Ir al contenido principal

La cuarta hipótesis. Ficción y realidad.




Índice de esta entrada

1)    La cuarta hipótesis (¿ficción?). Séptima, octava y novena “entrega”
2)    Sobre la conferencia de prensa de S. Arroyo S. (Síntesis)
3)    Breve comentario.
4)    Nota completa publicada, el día de la conferencia de prensa
5)    Posibles causas del disparo
6)    Posibles causas del suicidio
7)    La cuarta hipótesis. ¿Ficción? Entregas: Primera a sexta.

------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------


Séptima entrega


—No se encontró ningún papel, ningún escrito, ni una sola anotación que diera indicios de que se estaba preparando para defender, al otro día, la acusación contra la presidenta, el canciller y los otros imputados. No había, tampoco en su computadora, búsquedas relacionadas con jurisprudencia, es decir con casos similares, ni búsquedas de juristas especializados en el tema. Tampoco tenía sobre su mesa libros de Derecho Penal. No tenía nada que indicara que iba a presentarse ante la comisión de Derecho Penal. Sólo había un marcador amarillo y algunos párrafos resaltados de la presentación que todos los legisladores conocían, al menos los de esa comisión. No se preparaba para defender su insólita imputación porque sabía, tenía la certeza absoluta, que no iría al congreso: estaría internado, consciente, diciendo que  quería salir del país, por su seguridad; o estaría pidiendo que la continuación de su tratamiento fuera en Estados Unidos; o estaría internado inconsciente; o estaría muerto. Cualquiera fuera el caso… Imagine que usted es el fiscal de la causa penal más importante de la historia...
—Ese ejemplo ya me lo dio —interpuse y de inmediato vi cómo se transformaba su cara: parecía sumirse en cierta exasperación. Soltó una bocanada de aire y luego inhaló  profundamente. No me hizo ninguna de las aclaraciones esperadas por mí, como: este es otro ejemplo, o: es conocido que toda investigación de este tipo incluso de causas penales de poca importancia requiere que los investigadores se pongan en el lugar de la víctima o del delincuente; luego agregaría etcétera, etcétera. Pero con su cara me dijo todo eso y, posiblemente, mucho más. Parpadeó dos o tres veces y prosiguió como si yo no hubiese abierto mi inoportuna boca—: Imagine que es fiscal de esa causa y que tiene que defender nada más y nada menos una imputación contra un presidente o una presidenta, como en este caso, nada más y nada menos —volvió a repetir—, que por encubrimiento de la voladura de la Mutual… —hizo una pausa, como si su inteligencia se hubiera eclipsado. Luego de unos segundos continuó—: 85 muertos, crimen de lesa humanidad, ¿y no tiene escrita ni siquiera una guía para la defensa de su imputación?
—Creo que luego de la presentación que hizo no tendría entereza para ver la cara de la presidenta o del canciller, ni por televisión —dije. Parecía que iba a omitir mi opinión.
Posiblemente pensó: especulación absurda y absolutamente improbable, y decidí decírselo, tal vez daba en el clavo y me posicionaba, también yo, como un sujeto hábil en la inferencia de pensamientos no dichos o en la continuación de expresiones verbales, faciales, posturales…
—Ya sé lo que pensó sobre lo que acabo de decirle —acerqué mi cara hacia la de Daniel como él lo hacía conmigo—, que es una especulación absurda, pues estando muerto el fiscal, jamás se podría a llegar a probar.
—Es absurda, claro que lo es, pero además es innecesaria y estúpida, ¿a quién le interesaría saber si el Fiscal podría mirar o no, por televisión o como sea…? —Con la mano hizo un ademán de desprecio a mi especulación—.
—Tampoco había nada en su computadora que indicara que haría una presentación por escrito. Sintetice en pocos puntos todo —me ordenó.
A esa altura ya no tenía dudas: yo estaba trabajado para alguna agencia, Daniel era mi jefe directo y sus órdenes no debía contradecirlas. No fue por eso que le hice caso. Lo hice por voluntad propia; o al menos eso creí, en el caso que la voluntad propia exista en alguien. Publiqué:
1)    El día 18 de enero el Fiscal no tenía ningún escrito, ni anotaciones de ninguna clase que indicara que se estaba preparando para una exposición ante los legisladores, citada para el 19.
2)    Por consiguiente, sabía que no llegaría a esa presentación por dos posibles causas: estaría internado en un hospital, o estaría muerto.
3)     La 22 estaba tomada sin firmeza.
4)     Esto da lugar a diversas suposiciones: se disparó sin intención de matarse (a esta altura, absolutamente improbable; lo que no quiere decir que no sea posible);
5)     o vaciló en el instante previo al de accionar el arma; o se arrepintió y el disparo se le escapó;
6)     o juega una especie de lotería, como parte de la vacilación, y decide disparar el arma para que el proyectil entre o no, para que le provoque la muerte o no… Esto no es imposible ni tampoco una locura: Bastaría consultar a un puñado de suicidas que sobrevivieron, para corroborar la existencia de esta idea, frecuente, como fase preliminar y al intento de suicida.
7)     o practicaba un simulacro de suicidio (frecuente en suicidas potenciales), que terminó siendo fatal.
8)     Nadie puede dudar que el ánimo y/o el juicio del Fiscal estaba alterado: viaje a Europa con alta connotación emocional. Discusión con su ex esposa que se opone a la presentación que hará. La operación constante, sobre el Fiscal, de Stiuso y sus hombres; presión de la Embajada; presión (lógica) de las comunidades israelitas, de los familiares de las víctimas y de la sociedad en general; han pasado diez años al frente de la UFI–AMIA, sin avanzar en nada; Stiuso, su hombre de confianza ya no puede trabajar con él.
9)     Dato decisivo: saber cuánto tiempo pasó entre el disparo y la muerte.




Octava entrega




Antes de darme las instrucciones de la publicación que debía hacer, me había entregado un papel, impreso desde una computadora, con el supuesto whatsapp que el Fiscal envió a sus amigos y que fue el primer documento que tomó estado público luego de su muerte:
 “Debí suspender intempestivamente mi viaje de 15 años a Europa con mi hija y volverme. Imaginarán lo que eso significa. A veces en la vida los momentos no se eligen. Simplemente las cosas suceden, y eso es por algo. Esto que voy a hacer ahora igual iba a ocurrir. Ya estaba decidido. Hace tiempo que vengo preparándome para esto, pero no lo imaginaba tan pronto. Me juego mucho en esto. Todo diría. Pero siempre tomé decisiones, y hoy no va a ser la excepción. Y lo hago convencido, sé que no va a ser fácil. Todo lo contrario. Pero más temprano que nunca la verdad triunfa y me tengo mucha confianza. Gracias a todos. Será Justicia. Ah, y aclaro por si acaso que no enloquecí ni nada parecido. Pese a todo, estoy mejor que nunca”.

—Este documento ya es historia vieja —le dije—, qué pretende que haga. ¿Qué lo publique como novedad? Me parece más importante analizar la conferencia de prensa que dio la ex esposa del Fiscal. Debemos inferir la estrategia, los posibles propósitos que se pueden leer entre líneas.
Me quedé unos instantes pensando en lo que pensaría Daniel en cuanto a la palabra “debemos”. Elegí ese plural a propósito, con el fin de obtener alguna apreciación de él, una sonrisa de aprobación, un estrechón de manos a través de la mesa acompañado de unas pocas palabras como “bienvenido”, “ha entendido nuestro objetivo”, “me alegra que se considere entre los nuestros”… Claro…, nada de eso sucedió. Pero me conformé con pensar que la palabra, con todas sus connotaciones, quedaba plantada en psiquis de Daniel. Respondió mi pregunta:
—No, por supuesto que no. No queremos —acentuó el plural e hizo una pausa, como diciéndome “entendí, se siente entre los nuestros. O todo lo contrario: no se incorpore a un lugar al que nadie lo invitó. Y hasta podía tratarse de una burla, pensé en ese momento—. No queremos que publique nada sobre este mensaje. Cómo explicárselo… —pausa—, es como una prueba de escuela; sólo queremos que lo analice para saber si llega a las mismas conclusiones a las que llegó nuestra comisión. —Con ese plural, “nuestra”, puso la distancia que teníamos antes de la cena, sin embargo hizo una aclaración innecesaria—: Que cenemos juntos no quiere decir que seamos amigos. Usted lo sabe: en esto nadie es amigo de nadie, aunque todos crean ser amigos de todos, o simulen serlo. Cada uno es dueño y cuidador de su propia espalda. En cuanto a ese “debemos”, no crea que me conmueve: usted es usted y nosotros somos nosotros. ¡Cada cosa en su lugar!  —Dijo con tono militar y levantando levemente su mano derecha como si fuera a palmear la mesa, cosa que hizo, pero suavemente.
A pesar de la respuesta abrupta, casi irrespetuosa, pude entender, en ese mismo instante (Borges, diría algo así: todo le sucede a uno precisamente ahora. Siglos y siglos para que solamente  en el presente ocurran los hechos),  que Daniel había demorado en su respuesta a ese plural, que, por consiguiente, le otorgó unos segundos al análisis de mi intención; pero, fundamentalmente, pude corroborar que la idea había entrado en él.
—Difícil —dije, ignorando sus palabras y su tono—. Es muy difícil que llegue a las mismas conclusiones. Supongo que la comisión analizó ese mensaje del Fiscal, dentro de las veinticuatro horas posteriores a su difusión mediática…
—Cuando se difundió —tono algo sarcástico—, nosotros ya habíamos concluido con el análisis. Ahora le toca a usted. Como excepción le voy a pedir que su respuesta sea por escrito. Justamente tomamos algo que, como usted dice, ya es del pasado, para poder trabajar así, con, al menos, un documento escrito.
Entendí claramente el mensaje. Se trataba del protocolo de incorporación de personal civil a esa agencia, que no sabía su nombre, sus siglas, pero estaba seguro que mi intuición era certera; que lo que me había dicho Daniel era verdad: se trataba de lo más alto, de personal altamente especializado y entrenado para todo tipo de situaciones. Me alegraba confirmar que no se trataba de la Secretaría y, mucho menos de la Federal. Y que la prueba que rendiría era el paso previo, como dije: protocolar, del inicio de un archivo con algún nombre falso. También me alegraba darme cuenta que no estaba siendo reclutado como confidente, categoría muy utilizada por la SI, y asignada a personal civil que ocupa determinados roles dentro de la sociedad, que pueden ser de interés para el Estado. Por supuesto eso de “interés para el Estado ha quedado enterrado: trabajan para el mejor postor político; todo el mundo sabe eso, y también que está llena de buchones. Unos dos mil buchones recopilando información que difícilmente sea utilizada para el bien del Estado.
Lo cierto es que Daniel había dado a sus superiores una visión positiva de mí y, seguramente, estaba generando una solicitud para incorporarme a la agencia. “Somos un grupo chico”, me dijo en uno de los encuentros que mantuvimos, “altamente calificado”, agregó en esa oportunidad. Yo sinteticé: “grupo chico calificado”. Mi pensamiento se aventuró a dar un número: unos trescientos en espionaje interior y un número similar para el exterior.

A pesar de esas certezas, que sólo estaban validadas por mi razonamiento, me propuse analizar las tareas que me había asignado Daniel. No me refiero a la prueba o examen escrito que rendiría bien y con poco esfuerzo. Hablo de otra cosa, de las publicaciones en general y de algunas palabras en particular. Las traje a mi memoria: “Apabulle”, “acacias”, “obcecados”; y un número: “432”. ¿Cuál era el verdadero significado? ¿Cuál era el mensaje y a quién estaba dirigido?





Novena entrega



Apenas me levanté, con dolor de cabeza y un ardor recorría mi estómago hasta la garganta. Tomé un vaso de yogurt con una aspirina y un antiácido. A la hora y media ya estaba tomando café, fumando el tercero o cuarto cigarrillo y había terminado el análisis del mensaje del Fiscal (o la prueba que me estaba tomando Daniel). En la pantalla de mi computadora se podía leer:
La transcripción completa del mensaje del Fiscal, separado en diecisiete oraciones.
1)    “Debí suspender intempestivamente mi viaje de 15 años a Europa con mi hija y volverme.
2)    Imaginarán lo que eso significa.
3) A veces en la vida los momentos no se eligen.
4) Simplemente las cosas suceden, y eso es por algo.
5) Esto que voy a hacer ahora igual iba a ocurrir.
6) Ya estaba decidido.
7) Hace tiempo que vengo preparándome para esto, pero no lo imaginaba tan pronto.
8) Me juego mucho en esto.
9) Todo diría.
10) Pero siempre tomé decisiones, y hoy no va a ser la excepción.
11) Y lo hago convencido, sé que no va a ser fácil.
12) Todo lo contrario.
13) Pero más temprano que nunca la verdad triunfa y me tengo mucha confianza.
14) Gracias a todos.
15) Será Justicia.
16) Ah, y aclaro por si acaso que no enloquecí ni nada parecido.
17) Pese a todo, estoy mejor que nunca.

