estado público luego de su
muerte:
“Debí suspender
intempestivamente mi viaje de 15 años a Europa con mi hija y volverme. Imaginarán
lo que eso significa. A veces en la vida los momentos no se eligen. Simplemente
las cosas suceden, y eso es por algo. Esto que voy a hacer ahora igual iba a
ocurrir. Ya estaba decidido. Hace tiempo que vengo preparándome para esto, pero
no lo imaginaba tan pronto. Me juego mucho en esto. Todo diría. Pero siempre
tomé decisiones, y hoy no va a ser la excepción. Y lo hago convencido, sé que
no va a ser fácil. Todo lo contrario. Pero más temprano que nunca la verdad
triunfa y me tengo mucha confianza”, continuaba explicando. “Gracias a todos.
Será Justicia. Ah, y aclaro por si acaso que no enloquecí ni nada parecido.
Pese a todo, estoy mejor que nunca”.
—Este
documento ya es historia vieja —le dije—, qué pretende que haga. ¿Qué lo
publique como novedad? Me parece más importante analizar la conferencia de
prensa que dio la ex esposa del Fiscal. Debemos inferir la estrategia, los
posibles propósitos que se pueden leer
entre líneas.
Me
quedé unos instantes pensando en lo que pensaría Daniel en cuanto a la palabra “debemos”.
Elegí ese plural a propósito, con el fin de obtener alguna apreciación de él, una
sonrisa de aprobación, un estrechón de manos a través de la mesa acompañado de
unas pocas palabras como “bienvenido”, “ha entendido nuestro objetivo”, “me
alegra que se considere entre los nuestros”… Claro…, nada de eso sucedió. Pero me
conformé con pensar que la palabra, con todas sus connotaciones, quedaba plantada
en psiquis de Daniel. Respondió mi pregunta:
—No,
por supuesto que no. No queremos —acentuó
el plural e hizo una pausa, como diciéndome “entendí, se siente entre los nuestros.
O todo lo contrario: no se incorpore a un lugar al que nadie lo invitó. Y hasta
podía tratarse de una burla, pensé en ese momento—. No queremos que publique
nada sobre este mensaje. Cómo explicárselo… —pausa—, es como una prueba de
escuela; sólo queremos que lo analice para saber si llega a las mismas conclusiones
a las que llegó nuestra comisión.
—Con ese plural, “nuestra”, puso la distancia que teníamos antes de la cena,
sin embargo hizo una aclaración innecesaria—: Que cenemos juntos no quiere
decir que seamos amigos. Usted lo sabe: en esto nadie es amigo de nadie, aunque
todos crean ser amigos de todos, o simulen serlo. Cada uno es dueño y cuidador
de su propia espalda. En cuanto a ese “debemos”, no crea que me conmueve: usted
es usted y nosotros somos nosotros. ¡Cada cosa en su lugar! —Dijo con tono militar y levantando levemente
su mano derecha como si fuera a palmear la mesa, cosa que hizo, pero
suavemente.
A
pesar de la respuesta abrupta, casi irrespetuosa, pude entender, en ese mismo
instante (Borges diría algo así: todo le sucede a uno precisamente ahora. Siglos
y siglos para que solamente en el
presente ocurran los hechos), que Daniel
había demorado en su respuesta a ese plural, que, por consiguiente le otorgó
unos segundos al análisis de mi intención; pero, fundamentalmente, pude
corroborar que la idea había entrado
en él.
—Difícil
—dije, ignorando sus palabras y su tono—. Es muy difícil que llegue a las
mismas conclusiones. Supongo que la comisión analizó ese mensaje del Fiscal,
dentro de las veinticuatro horas posteriores a su difusión mediática…
—Cuando
se difundió —tono algo sarcástico—,
nosotros ya habíamos concluido con el análisis. Ahora le toca a usted. Como excepción
le voy a pedir que su respuesta sea por escrito. Justamente tomamos algo que,
como usted dice, ya es del pasado, para poder trabajar así, con, al menos, un
documento escrito.
Entendí
claramente el mensaje. Se trataba del protocolo de incorporación de personal
civil a esa agencia, que no sabía su nombre, sus siglas, pero estaba seguro que
mi intuición era certera; que lo que me había dicho Daniel era verdad: se trataba
de lo más alto, de personal altamente especializado y entrenado para todo tipo
de situaciones. Me alegraba confirmar que no se trataba de la Secretaría y,
mucho menos de la Federal. Y que la prueba que rendiría era el paso previo,
como dije: protocolar, del inicio de un archivo con algún nombre falso. También
me alegraba darme cuenta que no estaba siendo reclutado como confidente, categoría muy utilizada por
la SI, y asignada a personal civil que ocupa determinados roles dentro de la sociedad,
que pueden ser de interés para el Estado. Por supuesto eso de “interés para el
Estado ha quedado enterrado: trabajan para el mejor postor político; todo el
mundo sabe eso, y también que está llena de buchones. Unos dos mil buchones
recopilando información que difícilmente sea utilizada para el bien del Estado.
Lo
cierto es que Daniel había dado a sus superiores una visión positiva de mí y,
seguramente, estaba generando una solicitud para incorporarme a la agencia. “Somos
un grupo chico”, me dijo en uno de los encuentros que mantuvimos, “altamente
calificado”, agregó en esa oportunidad. Yo sinteticé: “grupo chico calificado”.
Mi pensamiento se aventuró a dar un número: unos trescientos en espionaje
interior y un número similar para el exterior.
A
pesar de esas certezas, que sólo estaban validadas por mi razonamiento, me propuse
analizar las tareas que me había asignado Daniel. No me refiero a la prueba o
examen escrito que rendiría bien y
con poco esfuerzo. Hablo de otra cosa, de las publicaciones en general y de
algunas palabras en particular. Las traje a mi memoria: “Apabulle”, “acacias”, “obcecados”;
y un número: “432”. ¿Cuál era el verdadero significado? ¿Cuál era el mensaje y
a quién estaba dirigido?
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