Luego, la primera y la tercera oración. Resaltado en rojo: 1) intempestivamente; 2) los momentos no se eligen. Las traduje así: 1) Algo no planificado + 2) un tercero eligió el momento = Alguien lo “apura” y lo saca de sus planes. (Alguien de mucha confiabilidad para él. Digo confiabilidad y no confianza).
Luego relacioné la segunda con la cuarta oración. Las resalté con negritas y escribí: idea de sacrificio. Ideación de factores sobrenaturales (… “y eso es por algo.”)
Quinta oración: idea de fatalidad y de mandato “superior”.
Sexta oración: Enunciado impersonal. No es solamente él quien ha tomado esa decisión.
Séptima oración: Ratificación: no es él quien decide los tiempos.
Octava y novena oración: Denota lo contrario a lo que literalmente dice: inseguridad en lo que va hacer. (“me juego”)
Décima, décima primera y décima segunda oración: necesidad de autoconvencimiento.
Décima tercera: Quiso decir “más temprano que tarde”. Pero usa la palabra “nunca”. La indefinición que implica la palabra “nunca”, ratifica la idea de inseguridad en cuanto a la “verdad”.
Décimo cuarta: Siente la sensación de que le habla a una multitud.
Décimo quinta: tecnicismo judicial, formal que, en medio de un texto informal, parece, a priori, un juego de palabras irrelevante. Sin embargo podría tomárselo como algo mesiánico: “Yo haré justicia”.
Décimo sexta: Trata de mirarse con los ojos de otros. Percibe que la presentación que hará será duramente criticada, por falta de solvencia, por pares y juristas prestigiosos. Sabe que hace una acusación fundada en indicios manipulados y sin ninguna prueba.
Décimo séptima: denota exaltación.
(El texto en su conjunto, como en sus partes, denota esta característica de exaltación o euforia.)
Reconstrucción del texto:
Me han informado que debo hacer la presentación en forma urgente. Siento que una orden superior me indica que debo hacerlo ahora. No estoy solo en esta decisión. No estoy seguro de que sea cierto y correcto lo que voy hacer. Tengo dudas, pero lo voy hacer. ¡Todos sabrán que haré justicia!

Al final de la prueba, como el alumno que agrega unos datos más de lo que le pide su profesor, con el fin de decir “sabía más de lo que me pidió, ¡soy un gran alumno!”, escribí: “Más allá del análisis pormenorizado del mensaje puede ser más interesante y obtener más resultados analizando el porqué del mensaje: ¿Qué necesidad motivó al Fiscal para que enviara ese watsapp? Me animo a decir que el Fiscal estaba en una situación de exaltación generalizada, lindante con lo patológico (deberían intervenir peritos psicólogos y psiquiatras). Luego de la discusión con su ex esposa, luego o poco antes de dejar a su hija en el aeropuerto, luego de la decisión de hacer, finalmente, la imputación, ingresa en una zona de arrebato que él adjudica a su personalidad; una zona de confusión verdad–mentira, referida al escrito, por eso necesita convencerse a sí mismo de que “será justicia”. Conclusión: Se siente un ser superior llamado a una cruzada religiosa. Al final incluí unas palabras más y una pregunta retórica: Un fiscal que lleva semejante caso (AMIA), que va hacer semejante acusación, que ha pasado más de una década entre espías y secretos, que ha intervenido teléfonos, ¿le informa a sus amigos de watsapp que va a emprender una especie de epopeya? No puede dejar de tenerse en cuenta que si bien los argentinos desconocían al Fiscal, incluso la existencia de una fiscalía creada nada más que para ese caso; no debe dejar de tenerse en cuenta que sus amigos, familiares, allegados, incluidos los que reciben el mensaje, sí lo sabían.

Me predispuse para recibir a Daniel. Lo primero que le diré, me dije, es que más allá de lo certero o erróneo que pudiera ser mi análisis del breve texto del Fiscal, lo cierto es que difícilmente pudiera compararse con el que realizó la comisión encargada del caso. Yo corría con una considerable ventaja: había arrancado la maratón de cien metros, unos cincuenta metros más adelante que los otros; aunque lo importante no era el espacio, sino el tiempo que, obviamente, me favorecía. Entonces, la posible diferencia, ahora indescifrable, en los análisis, quizá sería insignificante si se hubieran hecho simultáneamente. No es posible, aun habiéndomelo propuesto, saltar por encima de todos los sucesos que van desde que ese mensaje fue conocido, hasta la conferencia de prensa de la ex del Fiscal, para poner un punto indicativo del principio y el fin de un segmento geométrico.

------------------------------------------------------------------------------------------------


1)    Sobre la conferencia de prensa de S. Arroyo S. (síntesis)

·         Anuncia conclusiones de “prestigiosos peritos”.
·         Insiste en el “rigor científico” de esas conclusiones.
·         Introduce importantes diferencias con los peritos del Cuerpo Médico Forense:
1)     Data de muerte: 36 horas (+ – 04 horas)
2)     Nisman agonizó antes de morir.
3)     El cuerpo fue movido.
4)     No hubo espasmo.
·         Critica a las autoridades porque no le hicieron saber a los familiares de Nisman, su derecho a introducir peritos de parte.

2)    Breve comentario

·         El rigor científico al que alude S. Arroyo S. se basa en el análisis de las grabaciones hechas por Fein en el dpto. de Nisman y durante la autopsia.
·         La respuesta de Fein fue apresurada y casi infantil.
·         Si se acepta la data de muerte, según Arroyo S., quedaría gravemente expuesto D. Lagomarsino. Además, las últimas dos llamadas del teléfono fijo habrían sido hechas en un horario en el que Nisman estaba muerto. Esto lo sabe muy bien la ex esposa de Nisman.
·         También sabe que daría lugar a la idea de magnicidio perfecto, pues las llamadas las habrían hecho el o  los supuestos asesinos, para encubrir horarios y plantar la hipótesis de suicidio.

·         Debe tenerse en cuenta que a la data de muerte de S. Arroyo S., habría que sumarle el supuesto tiempo de agonía.
·         Esto no sólo dejaría expuesto a Lagomarsino, sino también a Berni y, en consecuencia, a CFK.
·         En relación a la agonía, Arroyo S. podría argumentar que existió impericia, abandono de persona, etc. Aunque para esto debería aceptar la hipótesis del suicidio (no excluyente, pero atinado). Sería algo así como el plan “B”, que terminaría dirigiendo la mirada y las culpas a la misma cadena: custodios—Berni—CFK.
·         En cuanto a que los familiares de Nisman no fueron informados del derecho a designar peritos de parte, sólo genera una pregunta: ¿Por qué no les informó ella de ese derecho?
·         Arroyo Salgado ya logró su primer objetivo: volver a cero, embarrar la cancha; estirar los tiempos, teniendo en cuenta que estamos en un año electoral de mucha importancia. Luego, ella lo sabe muy bien, irá por el segundo: Lagomarsino, custodios, Berni, CFK; en ese orden.


3)    Nota completa, sobre la conferencia de prensa de S. Arroyo S. (Publicada en este blog, ese mismo día)

Hoy la jueza de San Isidro y ex mujer de Alberto Nisman dio una inesperada, aunque ordenada, conferencia de prensa. Se encargó de resaltar que lo que iba a anunciar estaba respaldado y eran las conclusiones de prestigiosos peritos del ámbito penal. Insiste en el “rigor científico” de los datos obtenidos, introduciendo importantes diferencias con los peritos del Cuerpo Médico Forense que realizaron la autopsia en el cuerpo de Alberto Nisman. Sus peritos dicen, según ella, que la data de muerte es de 36 horas, (más/ menos 4horas) entre la muerte y la autopsia. Además: No existió espasmo en la mano derecha, dando como único argumento que uno de los peritos vio eso sólo en dos oportunidades y otro sólo en una. Esto, teniendo en cuenta que, aquí la tercera "diferencia", hubo agonía y, por consiguiente, un importante derrame de sangre que se puede observar en los registros realizados a cargo de la fiscal Fein, dice Arroyo Salgado. Y la cuarta diferencia consiste en afirmar que el cuerpo fue movido. También: efectúa una crítica a las autoridades porque no le informaron a los familiares de la víctima que podían designar peritos de parte, para presenciar la autopsia. Luego  da detalles de la trayectoria del proyectil que terminó con la vida de Nisman.

                  Esto se presta para varias lecturas. Lo referente a la data de muerte es decisiva, porque sabiendo Arroyo Salgado que hubieron llamadas del teléfono de Nisman hasta la hora 23, esto implicaría que esa comunicación y la anterior, aproximadamente una hora antes, no fueron hechas por Nisman, sino por algún tercero. Esto ampliaría el plan de los supuestos criminales, para encubrir el homicidio haciéndolo ver como suicidio. Así la idea de magnicidio cobraría más fuerza.

              En cuanto a la agonía es un factor concomitante, o al menos complementario, con la data de muerte. Comprobando uno de los dos sucesos se resuelve el otro. Seguramente la tapa y los títulos electrónicos de los medios dirán: Fue homicidio, como algo comprobado. Murió 36 horas antesEl cuerpo fue movido…, ya sabemos.

              Desde esta página me permito una simple deducción: se trata de una operación de prensa. La fiscal Fein, que respondió unos minutos después a la envestida de A.Salgado, se equivoca en dos cosas: cuando dice que ella llegó tres horas después a la escena y que durante esas horas no hubo personal judicial en el departamento de Nisman, pretendiendo explicar  lo del supuesto movimiento del cuerpo. Ella, con su trayectoria debería saber reconstruir con detalles si hubo o no movimiento del cuerpo y, si en caso de que hubiese sido así, ese movimiento respondió, o no, a la acción de la madre del fiscal y/o a los custodios que ingresaron al departamento. No me imagino una madre, viendo sangre esparcida de su hijo, en el baño, aparentemente sin vida, y que no intente abrirla. Es necesario recordar que el cuerpo de Nisman quedó apoyado en la puerta del baño, por el lado interior. Pero Fein, además se equivoca cuando dice que no quieren desplazarla de la causa. Claro que quieren: A. Salgado y la jueza Palmaghini quieren una fiscal más permeable, insolvente, manipulable, y Fein no da con ese perfil.

                Otra cosa: si sumamos la data de muerte, 36 horas, más la agonía, la declaración de Diego Lagomarsino se cae y quedaría gravemente expuesto en su situación judicial.

                 En suma: A. Salgado quiere derribar lo que hasta ahora eran los datos y las evidencias más certeras (y a Fein), quiere descalificar el informe del Cuerpo Médico Forense, por demás probo. Quiere iniciar una operación política y de prensa de una magnitud que sólo ella y sus socios del F18 (no los familiares) y otros más, conocen su alcance. Seguramente se viene otro F18.

                     Sara y Lidia Garfunkel deben ser citadas nuevamente por Fein, en particular la madre de Nisman. Deberán dar cuenta de las llamadas que recibieron del teléfono del ex fiscal. Lagomarsino deberá ratificar los horarios que declaró. Es decir, A. Salgado va a lograr su primer objetivo: empezar de cero, "ensuciar la cancha". Luego seguirá por el más importante: involucrar en el homicidio, que ella ha pergeñado en su mente, a custodios, pero fundamentalmente a Berni y, como consecuencia  directa, a CFK.

                  ¡Cuidado! Qué los argentinos no seamos, una vez más, víctimas de una operación de prensa de dudosa procedencia. La fiscal Fein deberá ajustarse el cinturón y, con valentía, poner las cosas en su lugar en el tiempo más breve posible. Deberá citar a los peritos de parte de A. Salgado, para expliquen sus conclusiones y “evidencias científicas”, obtenidas a partir de la observación de los registros (fotos y videos) realizados por Fein. Sara Garfunkel deberá decir la verdad, incluido el contenido de las cajas de seguridad y las cuentas bancarias que su hijo tenía con ella y que vació con ligereza. (Analizado este aspecto, Sara G, no parece haber estado muy conmovida: la conmoción produce parálisis, inacción. O estaba bien asesorada por su ex nuera)
                Arroyo Salgado también deberá responder su propia pregunta: ¿Por qué no le informó a los familiares, de su ex esposo, que podían poner peritos de parte? 
La pregunta retórica del título no es correcta.
Es más certero decir: Arroyo Salgado/Operación política y de prensa vs. Verdad.

4)    Posibles causas del disparo, sin intención certera de suicidarse.
1)     La 22 estaba empuñada sin firmeza.
2)     Esto da lugar a diversas suposiciones: se disparó sin intención de matarse (a esta altura, absolutamente improbable; lo que no quiere decir que no sea posible);
3)     o vaciló en el instante previo al de accionar el arma;
4)     o se arrepintió y el disparo se le escapó;
5)     o juega una especie de lotería, como parte de la vacilación, y decide disparar el arma para que el proyectil entre o no, para que le provoque la muerte o no… Esto no es imposible ni tampoco una locura: Bastaría consultar a un puñado de suicidas, que sobrevivieron, para corroborar la existencia de esta idea, frecuente, como fase preliminar  al intento suicida.

5)          Posibles causas del suicidio. Indicios.

1)    El día 18 de enero el Fiscal no tenía ningún escrito, ni anotaciones de ninguna clase que indicara que se estaba preparando para una exposición ante los legisladores, citada para el 19.
2)    Por consiguiente, sabía que no llegaría a esa presentación por dos posibles causas: estaría internado en un hospital, o estaría muerto.
3)    No obstante, se puede presumir que se estaba preparando para esa exposición  ante los legisladores, teniendo en cuenta que sobre su mesa estaba la denuncia que presentó ante el juez Lijo, un resaltador y, según información pública, algunos párrafos resaltados.
4)    Pero también se puede presumir que la relectura de esa presentación infundada (él lo sabe muy bien), y casi disparatada, lo sume en una angustia mayor, que posiblemente venía padeciendo, sin saberlo, en esos días posteriores a la denuncia.
5)    Entonces: es una persona honesta y perfeccionista (según el relato de Lagomarsino, publicado por la revista RS) que ha procedido de una manera no coherente con sus propios principios. A cualquiera le puede suceder esto. Diría: ¿A quién no le sucedió alguna vez? Pero no se trata de una simple incoherencia, pasajera, que se pueda superar en tres o cuatro días, hasta olvidar el hecho. Nisman no es una persona común. Es el fiscal de la causa que investiga el atentado terrorista  más trágico de la historia argentina y ha hecho una incriminación de resonancia internacional, pero, insisto, absolutamente disparatada. También insisto en esto: él tiene plena conciencia de la insolvencia de su denuncia. 
6)    Hace bajar a Lagomarsino por el ascensor principal y lo saluda desde la puerta (según Lagomarsino en revista RS). Se asegura que sea visto salir para no implicarlo en la muerte, o en el disparo, que sabe que ocurrirá en pocas horas.
7)     Nadie puede dudar que el ánimo y/o el juicio del Fiscal estaba alterado:

Viaje a Europa con alta connotación emocional.
Discusión con su ex esposa que se opone a la presentación que hará y otros intercambios en relación a sus hijas.
La operación constante, sobre el Fiscal, de Stiuso y su gente.
Presión de la embajada de Estados Unidos.
Presión (lógica) de las comunidades israelitas, de los familiares de las víctimas y de la sociedad en general.
Han pasado diez años al frente de la UFI–AMIA, sin avanzar en nada.
Stiuso, su hombre de confianza, ya no puede trabajar con él.

8)     Estado de ansiedad generalizado. Todo lo quiere hacer con apuro: restablecer una buena relación con sus hijas, volver de Europa urgentemente, reintegrarse a la UFI–AMIA antes del término de su licencia, presentar la denuncia contra CFK y otros…
9)     No puede dejar de tenerse en cuenta que en la autopsia del CMF se encuentra: alcohol en el estómago y benzodiacepina en sangre. Este psicotrópico combinado con una pequeña ingesta de bebida alcohólica se potencia.
10)  Han pasado diez años al frente de la UFI–AMIA, sin haber avanzado en nada.
11)  Haber estado sujeto, durante todo ese tiempo, al dictado de la Embajada.
12)  Haber dejado, tal vez delegado, la investigación en manos de Stiuso.
13)  Estado público de su relación con la embajada de EEUU (léase también FBI), a través de los wikileaks que da a conocer Santiago O’ Donnell.
14)  Haber abandonado la investigación de la conexión interna y la pista siria.
15)  Insolvencia (él lo sabe muy bien) del escrito incriminatorio que presentó ante el juez Lijo. Lagomarsino en la conferencia de prensa que da luego de declarar ante Fein dice algo que no ha sido tomado suficientemente en cuenta. Su secretario cuenta que Nisman le dijo: tengo más miedo de que sea cierto de que no lo sea. Esto evidencia, por demás, el estado de inseguridad de Nisman y la falta de credibilidad en él mismo y, fundamentalmente, en la denuncia que presenta..
16)  Arrepentimiento de la denuncia que presenta contra CFK, el Canciller y otros.





   ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

La cuarta hipótesis
Primera entrega

22 de enero.

No tengo dudas: la Humanidad es un accidente del planeta que hemos denominado Tierra que, su vez, es un accidente de lo que hemos denominado Galaxia o universo o lo que sea que sea esto que supuestamente existe. Pienso en el suceso del Fiscal y me detengo en los hombres  en esta… Humanidad y no encuentro un camino mejor que remitirme a Milan Kundera: “El gesto brutal del pintor: sobre Francis Bacon”. En este breve ensayo que, me animo a decir, trata sobre la belleza y la “brutalidad” del  Yo, Kundera (a quien tuve la particular suerte de conocer en Francia —¿un accidente más,  aun habiendo sido buscado?—) utiliza términos, traducción de por medio, como “…la mano violadora del pintor se apodera con un gesto brutal de la cara de sus modelos, para encontrar, en algún lugar en profundidad, su yo sepultado”. Sintetizando a Kundera (perdonen este crimen), podría decir que asocia la obra de Bacon, en particular sus trípticos, a esa brutalidad del yo.
Casualmente… estaba repasando, releyendo ese texto, cuando ocurrió lo del Fiscal: no tuve otra opción más pura que pensar, nuevamente, en los accidentes. Con un poco de sarcasmo e ignorante de lo que luego me sucedería, me dije: “si la humanidad es un accidente de alguna historia, yo soy el prototipo; me reí internamente. ¿Y qué opinión surgió en mí al escuchar las diferentes versiones?: ninguna. Absolutamente ninguna. Ni siquiera una idea coherente surgía en mi mente. Pero… pasaron algunos días, exactamente el 22 de enero, y se acercó a mí ese Hombre que aseguró tenía la “orden” de transmitirme la verdad sobre lo sucedido: lo primero que me dijo fue que tenían (“tenemos”, me dijo, en un indescifrable plural) “pruebas contundentes” de lo que me contaría. Pero eso sucedió después. Antes, como dije, no podía configurarme una idea levemente cercana a lo acontecido. Así, surgió en mí una desazón indescriptible que me llevó a pensar que no había sido suicidio, que no había homicidio, que lo de “suicidio inducido” era una pavada de los medios y decidí olvidarme del tema, y de esas especulaciones mías, porque si no era nada de eso, qué era. ¿Un accidente?: ¡absurdo e imposible!; los medios ya habían dado a conocer sus reiteradas visitas a polígonos. Sin embargo los otros “no”: no suicidio, no homicidio, lamentablemente para mí, fueron confirmados por el Informante, quien me contó con detalles lo ocurrido, algo verdaderamente tenebroso, propio de un relato literario negro.  Insisto: en los primeros días me sumergí en una intensa confusión, y creo que lo mismo le sucedió a medio país. Excluyo la otra mitad, pues pertenecen a algún servicio de inteligencia, o de contrainteligencia, o de inteligencia paraestatal,  o son colaboradores. O delincuentes que cambian información por liberación de zonas, sin saber, ni querer saber, a quién, verdaderamente le entregan esa información.
Un fiscal había muerto y la desazón y la incertidumbre se apoderó de mí; y la mejor salida que encontré fue recordar que acababa de regresar de Córdoba de unas apaciguadas, aunque breves, vacaciones. Estuve alojado en el Apart Hotel Candy y a quien sea que lea esta confesión le recomiendo que no deje de visitarlo. Se encuentra en Villa General Belgrano, que los cordobeses denominan, como lo hacen con todos los destinos turísticos de esa provincia, “un lugar encantado”, o “encantador” o “maravilloso” que, por supuesto, no lo es. Pero sí puedo afirmar que alguno de esos lugares comunes que usan ellos, producto de una vieja comprensión de la importancia del turismo en las economías provinciales, son ciertos: Me refiero a expresiones como “un lugar para el relax”, para “mitigar el estrés”…
            Disculpen debo abandonar urgentemente la página (tuve una nueva “interrupción”. Es tarde, son más de las cuatro de la mañana del día 23 y me está ocurriendo lo que sucedió más temprano cuando, antes de tomar la decisión de hacer público este documento, estaba repasando información en internet sobre lo del Fiscal e inexplicablemente, luego de unas horas de “investigación”, abría una página de Nación o de Página 12 y en lugar de encontrar la nota esperada me sorprendía con la presencia de una propuesta de chat con, seguramente, alguna prostituta. O, al intentar abrir esos sitios me aparecía una recomendación de no hacerlo pues no era seguro y “corría riesgo” mi equipo. Lo mismo me acaba de suceder en tres oportunidades. De esto tampoco tengo dudas: mi IP ha sido identificada, mi pc ha sido jaqueada. Mañana continúo desde otro… lugar.


    




La cuarta hipótesis
Segunda entrega


23 de enero

Ante todo debo pedir disculpas por la “ligereza” del texto que subí anoche. Luego de la ardua “lucha” contra las “interrupciones”, me fui a dormir. Todavía hacía mucho calor, encendí el televisor para saber la temperatura: 31 grados, indicaba la parte inferior derecha de la pantalla. Pensé que entre la temperatura, mi confesión pública, la imagen mental nítida e intermitente del Informante, las interrupciones, etcétera, no podría conciliar el sueño. No fue así: intencionalmente comencé a repasar imágenes que me resultaran agradables y, así, volví a Córdoba. Recordé la grata temperatura del agua de la pileta climatizada, me vi sumergido en ella hasta el cuello y haciendo breves nados de una punta a otra de la pileta de unos veinte metros de largo. Vi las pérgolas con esa enredadera verde que deja asomar, tupidamente, una flor relativamente cónica que mezcla los colores rosa, naranja (predominante), rojizos y seguramente otros que mi escasa cultura visual, en cuanto a colores se refiere, no me permitió ver. Según uno de los empleados de mantenimiento, es conocida, esa enredadera, como “clarinete”; y en efecto para describirla es mucho más oportuno decir que tiene la forma de ese instrumento musical y no, como dije antes, cónica. Caminaba por el pequeño centro de Villa General Belgrano. Vi los pintorescos (otro cordobesismo) restaurantes alemanes (¿qué alemanes?). Caminaba por calle Ojo de Agua y a medida que me alejaba del núcleo del pequeño centro comercial, las luces disminuían; ingresaba a la zona residencial; ya habían quedado tras de mí los comercios, las luces, los autos estacionados y en movimiento, la música de algunos restaurantes, las farolas de las veredas, la luz artificial intensa, el ruidoso show frente a la iglesia; así, las veredas y las casas se apagaban, todo se oscurecía; al fin: vi la noche; no pude saber más nada hasta pasadas las ocho de la mañana, cuando desperté, recordé lo que había escrito en la madrugada y mis ojos se transformaron en dos estrellas luminosas incapaces de parpadear. Ante la urgencia de la publicación, cuatro horas de descanso fueron más que suficiente para poder retomar el trabajo que me había propuesto. Es cierto: sentía algo de miedo y, mientras desayunaba, vacilaba y me preguntaba si debía seguir, pero el miedo no es una cualidad que me caracterice. Pensé: “por qué no se hacía cargo el Informante de hacer público semejante análisis, ese atroz relato de él, y recordé sus primeras palabras, que fueron una afirmación imperativa: “usted que es escritor y periodista, tengo información que me han dado. Información segura, que proviene de lo más alto”. Reiteró: usted es escritor, es periodista. Sabrá cómo comunicar esta verdad”.  Apabulle acacias.
El Hombre se había acercado a mí, amablemente, con un cordial “buenas tardes”. Yo acababa de salir de mi departamento y me dirigía a las cocheras de alquiler, distantes a cuatro cuadras y media. Era lo más cercano que había podido conseguir desde que había alquilado sobre Houssay. Era indudable que conocía mis movimientos; ya había quedado más que claro que sabía bastante de mí en cuanto a mis actividades… En fin como dice mi lejano amigo (graciosamente, las veces que nos hemos encontrado, dos veces en Francia, específicamente en París y una en Madrid, lo llamo Mil o Milé o Mei), los comportamientos, de las personas, son “estadísticamente calculables, sus opiniones manipulables, y que, así las cosas, el Hombre es menos un individuo (un sujeto) que un elemento de una masa.” (Nada nuevo, pero…, lo dice Milan, en el 2009). Resumiendo, el Hombre, el informante, Daniel o quien quiera que sea medice:
La decisión del Fiscal, esa que menciona en el whatapp que envía a su grupo, en realidad ya la había tomado antes de su viaje a Holanda. Lo de Holanda era algo que tenía pendiente con su hija, por eso viaja; además quería dejarle una buena impresión, un lindo recuerdo, por si las cosas no salían como las había pensado en Buenos Aires. Sin embargo, en Ámsterdam, un moreno, que no sabe quién es el Fiscal (en realidad fuera de los altos ámbitos judiciales y políticos, nadie lo conoce. Para los argentinos en general, el Fiscal es un desconocido, nadie ha escuchado ese apellido, nadie sabe que existe una Fiscalía creada especialmente para dilucidar el atentado contra la A.M.I.A.), tiene la orden de entregarle un teléfono celular que, luego de  recibido el primero y único mensaje deberá destruir parte por parte y arrojarlo en forma diseminada en lugares como contenedores o cursos de agua. Y así sucede. El mensaje lo recibe unos minutos después de que el moreno le dejara el teléfono. Su contenido es claro: en Argentina se está preparando su destitución o pedido de renuncia o alejamiento, debido a que lleva más de diez años al frente de la causa y no ha logrado absolutamente nada. Servicios de por medio, muchos saben el contenido de la imputación que está preparando. Claro que no es todo esto lo que dice el mensaje, pues éste se limita a unas pocas palabras, tal vez estas: “quieren desplazarlo de la causa. Debe seguir hasta las últimas consecuencias”. “Al igual que nosotros, ellos conocen el escrito”. Y luego el número de una cuenta bancaria, un monto en dólares, el nombre de un banco fantasma y su ubicación en un paraíso fiscal. Además: una clave; los nombres de los titulares de la cuenta que son él y su ex esposa, “indistintamente”; unas palabras que esconden el motivo real de la alta suma de dinero depositada allí: “le servirá para la investigación”. El Fiscal también advierte que si es destituido y alguna iniciativa judicial atenta contra sus bienes tiene un respaldo que asegurará su futuro y el de su familia. Piensa que puede tratarse de una trampa, pero más cree que se trata de sus amigos de la Embajada, cuya relación fue revelada por  Wikileaks. Como dice Kollmann: “En la colección de cables de la embajada norteamericana en Buenos Aires, dados a conocer por Wikileaks, hay decenas de informes de visitas de Nisman a la delegación diplomática donde discutía la orientación de la causa, pedía disculpas por no avisar de tal o cual medida que tomó y les enviaba textos que recién después presentaría a la Justicia”.
Pero el Fiscal no piensa que esté trabajando para otro que no sea para él y para la investigación. No cree, no se ve, arrodillado frente a la Embajada, sino de pie, frente a frente, como dos poderes que se “quieren” y que se necesitan mutuamente. Su personalidad es firme, sólida, hozada: se siente bien con él mismo, su ánimo está en elevación, su habitual seguridad cobra una dimensión sobrehumana; su ansiedad no le permite dormir la cantidad de horas que dormía. Las noches en Ámsterdam y en los días posteriores, se le hacen interminables. Hasta se le hace difícil disfrutar el paseo con su hija; incluso ella le hace un reclamo en ese sentido: “lo vi preocupado, como si estuviera alejado de lo que estábamos viviendo”, testificará en algún momento. El Fiscal no se da cuenta que dormir poco puede alterarle el juicio, pero no se preocupa por el sueño, le sobran energías y ansias de grandeza; pero lo cierto es que está altamente estresado y la serotonina comienza a escasear en su cerebro, mientras que la noradrenalina asume un rol lindante y similar a la anfetamina. Está obsesionado y un poco paranoico; no puede disfrutar de nada, ni siquiera de la compañía de su hija; pero no se da cuenta. En todos los lugares donde está, presiente que lo siguen, que lo observan… Entonces: toma una decisión. Debe ganarles de mano. No puede permitir que sea desplazado de la causa sin pena ni gloria; o, en todo caso, con pena, pues sabe que lleva más de diez años sin haber aportado absolutamente nada para su esclarecimiento. Ha decidido, entonces, imputar a las más altas autoridades por encubrimiento. Sabe que no tiene nada para  imputar a nadie. Sabe lo que es una falacia, pero no ha estudiado ni conoce ningún tipo de clasificación, sin embargo, aunque exactamente no lo sepa recurre a una de ellas: argumento ad consequentiam o argumentum ad consequentiam  (en latín, según Wikipedia, "dirigido a las consecuencias"). Se trata de una falacia que pretende sostener un argumento en función de las consecuencias que generó o que puede generar. 
Y las consecuencias que imagina se cumplen: primero, alto impacto mediático: el asunto se transforma en agenda temática que, todo parece indicar, no será una cuestión pasajera; segundo, credibilidad de su denuncia, con ayuda de ese impacto. Ratifica una de sus hipótesis ocultas: la verdad y la veracidad es una construcción discursiva que, en Argentina, está a cargo de los medios masivos de comunicación.
Así, su sobre-humanidad crece, da un nuevo salto: es hora de ejecutar el segundo paso, es hora del gesto brutal: debe darse un tiro, pero no tiene que suicidarse.




Tercera entrega

24 de enero


—¿Usted piensa que un fiscal, que puede tener y hasta portar el arma que quiera, por ejemplo una 9 milímetros, va a pedir prestada una pistola 22 para defenderse?
El Hombre caminaba a mi lado y hablaba con soltura, con voz grave, como quien no tiene preocupación alguna y va, junto a un amigo, a jugar una partida de golf, pero luego de la pregunta retórica, me tocó el brazo indicándome que me detuviera. Nos pusimos frente a frente:
—Imagine —me dijo— que usted cree que pueden atentar contra su vida, usted es fiscal, ¿sí?, puede tener (de hecho tiene) y hasta portar, armas como la que le mencioné. Cree que pueden matarlo. Estando en semejante situación de tensión y temor a perder la vida, pero valentía para defenderse. Una valentía acorde a su personalidad. Es fiscal de una de las causas más complejas y complicadas de la historia de la justicia argentina: ¿Usted piensa que usted, yo, mucho más el Fiscal, pensaría que quien o quienes vienen a matarnos, va a venir con un cuchillito de plástico? Si usted cree que el potencial asesino proviene de lo más alto de algún poder, sea el que fuera, va a llegar a su departamento con alto poder de fuego, terminología y situación que conocemos, ¿no?, ¿va a pedir prestada una Bersa Thunder 22? ¿No le parece absurdo?
Dijo estas palabras y me indicó, con una sonrisa y un gesto de cabeza, que siguiéramos caminado.
Como le sucede al personaje narrador de Borges en Rosendo Juárez, deduzco ahora, que “algo de autoritario” debe haber tenido el Hombre, porque yo hacía caso a sus señas; respetaba, sepulcralmente, sus pausas; no le rebatía nada ni lo interrogaba: había logrado anularme todas las facultades intelectuales, excepto la de escuchar y guardar en la memoria. Hasta en la forma de caminar me sometía  seguía su ritmo, que era de pasos largos, pero lentos y seguros; aunque me daba la impresión de que era una forma estudiada de caminar, percibía algo teatral en ese y otros comportamientos.
Como me dijo, el mismo razonamiento referido a la supuesta necesidad de contar con un instrumento de autodefensa, era aplicable al suicidio:
—Ahora imagine una situación similar para la hipótesis del suicidio, todo sigue igual: usted es fiscal interviniente en un caso de máxima importancia. Por el motivo que sea decide matarse, ¿elige un arma calibre 22, teniendo a disposición otras de calibre grueso? Y aun suponiendo que esa 22 es el arma que tiene más a mano, ¿decidiría dispararse en la sien y no a través del paladar superior para que el pequeño proyectil atraviese sin dificultad los obstáculos óseos y llegue al centro del cerebro haciéndolo estallar?
Yo seguía atentamente y de manera concentrada las palabras del Hombre, pero ya habíamos llegado a las cocheras de alquiler donde me esperaba mi auto. Por eso, y con el fin de no cambiar nada, para que el extraño concluyera de una vez con su promesa de contarme la verdad y entregarme las supuestas pruebas, al llegar a la vereda  de las cocheras seguí caminando como si nada. Apenas habíamos dados unos pasos al frente de la propiedad siguiente se detuvo. Miró hacia arriba y hacia los costados:
—Nos estamos pasando —me dijo imprevistamente, mientras giraba sobre sus pies, desandaba unos pasos y me indicaba que lo siguiera. Ambos nos ubicábamos frente al portón de salida de las cocheras.

Por otro lado, me aseguró que un arma de ese calibre sólo deja  en las manos, la ropa, el pelo o cualquier parte del cuerpo “millonésimas de gramo de residuos” y se tienen que cumplir “determinadas condiciones” para poder detectarlas. Esto hace posible que el “barrido electrónico” pueda arrojar un resultado negativo.
—Además tenga en cuenta que el arma fue hallada debajo del cuerpo del Fiscal, su mano puede haber caído rosando el piso o alguna pared colaborando con la eliminación de las macropartículas; agréguele a esto el hecho de que el cuerpo fue encontrado al menos diez horas después de su muerte, que no es sinónimo de diez horas después del disparo. Pero lo más importante y que impide que el rastreo electrónico sea positivo es por lo que hace el Fiscal, que conoce de esto y sabe muy bien cómo lograr ese resultado. Ahora lo dejo, ya tiene bastante para escribir. Usted es escritor de ficciones, de algunas novelas históricas… —hizo una pausa—. Cómo decírselo, a ver… —otra pausa—, agréguele lo que quiera. Descríbame a mí como le parezca, haga lo que se le antoje con los… escenarios, ¿sí?, pero no modifique la esencia de lo que le he revelado. Piense que usted es un… elegido, por su objetividad y por su forma rigurosa de escribir novelas históricas, notas periodísticas y guiones para cine y documentales. Es un elegido y un privilegiado, no sea ingrato con la realidad por más que le cueste creerla, por más… —parecía, por primera vez, que hacía un esfuerzo para encontrar las palabras precisas— exótica que le resulte. Luego le contaré el resto.
Comenzaba a alejarse y yo balbuceé otro monosílabo. “Pero”, alcancé a decir cuando comenzaba a alejarse y el Hombre giró a medias su cuerpo, levantó su brazo y con el dedo índice de la mano señalándome me dijo, simplemente, “yo lo ubico, quédese tranquilo, va a saber la historia completa.”






La cuarta hipótesis
Tercera entrega



24 de enero

No saqué el auto, no fui a ningún lado, volví a mi departamento y me puse a escribir. El dilema más fuerte que se me presentaba era decidir a qué medio de comunicación le enviaría la “revelación”. Como periodista independiente, podía elegir entre dos o tres opciones. A las ocho ya me encontraba frente a mi máquina, nuevamente, con el fin de continuar escribiendo algo más que un relato. A las nueve, aproximadamente, el texto escrito se encontraba exactamente igual que a las ocho, pero había encontrado una forma interesante de publicar la cuarta hipótesis; fundamentalmente una manera que hiciera posible la publicación, pues, a esa altura, tenía la certeza de que ninguno de los tres diarios amigos publicaría la versión que me había descrito  el Hombre (¿S.I.?). Un poco antes de las diez de la mañana el texto ya tenía la forma que decidí: ficción literaria, y que, conjeturé, sería publicable; ya se había desplazado en Word unas tres páginas. Pasadas las once (cinco páginas) sentí que descendía mi rendimiento. Dormir poco, o mucho menos de lo habitual, hacía estragos en mi capacidad, bastante lenta, para escribir. Decidí, primero, tomarme un café bien cargado. Lo hice, pero cuando la cafetera largó su pitillo de aviso de fin de su tarea yo ya había decidido recostarme un rato y lo escuché desde la cama. Sólo me había sacado los zapatos y estaba boca arriba con las piernas cruzadas y las manos debajo de la nuca. Me iba quedando dormido, el caos de imágenes comenzaba a adueñarse de mi consciente cuando me di cuenta que en definitiva el Hombre no me había dicho nada relevante: sólo había esbozado una posibilidad. Surgió en mí la nítida necesidad de denunciar al Hombre, a través de uno de los diarios. Es decir, hacer exactamente lo contrario a lo que había decidido: publicar con la mayor exactitud posible lo que me había ocurrido, pero a modo de denuncia relacionada con el accionar de los Servicios de Inteligencia. Tenía en claro que mi blog (Estadística Google: promedio de cinco mil visitas diarias, aproximadamente), ya estaba escrito con la primera versión, pero sólo se trataba de editar la entrada. O subir otro texto que explicara todo, incluyendo el error, el apresuramiento, de haber publicado el texto de la entrada anterior; “no lo maduré lo suficiente”, diría como excusa; o: “fui víctima de un engaño, pido disculpas”…
Antes de las doce me levanté, tomé el café que había preparado, en una taza grande; “necesito estar bien despierto”, me dije. A las doce en punto sonó el portero de mi departamento. Atendí y escuché la particular voz:
—Soy yo. ¿Continuamos?
—Claro, por supuesto, estoy ansioso; creí que no volvería a verlo, ¿quiere subir o prefiere caminar? También podríamos ir a almorzar… —me interrumpió.
—Prefiero subir, ábrame la puerta, ahora, por favor.
Le hice caso. Apenas estuvo arriba volvió a pedirme disculpas, me dijo que estaba acostumbrado a este tipo de tareas y que obraba así, “apurando la situación”, para evitar dar tiempo a que alguien, en este caso yo, active alguna cámara o un micrófono. Volvió a pedirme disculpas:
—Disculpe, pero el protocolo indica que debo hacer esto.
Estaba vestido con la misma bermuda, de color verde oscuro, del día anterior. Los mismos zapatos tipo mocasín, gamuzados, de color claro. Sólo había cambiado su remera; ahora tenía puesta una de color negra, al igual que la del día anterior era ancha y bastante larga. No tenía dudas que debajo de ella podría tener un arma sin que nadie lo notara. Dijo lo del protocolo y de inmediato sacó de una riñonera un aparato. Hizo un pip cuando lo encendió. Comenzó a recorrer todo el ambiente (Mi cocina comedor y living; integrados amplios y cómodos).
—Es el protocolo —volvió a repetir—. Debo asegurarme de que no haya micrófonos ni cámaras —dijo, mientras caminaba y apuntaba el aparatito hacia diferentes lugares y simultáneamente accionaba una especie de perilla—. Todo está bien. Se está portando acorde a lo esperado. Nos gustó el relato que hizo en su blog; hasta hace una hora ya llevaba más de ocho mil visitas.
¡Ni a mí se me había ocurrido revisar la estadística! ¡Tenía muy en claro que, supuestamente, únicamente yo podía acceder a esa información! Me sentí invadido; sí: invadido, más que vigilado, perseguido, o acosado por esa paranoia que relatan constantemente muchos periodistas y algunos políticos. Se me cruzaron por la cabeza mil cosas para decirle e incluso la idea de echarlo. Lo pensé unos segundos y finalmente pregunté:
— ¿Prefiere que nos ubiquemos en los sillones o en la mesa?
—En los sillones. Debe estar cansado. Anoche se acostó a las cuatro de la madrugada y se levantó a las pocas horas —dijo eso, mientras volvían a sucederse en mi mente ideas de “invasión”, en este caso a mi intimidad. Recordé el instante en el que el aparatito comenzó a lanzar unos pic cortos y seguidos. Saqué una conclusión: efectivamente había alguna cámara, pero no la había instalado yo, sino, ellos. Aunque también era probable que una observación simple, desde el exterior del edificio, del apagado y encendido de luces, les arrojaría una evidencia de mis comportamientos inequívoca. Otra opción que pensé después fue que habrían estado observándome desde el edificio de enfrente: a través de las cortinas mi sombra, de las luces interiores o del sol de las primeras horas (mi departamento da hacia el Este) les habría indicado todos mis movimientos, incluso cuando preparé el café o fui al baño.
La sensación que sentí fue de una intimidación amable: como si ellos me quisieran decir “si queremos podemos saber todo de vos”, o, directamente: “conocemos todos tus movimientos y hasta lo que escribís, incluidas las palabras que borrás; incluso lo que pensás”.


—El Fiscal ya había modelado su investigación, transformándola en una falacia. Nada le costaba seguir manipulando hechos a favor de su hipótesis que, usted sabe, era insostenible. No duraba en pie ni un mes (que políticamente es mucho). Los principales juristas del país, además del oficialismo con toda su batería… —Quedó callado por unos instantes. En este caso, me dio la impresión que no estaba buscando ni la palabra ni la expresión precisa y ajustada a la situación. Mi impresión fue que se había ido, que algo le trajo a la memoria algún suceso que le resultaba traumático…, tal vez un homicidio; quizá venía de asesinar a… un fiscal. Pensé esto y una risa interna recorrió mi cuerpo. Él continuó:
—… Usted sabe a qué me refiero. En esto puedo fallar: no soy político y no me gusta la política, y mucho menos meterme.
Ante semejante aberración hasta se me pasó por la cabeza que me estaba tomando el pelo o, tal vez, probándome. Por eso me animé a hablar:
  —Con toda la información política que tiene me dice que no le gusta meterse, que no le gusta la política.
—Exactamente. Este es mi trabajo. Si lo quiere llamar de alguna manera soy… un… investigador. Nada más que eso, un investigador, un curioso más; este es mi trabajo y todos los meses tengo depositado mi sueldo y los eventuales gastos operativos que haya tenido… Algo más: no se esfuerce en creerlo, le costará  mucho y le producirá cierta… angustia diría yo. Simplemente, créalo.
—¿Un curioso?
—Sí. Es la mejor manera de calificarme. Incluso lo de investigador suena a detective… ¿un Sherlock Holmes?  Ahora que lo pienso, también suena a espía…Sí, por qué no, también suena a espía. ¿Un cero cero siete? No, de ninguna manera. Qué… curioso, de chico me gustaba el Agente 086.
—A mí me suena a Secretaría de inteligencia, o, popularmente, SIDE.
—SIDE. Sí, sí, SIDE, algo sé. Me suena bastante. —Las expresiones del Hombre: su cara, su modo de reacomodarse en el sillón, sus piernas cruzadas…, habían tomado un aire burlesco.
En ese instante me di cuenta que había destinado demasiado tiempo en la redacción del texto que había subido a mi blog y que no había pensado ni un minuto la estrategia de abordaje al Hombre. Intenté hacer tiempo, para pensar, con la conocida táctica periodística de reportaje, es decir, hacer preguntas irrelevantes para ablandar al entrevistado y de a poco ir a lo que se pretende obtener.
—¿Cómo se llama? —le pregunté, mientras me ponía de pie—. No pretendo que me diga su nombre verdadero ni el de… Inteligencia, sólo para tener un modo de llamarlo.
—Sí, está bien, prefiero eso antes que esa denominación…, Hombre, con la que me describió en su escrito. Además ya la utilizó en otro texto…; creo que el título de ese escrito era… —hizo como si estuviera pensando; a mí me pareció una hipocresía o, al menos, un artificio más—, Asesinaron a…, la verdad que no recuerdo el apellido del —hizo una pausa y sonrió—.
—Vessica… —me interrumpió.
—Exacto. Sí. Vessica. Un buen policial. Creo que también está basado en hechos reales, ¿no?
—Sí, aunque algunos desconfíen, como seguramente será este caso, está basado en sucesos que, lamentablemente, ocurrieron. —Me senté nuevamente en la punta del sillón de estructura de algarrobo y almohadones de tela color beige—. ¡No me ha dicho suuu… nombre! —Dije en forma espontánea y con un tono ligeramente jocoso, pues me di cuenta que si quería sacarle más información de la que tenía ordenada darme, debía cambiar mi actitud, debía ocultar, principalmente, mi desconfianza.
—Daniel —dijo a secas.
—Bien, ¡bien! —jocosamente—, ya tengo una forma de llamarlo. Además es el nombre de mi mejor amigo de la adolescencia —mentí, para romper el hielo y tomar la punta en la charla. “Debo proceder como si fuera un entrevistado más”, me dije.
—Ah, creía que su mejor amigo de la infancia se llamaba… —extrajo una libretita, de no más de diez por cinco centímetros—, creo que Alfredo —hojeaba la libretita—. Sí. Alfredo Méndez.
—Sí, claro, fue otro de mis mejores amigos.
—Reviso la lista —dijo, mientras leía y daba vuelta una página—. No lo encuentro, pero la verdad es que la letra es tan pequeña que necesito esto —rió y extrajo del mismo bolsillo un par de anteojos. Se los colocó, volvió a repasar la lista y finalmente concluyó—: No. Ningún Daniel, pero puede ser un error. Tal vez un error tipográfico de la documentación que recibí por internet. A lo mejor la chica que escribía tipió mal, en vez de oprimir las le tras a, ele, efe, ere, e, de, o; es decir, Al-fre-do, sus dedos se torcieron o se encapricharon en tipiar: de, a, ene, i, e, ele; es decir Da-niel.
—Se deben haber equivocado —dije con un tonito algo estúpido.
 Daniel (o como sea que se llame), descruzó sus piernas, acercó sus glúteos a la punta del sillón, acercó su cara hacia mí y prosiguió con su intimidación:
—Nosotros no nos equivocamos.
No estaba dispuesto a dejarme intimidar (diría maltratar) a cambio de una información que, al final de cuentas, siempre sería dudosa, excepto si verdaderamente me daba algún tipo de prueba relativamente confiable, como un correo electrónico, una grabación, un mensaje de texto, un whatsapp, o cualquier cosa similar o no. Por eso hice lo mismo que él: desplacé mi cuerpo hacia la punta del sillón, acerqué mi cara a la de él y le dije:
—Ah, claro, ahora entiendo. Usted no pertenece a la Secretaría de Información o, si quiere a la Secretaría de Información del Estado. Claro, ahora estoy seguro: usted es de la SIPE.
Daniel lo pensó por unos instantes y cayó en mi infantil trampa:
—¿SIPE? —preguntó—. ¿Qué es eso? —Luego de pensar unos segundos.
—Secretaría de Informes Perfectos.
Primero rió, luego, con absoluta seriedad, me dijo:
—Esto no es un juego, ¿qué le pasa? Lo eligen para publicar la verdad sobre el caso del Fiscal y usted se lo toma en joda; pero por la puta madre, me dijeron que usted era una persona seria y confiable y que protegía sus fuentes de información, ¡qué carajo che!
La forma en que dijo eso, el tono militar, me hicieron pensar que no había hecho mal en decirle lo que le dije. Al contrario, había logrado alterarlo y descubrir que no se trataba de un civil. Su tono y sus palabras me habían dado la certeza de que se trataba de un policía de investigaciones o, lo que me pareció más probable, un reclutado, por la Secretaría, de alguna de las tres fuerzas armadas.
—Y deje de hablar de “Secretaría”, tradúzcalo como corresponde, la “S”, usted lo sabe muy bien, debe ser interpretada como “Servicios” y la “I” como “Inteligencia”.
Dijo eso y volvió a acomodarse en el sillón en medio de un suspiro que, me pareció, una vez más, una sobreactuación teatral. En ese instante me pregunté si verdaderamente había logrado sacarlo de sí o si sólo se trataba de una interpretación más, de su parte, del guión, que tenía escrito. Iba a responderle cuando, desde una de sus piernas comenzó a sonar una canción de Vicentico (creo que Paisaje). Con apuro hurgó en el bolsillo derecho de su bermuda verde claro. Extrajo el teléfono celular, miró la pantalla, tocó en un sector y directamente dijo “mi amor”. Luego de unos segundos: “Sí me ha ido bastante bien”. Otros segundos: “me encargaron fundamentalmente calzados de moda y, vos sabés, siempre me piden de los económicos”. Otros segundos: “panchitas, ojotas, sandalias”. Luego: “sí, las zapaterías de siempre”. Unos segundos más escuchando lo que le decía su amor: “no, no voy a comer, no hago tiempo”. Inmediatamente después, posiblemente interrumpiendo a su interlocutor o interlocutora: “ahora no puedo hablar de eso, estoy con un cliente…”. “Sí, sí, en la noche, mientras cenamos”.
—Le he prometido a mi esposa un viaje a Varadero, ya estuvimos allí hace unos años... —Lo interrumpí: una furia interior me recorría.
            —No puedo creerlo. ¡Ni su esposa sabe a qué se dedica! ¡Le miente descaradamente!  —tomé aire para tratar de tranquilizarme—. Le dice que es vendedor de zapatos. Usted es un… —Me cortó con un shif acompañado de un  dedo cruzado en la boca, cuando estaba a punto de decirle psicópata, o algo similar. Se apresuró a decir:
            Absténgase de los calificativos —dijo con tono severo. Luego suspiró y más calmadamente agregó—: Vamos a trabajar juntos un buen tiempo. Todo el tiempo que demande mi misión, ¿sí? No me agradaría hacerlo en medio de un clima de hostilidad.
—Pero ni su esposa sabe cuál es su trabajo.
—Analice la situación o, mejor dicho, mis palabras: primero yo recibí una llamada de alguien a quien le respondí de inmediato diciéndole “mi amor”, ¿sí? Le hablé, a esa persona, de mis las ventas que hice hoy, ¿me sigue?… —Esta vez lo interrumpí yo.
—¡Las ventas que hizo! No me haga reír, por favor.
—Sí —con tono severo y acercándose nuevamente hacia mí—, las ventas que hice. Mire —me dijo mientras extraía otra libreta de su bolsillo, bastante más grande que la otra—. Acá está, mire —la libreta estaba señalizada alfabéticamente. Abrió en la “J”. Pude ver el nombre de una conocida zapatería, una lista, una raya divisoria, la fecha de ese día y, luego, cuatro ítems (el primero tachado con un trazo horizontal y recto, como si hubiera utilizado una regla), señalados con gruesos puntos hechos con birome negra, y a continuación de cada punto el nombre de diferentes tipos de calzados y, al costado, un número que indicaba la cantidad solicitada. Luego abrió en la “H” y pude ver algo similar a lo de la jota (lo único que cambiaba era que había tres o cuatro ítems más).
—Bien, bien…—Otra interrupción.
—Le decía que usted escuchó lo que escuchó. Luego corté y le comenté lo del viaje que tenemos pensado con mi esposa. ¿Quién le dijo que hablé con mi esposa? Recibí una llamada y luego le hice ese comentario, ¿por qué ambas cosas deberían estar relacionadas? Usted reaccionó con una lógica común, esa que impone la cultura, y: ¡No estoy haciendo otra cosa que repetir palabras suyas! Algo así escribió en El malestar en la cultura, según Freud. Debe acostumbrarse a razonar con la lógica paralela, esa que menciona en ese corto, ¿ensayo?  —Me miró fijo; movió hacia arriba y hacia abajo tres veces la cabeza pidiéndome respuesta.
—Una… amante —le dije y sonreí, porque el asunto del que hablábamos no tenía ninguna relación con lo que me interesaba. En última instancia, nada de su vida privada me importaba. Sin embargo, él siguió con el tema:
—Ahora dígame: ¿Quién le dijo que hablaba con una mujer? Nuevamente cae en la lógica común, esa que tanto maltrata en ese texto.
—Me alegra mucho de que haya leído mi libro sobre…
—No lo he leído. Recibí una síntesis, una interpretación global y el perfil ideológico del autor. ¡Y no se le ocurra pensar que soy homosexual!  —Esgrimía su dedo índice—. Y le digo algo que jamás confieso a mis objetivos: ¡Usted está hablando con un oficial de alto rango! —tomó aire, bajó el dedo y se reacomodó en el sillón, cruzando sus piernas y mostrando un relajamiento repentino, como si estuviera en un placentero y extenso parque, sentado en una reposera y disfrutando de una bebida fresca. Con voz serena, el rostro distendido y con signos de cansancio, aunque esgrimiendo nuevamente su índice derecho, ahora de forma casi paternal, volvió a decirme—: usted es un elegido. Que me hayan designado a mí para esta misión debe enorgullecerlo.
—¡Café? —Le ofrecí de muy buena manera, como diciéndole “entendí, hablaste con tu jefe, compañero de equipo o similar”…, quizá.
—Sí. Gracias. —Con tono cansino y como diciéndome “me estás sacando canas verdes”.
—Me iba a decir psicópata, ¿verdad? Me refiero a lo de mi esposa y la llamada; sea sincero. Me gusta inferir las palabras o las ideas que la gente piensa y no dice. Considero que estoy muy bien entrenado para eso. Es sólo curiosidad. Tal vez algo de… ¿hedonismo se dice?, creo que sí. Le decía que es sólo para corroborar qué tan intacta está mi capacidad de inferencia; sea sincero: psicópata, ¿verdad?
—Cómo logró inferirlo, qué entrenamiento tiene para saber… —Me interrumpió, cosa que ya parecía ser habitual en nuestro diálogo y que a mí me permitió comprender que no había logrado revertir o achicar la distancia en la relación de poder entre ambos: seguía llevándome al terreno que él quisiera.
—Las estadísticas, es simple, no lo piense mucho, es una simple cuestión estadística.
—¿Estadística?
—Sí. Estadística. Creo que en su blog escribió algo… Me parece que va a tener que actualizarse. Un nuevo viaje a Moscú no le vendría mal; claro, lo sé: sus amigos… ya no están, pero Putin, tal vez lo conoció hace… unas décadas, creo. Pero ni siquiera eso hace falta: observe los comportamientos de alguien, por ejemplo de alguno de sus vecinos, por una semana, aunque en la mayoría de los casos basta con un día. Observe lo que hacen mañana y sabrá qué harán pasado mañana.
—Así que “estadística”… —nueva interrupción.
—Estoy apurado, se lo sintetizo: “psicópata” es el insulto “culto”, de la clase media y el que más se está utilizando en las novelas y en ciertos ámbitos periodísticos. Sin remitirme demasiado lejos escuché hace unos días a una periodista de Mitre, me refiero a la radio. Con mucha soltura largó al aire que los argentinos  elegimos o votamos a psicópatas. Que a Messi, ¡qué maravilla!, ¿no? Dijo que a Messi lo tildamos de pecho frío porque no es un psicópata. ¿Me entiende? ¿Qué conclusión saca de eso?
—Que nos dijo psicópatas a todos.
—Fíjese en los programas de chimentos. Lo que se dicen esas mujeres es…, me repugna. Pero no se les escapa decir esa palabra para ofenderse mutuamente. Estadística, mi estimado, simple y pura estadística.
—¿Las hace usted o una comisión? —le pregunté sonriendo, con tono irónico y retórico al mismo tiempo. Él también sonrió.
Luego de unos pocos —dos o tres— minutos, en los que seguramente ambos intentábamos relajarnos, arremetí. Lo hice con buen ánimo, con actitud positiva y con una sonrisa, como si estuviera frente a un entrevistador  que tiene el fin de seleccionar personal jerárquico para una importante compañía: serenidad y alegría, conocimientos y tranquilidad, relajamiento y seguridad, empatía y observancia, trato ameno y respetuoso, sonrisa y seriedad…
—Si le parece bien, continuamos con lo del Fiscal, pero antes quiero agradecerle —sonrisa— que esté aquí. Comprendo que sus ocupaciones deben ser muchas; por eso, no tengo dudas de lo que me dijo: que usted esté aquí es un orgullo para mí.
—Deje de adularme. Si algo no soporto es a los aduladores. Además no es una característica de su personalidad. Está actuando. De todas maneras estoy dispuesto a avanzar. Tenga en claro que cada vez que lo visite tendré un paquete limitado de información. Vamos analizando las cosas teniendo en cuenta el rumbo que toman los medios de comunicación. Pero tengo algo para dejarle: le dije que no fue homicidio, tampoco suicidio y mucho menos ese invento de los medios: inducción, dicen algunos; instigación, dicen otros; y yo le dije que es una estupidez inventada por sujetos sádicos y morbosos. Usted lo sabe bien: pululan en los medios de comunicación, especialmente en la televisión y en la radio. Tengo una ficha de los principales: si se las mostrara se daría cuenta que esas fichitas no dicen nada que no pueda saber usted o su vecino. Pero en su caso, que es un escritor y periodista honesto y su pasado…, según me informaron, le causaría gracia. Si fuera dibujante podría reemplazar con una caricatura el texto de cada una de las fichitas. Pero como es escritor, entiendo que esa categoría, en su caso, encierra la redacción de guiones para cine y teatro…; seguramente escribiría una comedia. Por eso le hablo lo de las fichas; le aclaro: no es un trabajo que me hayan encomendado; de eso se ocupa otra comisión; yo lo hago por hobie. Estimo que en algún momento se las mostraré, o quizás se las regale. Ya sabe lo que son… Sólo pueden servir para una ficción. Pero usted no quiere hablar de esto. Debe estar ansioso por escuchar algo más del Fiscal. Todos saben que estuvo en Holanda, y también en Madrid. Reconstruimos sus pasos. Su hija nos ayudó bastante..., indirectamente. Es clave lo que hizo mientras estaba en el aeropuerto Barajas. La inmensidad de la estructura metálica ya comenzaba a quedarle chica. Sintió la necesidad de usar una computadora que no fuera la de él. Todos sabemos que llevaba su notebook, entonces. ¿por qué usar otra?  Pudimos dar, fácilmente, más de lo que el Fiscal podría haber imaginado, con la computadora que utilizó. Revisamos el disco duro, buscando lo que hizo en ese momento y pedimos información confidencial a Google. El horario de ingreso al local estaba en las cámaras de seguridad; todo nos fue muy fácil, más de lo previsto. Usted pensará que buscó jurisprudencia, leyes europeas, antecedentes de juicios a mandatarios o comunicarse con alguien sin ser detectado por…, quién sabe por quién. No: sus consultas estuvieron todas relacionadas con el cráneo y el cerebro. Consultó: espesor del cráneo, anatomía del cerebro, huesos del cráneo; insistentemente buscó el espesor de los huesos temporales y parietales…, hizo veintisiete búsquedas. Mientras viajaba, posiblemente tomó la decisión: sería en el parietal, por el grosor. Además si inclinaba el arma levemente hacia arriba lo más probable es que el disparo no rosara ninguna parte del cerebro. Creo que con lo que le he contado ya tiene para inferir lo fundamental. Además falta que hablemos de la ex esposa del Fiscal, allí hay mucho por decir…, También sabemos lo que hablaron ese día. Le anticipo una sola cosa: cuando la llamen a declarar va a mentir—. Me tengo que ir —dijo, mientras consultaba su celular. Se paró intempestivamente, como alguien que se siente ofendido y le nace la necesidad imperiosa de alejarse del ofensor; o, quizá, debido al mensaje que leía en el teléfono.
Él se mostraba apurado por salir y yo sentía que me había ofendido en más de una oportunidad, que me había analizado insistentemente, con esos ojitos verdes e inquisidores, y que se había entrometido en mi departamento. Por eso, antes de cerrar la puerta de salida, cuando se había alejado de mí unos pasos y se acercaba a la puerta del ascensor, le dije:
—Ah, una cosa —se dio vuelta para mirarme, mientras consultaba su reloj de pulsera—. La palabra que le iba a decir no era “psicópata”.
—¿No?, cual era?
—Cínico, le iba a decir “cínico”—le dije teniendo además una certeza: se sentiría más motivado aún para regresar.





La cuarta hipótesis

Cuarta entrega



Sonó el celular. Antes de contestar miré la pantalla: no decía “privado” ni “desconocido”; tampoco me indicaba que fuera un contacto que yo reconociera. En la pantalla pude leer: “Llamando” y, abajo, “Dios”. No sólo podían intervenir mis líneas… ¡También podían hackear mi teléfono! Luego me di cuenta que no era para tanto, lo más probable era que Daniel se hubiera incluido en el directorio de mi teléfono, con ese “Dios”, alguna de las veces que fui al baño. Es muy posible: me encontraba en una situación similar a la joven que conoció Milan Kundera, en 1972, según relata en el texto del que hablé inicialmente y que, mientras le cuenta que había sido interrogada por la policía de Praga acerca de él, va tantas veces al baño que el “ruido del agua que llenaba la cisterna”, había sido constante durante todo el tiempo que estuvieron hablando. Aunque lo más probable, es que podría haber tomado mi celular en alguno de los momentos en los que yo me abocaba a preparar café. Esto parece irrelevante, pero no; no lo es por los siguientes motivos. Si hubiera modificado mi teléfono, que permaneció siempre sobre la mesa de la cocina—comedor y living (ambientes, como dije antes, integrados), y no sobre la mesita ratonera, cercana a los sillones, yo podría haberlo visto, gracias a la visión lateral o periférica que puede alcanzar un ángulo de hasta ciento ochenta grados; y no me extrañaría que él hubiese sido entrenado para utilizarla al máximo, mientras que yo estaba “desactualizado” y bastante desprevenido. Por otro lado, mi trato, de larga data, con este tipo de personas, me indicaba que padecían de dos problemas que debían, según el entrenamiento, evitar. Es más acertado hablar de dos adicciones: necesidad de adrenalina y, como consecuencia, necesidad de actos osados; debían, pero no siempre podían evitarlo. Y sumo un dato más: en uno de los momentos en los que estaba preparando café, Daniel se acercó a mí. Mientras observaba, elogió la estética de la cocina.
—Muy buena elección. Los muebles negros contrastan muy bien con el fondo blanco de los cerámicos. También me gusta esta heladera gris, está de moda. Es bastante grande, ¿no? Podría caber un cuerpo seccionado en tres partes sin ningún problema —sonrió y me dio dos golpecitos en el hombro derecho. Daniel estaba a mis espaldas.
—Este departamento no es mío. Asique los elogios de la elección del mobiliario no me corresponden a mí.
—Ah, no, no. Este departamento no está a nombre suyo; que no es lo mismo, desde el punto de vista fáctico, que no sea suyo. Sí lo es. —Esto último lo dijo con cierto énfasis, indicándome así que no debía mentirle y, fundamentalmente, que ellos lo sabían todo.
—No tengo dudas —dije— usted pertenece a la SIP. —Sonreímos los dos—. Ustedes lo saben todo y de manera perfecta.
—Jamás sabemos todo de alguien. Eso nos motiva a seguir investigando en forma constante, a cambiar de hipótesis si es necesario, a no bajar la guardia, a seguir y seguir, siendo conscientes de que no hay final; siempre hay algo más para saber —lo dijo en forma terminante, como si estuviera leyendo un documento de esos que se estudian en la capacitación.
Pero a lo que iba es lo relativo a la lateralidad de los ojos, la osadía y al elogio al mobiliario de mi departamento.
—Este microondas también es bastante grande, pareciera que está previsto para la recepción de muchas personas, para… reuniones quizás. El gris va a tono con la heladera y la cocina, y el espejado de la puerta. —Se detuvo frente al microondas, que daba a la altura de sus hombros, y dijo—: Muy lindo también, pero es aconsejable  mantener la puerta entreabierta. —De inmediato la abrió a unos cuarenta y cinco grados y colocó una taza, que sacó del escurridor, para evitar que la puerta se abriera completamente. En ese instante me di cuenta de varias cosas: me había dejado sin espejo retrovisor hacia el living; Daniel tenía una vasta experiencia; su grado jerárquico era bastante alto; la agencia a la que pertenecía también era calificada y, por consiguiente, no provenía de la SI.
Entonces, con seguridad: el teléfono lo habá modificado mientras yo le daba la espalda preparando café, buscando el azúcar,… De ese modo simple, y ante una insignificancia, se habría probado él mismo y también me habría probado a mí.

Contesté la llamada de Dios:
—Estoy abajo. Tengo unos minutos solamente, ¿le gustaría que le deje unos datos más?
—Por supuesto, suba —oprimí el botón del portero eléctrico. Opresión.
Lo esperé bajo el dintel de la puerta. Lo vi salir del ascensor, cerrar las puertas y caminar hacia mí con una carpeta en su mano izquierda. Pasó, cerré la puerta y mientras me dirigía al sector de la cocina le ofrecí café.
—Tiene razón: la puerta del microondas debe quedar abierta al menos unas horas al día, lo consulté por internet —abrí el aparato y coloqué la taza, tal como lo había hecho él el día anterior, dándole un mensaje: hoy corro el espejo, por decisión propia. También busqué en Google “fábricas de zapatos” y “representantes autorizados”… —interrupción.
—Deje de hablar pavadas. Tengo nueva información que debe publicar con urgencia. —Hablaba en voz baja. Señaló hacia arriba, donde estaba la lámpara que pendía del techo. Se dirigió a la mesa del comedor y comenzó a hojear la carpeta que, viéndola de cerca, no era tal, sino que se trataba de un libro de contabilidad—. No, no quiero café, ya me he tomado media docena —bajó los decibeles de su voz, como si hablara en secreto—: Venga y présteme atención —me dijo al oído.
A pesar de su minimizado tono, me hablaba con tono de orden, como si yo fuera su secretario y él un empresario apurado por hacer un negocio de compra de acciones importante y urgente. Por eso le dije con tono algo  irónico, pero sonriendo:
—¿Cuándo me depositan el sueldo? Sugiérales que sea entre el uno y el cinco de cada mes. —Sonrió y entornó la cara con rapidez; ambas cosas en cuestión de segundos. Fue la manera que eligió para responder mi provocación. Sinceramente, en ese momento, no me di cuenta de lo muy apurado que estaba. De lo contrario me habría comportado como un profesional… Me refiero a un periodista profesional.
Acaté su orden y me acerqué a él. El libro de contabilidad iba por la foja doscientos veintidós.
—Mire. —En voz muy baja. Eran recortes de periódicos. Pude ver una simulación computarizada que daba cuenta de la posición en que habían quedado el cuerpo del Fiscal y el arma. Con flechas se indicaba: puerta del baño, pistola, espejo, bañadera y sanitarios—. Se la entregamos nosotros a este. —Me indicó con su dedo índice el nombre del periodista que figuraba debajo del título de la nota. Analicé por unos segundos la imagen:
—No es exacta. La ubicación de la pistola…
Yo había hablado en voz muy baja, no obstante, cruzó su dedo índice sobre sus labios y, de inmediato, con la mano ligeramente extendida, con la palma de la mano hacia abajo, hizo tres cortos movimientos ascendentes y descendentes, indicándome que bajara los decibeles del tono.
—Se la entregamos así, intencionalmente —mantenía su bajo tono de voz; apenas podía oírlo. Me mostró otro recorte periodístico que en la volanta decía: “Caso Fiscal. Avanzan las investigaciones”; en el título: “La bala entró por la parte superior de la oreja”; en el copete: repetía el título y agregaba: “en forma ascendente, trascendió en tribunales”. Daniel señaló el copete—: ¿Se da cuenta por qué el Fiscal estuvo investigando por internet lo que le dije? —se refería a lo del cráneo, huesos: dureza, espesor, etcétera; cerebro…—. Como le dije: se disparó él, pero su intención no era matarse; aunque, le anticipo, ya hay una quinta hipótesis que se puede sostener con las mismas pruebas de la cuarta.  —En tono alto me dijo—: No tenemos nada nuevo por hoy. Deje su blog como está o, si lo prefiere, consulte las visitas, o vuelva a subir textos de Fromm, de Saer, de Schopenhauer, Borges o Foucault, como lo hizo en publicaciones anteriores. —Con la mano me indicó que lo siguiera. Nos ubicamos, de pie, como estábamos antes, pero ahora ante el desayunador—. Acá, mejor acá —dijo mientras miraba hacia la parte central del techo, donde estaba la lámpara y, debajo de ella, la mesa principal. Era como si con su vista tomara medidas de alcance. No obstante continuó hablando en secreto. De pronto se dirigió hacia la zona de la mesa y dijo con naturalidad—: Está bien, le acepto un café. —Me indicó que me acercara a él y me hizo unas señas que no comprendí de inmediato: Yo permanecía algo estupefacto, pero al fin me di cuenta y le respondí:
—Se lo preparo —dije en voz más alta de lo habitual. Daniel hizo una mueca, acercó su boca a mi oído y me dijo—: No son estúpidos; hable con más naturalidad. —Pretendiendo remediar la situación agregué—: Nunca está de más un rico café.
Regresamos nuevamente al desayunador. Abrió una vez más su libro contable. Advertí que la foto no estaba pegada. Dio vuelta la página: un papel suelto me daba indicaciones de lo que verdaderamente debía hacer o él (o ellos) quería que hiciera. Leí la primera frase: “Ha comenzado una operación de la Secretaría de Contrainteligencia de la SI, en relación a lo publicado en su blog”. El papel, luego me indicaba que tenía que crear un nuevo blog o si estaba dentro de mis posibilidades “cree una página web”. En mi blog actual o en el nuevo debía publicar “un resumen de lo principal, dejando de lado el perfil literario”, a modo de anticipo de lo que el lector encontraría a medida que avanzara. Además, en esos anticipos no debía obviar “lo de la pistola 22 y no una 9”; la hipótesis del homicidio y el “absurdo” pedido del Fiscal de una pistola 22, para defenderse de personas que vendrían fuertemente armadas; lo del suicidio: “disparo en el parietal” y no, como sería lógico con un arma de tan bajo calibre, a través de la boca. Por último el papel me indicaba que debía ratificar, en esa síntesis lo publicado anteriormente, referido a las hipótesis. Estaba copiado con exactitud lo que, al respecto, había escrito en mi blog: “que no había sido suicidio, que no había homicidio, que lo de suicidio inducido era una pavada de los medios”.
Daniel continuó con su tono… confidencial:
—¿Lo memorizó?
—Por supuesto —le respondí. Él cerró el libro y nos dirigimos hacia los sillones.
—¿Así está bien o está muy cargado? —le pregunté. Ambos estábamos sentados. Yo había cruzado mis brazos y mis piernas; él había volcado su cuerpo hacia un costado; con su brazo en “v”, sobre el apoyabrazos del sillón, sostenía con una mano su cabeza y, por supuesto no había ningún café servido. Continué con la simulación—: Es lamentable que no tenga nada para decirme. Espero que las cosas cambien pronto para que pueda darle un final a esto.
—Seguramente volveré a visitarlo. Lo que no creo que pueda hacer usted es darle un final a esta tragedia. Esto no terminará nunca. Bueno, muy rico el café, muy cómodos los sillones, pero lamentablemente me tengo que ir. —Dijo eso, se puso de pie, marcialmente, como si estuviera por pasar delante de él alguien de altísimo rango y se dirigió a la puerta. Nos despedimos con formalidades y mutuas sonrisas.
Por mi parte, me daba cuenta que comenzaba una nueva historia, que, tal vez, estaba trabajando para… ¡quién sabe para quién!










________________________________________________________
Quinta entrega (Algo postergada, debido a que dediqué demasiado tiempo a averiguar quién o quiénes habían intervenido mi computadora)



—Nos vemos mañana —dio un par de pasos. Con la puerta entreabierta lo miraba alejarse. De pronto giró 360 grados sobre sus pies, casi saltando, y me dijo—: O esta noche. ¿Qué le parece si lo paso a buscar y salimos a cenar? Eso sí: de trabajo nada, ni una palabra. Se trata de una simple cuestión… recreativa, aunque… invita la casa —dijo sonriente—. O si lo prefiere la fábrica de zapatos. —Volvió a sonreír—. De paso deja descansar a los  delivery. Y usted le da tregua a su estómago, que debe estar bastante saturado de pizza con anchoas.

Habíamos tomado varios cafés:
—La ex esposa sí sabía lo que iba hacer, por eso las chicas hablan de algo raro, a través del chat, ése que está de moda entre los chicos. —Me aseguró eso como si tuviera una grabación de la conversación del Fiscal con su ex, en el aeropuerto Barajas—. Por eso discuten. Recuerde lo que le dije hace unos días: el Fiscal y su ex se encuentran en Barajas. El tiempo que la hija está sola no se corresponde con la diferencia horaria de los vuelos. Esa información es falsa. Basta con cruzar los horarios de los vuelos de Barcelona a Madrid y de Madrid a Buenos Aires para constatar que la ex parejita estuvo frente a frente. Es más: ella no estaba de acuerdo con la acusación que iba a emprender el Fiscal. Claramente le dijo que comprometía a sus hijas; pero lo que más le molestó al Fiscal fue que su ex esposa no confiara en él y que le dijera que iba hacer un papelón que le costaría su prestigio, claro: muy poco, imagine: diez años al frente de una investigación judicial sin haber avanzado ni un poquito. Y se trata de la investigación más importante de la historia judicial argentina. Pero lo que más le preocupaba a la ex esposa era que ese papelón afectaría a sus hijas y a ella misma. Recuerde que ella es jueza y que su actividad en ese cargo es bastante oscura y todos saben de sus contactos… —Lo interrumpí, pues me había propuesto, seriamente, dos cosas: no permitirle que tuviera siempre la iniciativa, o, al menos, trazar alguna línea que me permitiera regular esa forma intempestiva que había utilizado en los encuentros anteriores. Me proponía, de alguna manera, que no tenía muy en claro, dejarlo hablar cuando estuviera aportándome algo nuevo y, la segunda cosa, no dejar que me entregara información ya conocida, como lo de la ex mujer del Fiscal. O, al menos conocida en ciertos círculos. Entonces, le pregunté:
—¿Cómo se llama la operación?
—No sé a qué se refiere.
—A la operación de contrainteligencia que usted mencionó… —Me interrumpió; y me di cuenta, no tanto por la interrupción como por su cara, que había adivinado mi intención de tomar la iniciativa. Me autocritiqué internamente: mi interrupción a su perorata había sido burda.
—Ah, lo había olvidado, mejor dicho no sé de qué me habla —me dijo con ironía y, con la palma hacia adelante y luego con el dedo cruzado en la boca, me indicó que me callara. De inmediato señaló hacia el techo, indicándome, como lo había hecho antes, la instalación de un micrófono.
—¿Lo había olvidado? ¡Lo había olvidado!, me da risa. Hace unas horas llegó aquí con una especie de paranoia, con un libro de contabilidad y con indicaciones escritas de lo que debía hacer y publicar. Lo revisé todo, no hay ningún micrófono, nadie nos estuvo ni nos está escuchando, deje de actuar…, pensándolo bien…, alguien que trabaja en inteligencia al servicio de los poderosos, de los magnates, de ciertos políticos…, del capitalismo más rancio, ¿puede dejar de actuar en algún momento? Sí, claro, pensándolo bien usted… ni usted sabe quién es, o por lo menos debe confundirse con bastante frecuencia: por momentos, sí sí, estoy seguro, en muchos momentos no debe saber si el que está en un cumpleaños familiar es usted con su yo sincero, disfrutando de la fiesta; o si es el agente que está analizando cada comportamiento, hasta el de un sobrino de diez años cuando va a soplar las velas. Le debe ocurrir lo que me sucedía a mí hace muchos años… —no me dejó continuar.
—Hablando de muchos años, podríamos charlar un rato sobre sus viajes a Moscú. Dos veces, ¿no? ¿O fueron más? Aventuro…, me gustan las hipótesis, aventuro lo siguiente: dos veces con su pasaporte original; la primera: un viaje de estudios, usted se destaca, entonces viene el segundo viaje: capacitación, ¿no? ¿Cuántas veces más con pasaporte falso? ¿De qué vivió entre los años…? —No lo dejé hablar. No estaba dispuesto a que fuera él quien interrogara.
—¿Y la pantomima del micrófono aquí? —Señalé hacia el techo.
—Mire, me alegra mucho que haya revisado su departamento y que podamos hablar tranquilamente. Espero que lo haya hecho bien.
—A usted se lo ve muy relajado. Además, comenzó a hablar desde un principio como si supiera que no hay ningún micrófono. No recuerdo haberle dicho que revisé cada rincón de mi departamento, ¿me entiende, Daniel?
—Por supuesto, estoy relajado, hablo con libertad y cómodamente —deslizó su culo hacia adelante, ubicándolo en la punta del sillón; inclinó su cuerpo hacia mí, esgrimió, una vez más, su dedo índice apuntándome—. Cree que hace falta que me lo diga. No tengo ninguna duda de que revisó hasta el baño. Vamos, hombre, somos adultos… Creo que deberíamos hablar de Moscú, de la embajada…
—¡No!, yo no lo creo. Yo creo que debemos hablar de la operación de contrainteligencia, empecemos por su nombre. Lo sabemos muy bien, cuando se inicia una operación no se trata de una investigación. Es una operación, es un accionar en contra o a favor de algún objetivo y siempre a algún estúpido jefe se le ocurre ponerle algún estúpido nombre, como por ejemplo Negro el 29, además en estos casos siempre se involucra más personal del que se destina para una simple investigación. Y también quiero saber para quién trabajo. Si se trata de la Secretaría, también quiero que me diga a qué sector pertenece; es decir, yo —golpeé con la palma de la mano dos veces mi pecho—, trabajo para el sector pro yankee. De los dos mil agentes el setenta por ciento o más responden a esta línea…
—Entiendo, a Moscú le preocuparía; sólo que la Unión Soviética… ya no existe… —No lo dejé seguir hablando.
—¡No me interrumpa! Disculpe si estoy algo alterado pero hacía mucho tiempo que…
—Lo entiendo, lo entiendo, relájese. Como le dije lo hemos contactado a usted porque confiamos plenamente. Sabemos que ya hace mucho tiempo que no… participa. —Lo dijo con una voz que por primera vez me pareció humana y auténtica—. Todo el mundo conoce esos porcentajes: un setenta con Estados Unidos, dentro del cual un ochenta está vinculado al narcotráfico. Un veinte por ciento pros árabes, incluidos el sector pro persa, y el resto se divide entre técnicos abúlicos y un pequeño sector identificado con la democracia, el ministerio y con el proyecto.
—¿Pequeño? Yo diría pequeñísimo, prácticamente insignificante. Y con la democracia y el proyecto, humm, no creo que lleguen a diez; sí, no más de diez; tal vez veinte agentes, siendo optimista; y tal vez dos o tres —me interrumpí. Pensé que podría darle antigua información que hoy podría estar vigente.
—¿De izquierda? Eso me iba a decir, ¿verdad? Es posible. Dos o tres es posible y también es insignificante.
—Aún no me dice para quién… ¿trabajamos? 
—Tranquilícese. No vengo de allí, estuve un tiempo en la Secretaría, se lo confieso, sí claro que estuve, pero cumpliendo una misión. Vengo de más arriba, ya se lo dije y se lo repito: no me haga decírselo, creo que si me cree que no tengo ninguna relación con la Secretaría, podrá inferirlo.  Sólo créame que no vengo de esa cosa, porque no es más que eso: una cosa amorfa.
—De más arriba —dije más para mí, más que para él. Con la cabeza entre las manos y la vista en el piso, me quedé pensando. Ambos hicimos silencio unos pocos minutos. Él esperaba, seguramente, alguna pregunta o una afirmación que con tres letras definiera ese lugar de más arriba. Pero no le di el gusto. Me lo negaría antes que concluyera con mi inferencia. Pero me tranquilicé. O, mejor dicho, terminé con mi actuación de intranquilidad. Y estaba seguro que si mi enojo no lo había actuado, al menos lo había sobreactuado, y el resultado había sido exitoso.
—Creo que ya lo sabe. Puede decidir seguir o no. Nadie lo va a obligar, por supuesto: este contacto, estas charlas, lo que usted publicó, etcétera, etcétera, es pura ficción.
—Podría recurrir a los medios, como protección, por supuesto.
—¿Qué les diría? Que un sujeto así y asá, bla, bla, bla, le reveló información clasificada. Que gracias a eso sabe cómo fue lo del Fiscal, y esto y lo otro —meneaba la cabeza hacia un lado y otro—, lo tomarían por un loco, aunque si tuviera un poquito de suerte lo acusarían de ser un escritor mediocre y desconocido con ganas de recorrer canales de televisión para vender unos libros más…
No me sentía ofendido en lo más mínimo en cuanto a la tipificación de escritor en la que Daniel me incluía. Sin embargo un pequeño resto de orgullo me llevó a responderle:
—Mis libros están agotados —dije y de inmediato me sentí un estúpido.
—Bien, pero llevaría su ficción y nadie pensaría que no es otra cosa más que ficción, y, como le decía, con un poco de suerte, algún editor lo llamaría para hacer otra, ¿tirada se dice?, sí, otra tirada…
—Se dice “otra e–di–ción”… —le dije con tono de insinuación ofensiva, de modo tal que Daniel interpretara la palabra que faltaba, como por ejemplo: “burro”, “ignorante” o algo por el estilo.
—Usted fue joven, ¿ya no lo recuerda?, ¿le dice algo Moscú?, ¿le dice algo Embajada o calle Agüero?, ¿en qué piensa si le digo 1979 y 1989? —lanzó a modo de misil, 1.962—. ¿Cuántos informes elaboró?
—¿Y si entrego a los medios la filmación? —señalé hacia arriba y en dirección a la biblioteca.


Sexta entrega (borrador)


Fuimos a cenar a un parador, en la ruta siete, bastante alejado de la ciudad, pero discreto.
—El mejor jamón crudo lo encuentra acá —me dijo Daniel, mientras esperábamos que la moza nos trajera la entrada, para luego pasar a la parrillada—. Y la mejor parrillada y el mejor parrillero —miró hacia el sector de la cocina donde un hombre obeso y de barba descuidada acomodaba brasas debajo de la parrilla. Como si tuvieran una conexión interna, el parrillero terminó de esparcir las brasas y miró hacia la mesa donde estábamos. Se saludaron con las manos en alto.
Luego, teorizamos:
—Usted sabe lo de las hipótesis. El entrenamiento y el protocolo es claro: se piensan, no se escriben, pero se piensan tantas hipótesis como se le ocurran. Se seleccionan tres, sólo deben quedar tres en su mente. Se las ordena según usted crea las posibilidades. De la más posible a la menos posible. Toma la primera y la deshace en su cabeza en la menor cantidad de ideas posibles. Toma lo más probable o irrefutable. Reconstruye la hipótesis a partir de esa premisa. Hasta aquí nada nuevo: simple método cartesiano. Luego elabora una contra–hipótesis. Procede de igual modo. Si no obtiene pistas para comenzar o continuar con una investigación, toma la segunda hipótesis y vuelve al principio. Si agota las tres posibilidades sin resultados positivos, sin poder elaborar una hipótesis que deberá probar, ya sabe, debe enviar el caso a análisis de comisión. Si su presunción es sólida basta con comentarla a su jefe los pasos que va a dar para comprobarla.
—¿Le gusta la filosofía?, parece que sí. Aunque seguramente lo más difícil debe ser dar con el jefe, con el verdadero jefe. Ése que ordena que lo vigilen también a usted.
—Es posible, es posible. En realidad la Lógica, me gusta la Lógica. Todo es pura lógica. Es suficiente que usted recurra a la información pública para que con un buen análisis lógico pueda entrever todo lo sucedido en un caso determinado.
—¿Es el caso de lo del Fiscal?
—Dijimos que de trabajo nada.
—Usted lo dijo, yo no. Además, pienso que usted siempre está trabajando.
—Se equivoca. Se equivoca y mucho. Deje de pensar como personaje televisivo. O como los de ese libro de espías…, donde un ex combatiente…
—Hay que gente escribe cualquier cosa. Los llamo escribas
—Sí…, o no; no lo sé, pero ese libro ya va por la tercera…
—Edición, le aclaré
—Eso, edición. Disculpe que sea tan burdo.
—No es para tanto. Tirada se aplica a los diarios y revistas. No tiene por qué saber la diferencia.
—Por supuesto, ahora que lo recuerdo usted se especializó en análisis de medios de comunicación. Se enteró, ¿no?
—¿Lo de la presidenta? El rechazo del juez a la imputación por encubrimiento. Por supuesto. Es noticia en todos los medios.
—Como le dije, la denuncia del Fiscal no duraba en pie ni un mes. Sin embargo su muerte es otra cosa. La gente tiene la propensión a creer en las conspiraciones. En achacarle al poder todo aquello que no sea claro. Más ahora con las redes sociales y la ayuda de la mayoría de los medios. Los medios hegemónicos, dirían sus actuales amigos.
—No tengo amigos en los medios. Aunque, ¿la verdad?, pensándolo bien, quienes fueron mis amigos están, sí es correcto llamarlos hegemónicos, están allí.
—¿Y esa es la causa por la que fueron sus amigos y ya no lo son?, porque están en los medios… hegemónicos, esta última palabra, por segunda vez, Daniel, la acentuó de modo tal que parecía no estar de acuerdo con esa caracterización o, simplemente, asumiendo un vocabulario impuesto, ¿impuesto por quién?, me pregunté interiormente. 
—No. De ninguna manera. Es un simple alejamiento, debido a que hace muchos años no compartimos oficinas ni tareas. Era verdaderamente apasionante cuando dábamos cierre a la redacción y nos reuníamos para discutir la tapa. En esos tiempos éramos más honestos y democráticos. La tapa la decidíamos en función de dos o tres variables: la importancia que le  asignábamos a la noticia, nosotros, sin línea desde arriba, también teníamos en cuenta la trascendencia de la noticia en la televisión y, por supuesto, todo subordinado al negocio. Teníamos muy claro que debíamos vender ejemplares, la mayor cantidad posible.
—¿Está seguro que eran más honestos? Pienso que ahora sus colegas son más honestos. Asumen una posición y la defienden.
—Pero esa posición no la eligen ellos. Viene de lo que llamamos la línea editorial. Es cierto que tienen la opción de irse, pero de algo hay que vivir; en cierto modo los entiendo. Aunque algunos, particularmente los que están en televisión, tienen otra opción, como… por decirle algo, los que hablan de lo permitido y se identifican con ese… relato, como se dice ahora, pero callan aquello que piensan y no está en el relato oficial de la línea editorial.
Relato oficial de la línea editorial… Nosotros le damos otro nombre: operación mediática, para desprestigiar o prestigiar a alguien, para entrometer sospechas en la población, para generar ciertas sensaciones, como por ejemplo de inseguridad, ya sea económica o personal, o de los bienes.

Y también lanzamos confesiones rápidas, superficiales y típicas de dos amigos, que no son muy amigos, pero se juntan a comer un asado y dicen lo que deberían decirle a un psicólogo.
—Yo trabajo en negro. Y a ellos les interesa porque pueden manejar a discreción el presupuesto. Hizo bien en cambiarse de habitación. No será muy buena la vista que tiene ahora, de techos y terrazas, pero es más segura. Los de la Secretaría que están allí, frente a su departamento se quedaron sin trabajo. Pero tenga cuidado. Nunca se sabe lo que  esos desordenados hacen entre misión y misión. Son un verdadero peligro público—. Lanzó una carcajada contenida en la que pude entrever algo psicótico en su personalidad.

—Es de suponer que también lo vieron entrar al edificio a usted. Sigue insistiendo en que usted no tiene nada que ver con esos… desordenados. Desordenados y peligrosos, diría yo
—No hay dudas: el desorden los hace más peligrosos. Siempre están a la espera de que les surja algún negocito. No tienen principios. Generalmente esos negocios los hacen con la información residual que les queda luego de alguna misión.
—No me ha respondido. Qué información han recibido de sus ingresos al edificio. ¿Que viene de arriba y que no lo tienen que molestar?
—No, no. Ellos lo tienen muy claro. Soy un vendedor de zapatos que visita a su madre anciana, que vive en el mismo piso que usted, pero en uno de los departamentos que dan al oeste. Eso les hicimos llegar. Está en el directorio del edificio: es la Señora Alicia Zanetti.
—Ah, sí, sí, conozco a esa señora, es muy buena persona. Siempre la tengo en cuenta, mantengo una buena relación y su departamento está pegado a la escalera de servicio. Es decir: ¿hay otro de ustedes que está con ellos, con los de la Secretaría? De lo contrario no tendría esa información; usted no podría hacerles llegar esas mentiras…
—También podría ser que verdaderamente sea mi madre. Es tan dulce la viejita… Y tiene bastante sintonía con usted. Además es bastante colaboradora. Fíjese que cuando le dije que era su hermano y que había ido a visitarlo dos veces sin encontrarlo… ¡estoy tan preocupado!,  le dije algo conmovido. De inmediato me dio su teléfono celular. Me aclaró que usted le había pedido que no se lo diera a nadie, pero como usted es su hermano no creo que se moleste, me dijo. ¡Está tan solo ese muchacho!, me aseguró, y casi nos ponemos a llorar los dos. En cuanto a los desordenados, siempre los acompañamos. Es la única manera de evitar que los desastres que hacen no lleguen lejos. Les remediamos más de un embrollo y ni siquiera saben cómo. Se creen tipos con suerte. Reconozco que el hecho de que siempre tengan una solución a los problemas en que se meten los alienta a seguir metiéndose. Pero así son las cosas, qué le vamos a hacer.
—Pero, cómo, ¿a mí sí me ven a través de las ventanas y a usted no? Ellos creen que usted es el hijo de doña Alicia, pero entra a mi departamento. Dije y recordé de inmediato lo que me había pedido a partir de la segunda visita, a través del portero eléctrico: “cierre bien todas las cortinas” Demoré fracciones de segundo. No había concluido con la formulación de la estúpida pregunta, cuando el recuerdo y la respuesta llegaron juntos a mi mente.
—Ya tiene la respuesta, ¿verdad? —Adivinó Daniel. Y como si estuviera dentro de mi léxico, dentro de mis pensamientos, dentro de mi propio cerebro, agregó—: No lo adiviné, lo deduje. Su cara otorga bastante información, lo que pasa… —Lo interrumpí, para demostrarle que yo también podía hacer deducciones de lo que él pensaba o estaba por decir.
—Sí, tiene razón en lo que está pensando. He perdido entrenamiento.
—Bien, ¡muy bien! Aunque era demasiado obvio que iba a decirle eso.
Una derrota más, pensé.
—No se sienta derrotado me dijo de inmediato y me sentí más que derrotado, y también humillado. Por eso decidí pasar al frente:
—Estuve revisando los representantes de las fábricas de zapatos que pude ver en su libreta, autorizados en esta zona. Son dieciséis. Catorce figuran en la guía telefónica. Cuatro de ellos en las páginas amarillas. No hay ningún Daniel, pero esos dos que no están en la guía… Uno se llama Roberto, Roberto Fernández. Deduzco que ese Roberto debe tener ascendencia española. El otro tiene un nombre y un apellido que me recuerda el norte de Italia… Usted, usted —acerqué mi cara a la de él y batí suavemente mi dedo índice derecho— tiene rasgos de italiano del norte…
—Qué le hace pensar que ante la fábrica me presenté con mis documentos verdaderos.
—De todas maneras no figuraría en la guía telefónica.
—Es más precario, me refiero a sus pensamientos, son más precarios de lo que pensé. ¡Hombre! ¿Qué le pasa? Se ha olvidado de cuestiones elementales. Siempre debe elegir la tercera o cuarta posibilidad. Por  ejemplo: supongamos que usted tiene sed. Se dirige a un kiosco para comprar algo fresco. La primera opción que surge en su cabeza es Coca Cola, la debe desechar, la segunda es sevenap, también la desecha, la tercera es Fanta. Bien, entonces debe elegir una bebida de pomelo. Es un ejemplo tonto, pero se utiliza bastante en las capacitaciones. Lo debe recordar todo está inducido. Las posibilidades flotan libremente, al menos en apariencia, una apariencia que no es advertida por el ciudadano común. Allí están las posibilidades, en la atmósfera podríamos decir, pero siempre en el marco de la moral, de cierta disciplina y fundamentalmente del consumismo sin cargo de conciencia, porque usted, yo, cualquier ciudadano sabe que están las asociaciones de defensa del consumidor, las organizaciones ecologistas, etcétera, etcétera, que cuidan que su consumo esté protegido de desastres ecológicos. Por eso, gracias a esas organizaciones, las compañías pueden seguir destruyendo la naturaleza y usted, como le dije, consumiendo libremente y sin molestias en su conciencia. Todo está regulado, inducido. El ejemplo de los colores es otra buena enseñanza de la capacitación de la… ¿escuela?  
—Creo que ahora le llaman universidad —le dije mientras pensaba que le habían ordenado capacitarme, claro… indirectamente. Y que esa era la acusa de despliegue de conocimientos. Me miraba fijamente.
—Es voluntario —me dijo en forma inesperada.
—¿Es voluntario?
—Me refiero a esta actualización que le estoy brindando. Voluntario, por decisión propia, es un acto voluntario de mi parte y gratis —sonrió y yo también lo hice. Era más capaz de lo muy capaz que pensaba que era. Y mi certeza se confirmaba más aún: no pertenecía a la Secretaría y era un verdadero cuadro de Inteligencia. Tal vez, formaba parte hasta del directorio de la agencia de la que provenía, pensé. A renglón seguido creí que habría deducido mi pensamiento y que, por consiguiente sus próximas palabras serían sí, estoy en el directorio, sin embargo sólo sonrió—. Y lo de los colores, ¿lo estudió? Es bastante conocido. Por ejemplo, yo le pido a usted, volvamos a la idea del ciudadano común, le pido que luego de que yo mencione un color usted diga de inmediato otro color, el primero que surja en su cabeza. Así, yo le digo, supongamos, rojo. Existe un sesenta por ciento de posibilidades que usted me diga azul, un veinte que elija decirme blanco, otro veinte, verde. Una vez que usted me respondió una de esas tres posibilidades yo podré inferir una serie de análisis que podrán demostrarme si está mintiendo en cierto tema o ante ciertas preguntas, la predisposición a colaborar, o si se encuentra desconcertado, o si tiene certezas sobre el tema que me interesa investigar. Otro caso puede ser que yo le diga… Présteme atención. Ya lo sabe, debe identificar el primer color que surja en su mente —dijo eso me miró con sus pequeños ojos verdes, se irguió en la silla, seguramente para quedar por sobre mi altura, en una posición físicamente dominante y de pronto dijo—: verde —no esperó a que respondiera—. Amarillo, pensó en el amarillo —dijo con seguridad y algo de soberbia—.  Y si le digo amarillo, recuerde que no puede repetir los colores, si le digo amarillo, existen un ochenta por ciento de posibilidades que usted piense en el verde. Y si le repito verde, usted pensará en un color ocre. A medida que avanzamos en el juego sus posibilidades disminuyen inversamente proporcional a las mías para inferir su pensamiento. Algo similar podemos hacer con la combinación de letras y números, aunque es bastante más complicado, ya estamos hablando de una capacitación de quinto nivel; por ejemplo si le digo A7, usted tenderá a responder B8 o C7. Aplique estos ejemplos, estos… jueguitos, a premisas, a enunciados de cualquier individuo y podrá anticipar sus respuestas con un margen de error… —se quedó pensando— un margen inferior al quince por ciento.
Lo escuché atentamente, con una sonrisa cruzada en mi boca y con cierta admiración, pero estaba algo cansado de su monólogo y de su exhibición de conocimientos. En realidad lo que busca es reconocimiento, pensé. Algo o alguien en su infancia le han hecho percibir rechazo y descalificación intelectual. Pero lo que fuera que lo llevara a hacer esas exposiciones intelectuales, no me conmovía ni me preocupaba. Mi único deseo, mi único propósito, en ese momento, era sacarle información, pues deduje que si su estado de ánimo era ese: buscar reconocimiento y hundir viejas descalificaciones, yo me encontraba en una posición inmejorable para sacarle información, para que siguiera con su exhibicionismo intelectual, esta vez a mi favor.
—¿Quiénes intervinieron o, si lo prefiere hackearon mi página? ¿Ellos o ustedes? —disparé repentinamente, pero con un tono amigable, suave.
—Ellos  —dijo, haciendo referencia a los de la SI—, pero cada cosa que sacan o modifican nosotros la restauramos y la dejamos tal cual como usted la publicó. Están convencidos de que usted es un gran especialista en informática.
Cuando dijo eso sentí que lo tenía servido:
—Creo que usted no tiene idea de lo que sucede en mi blog —le dije.
—La división de informática me tiene al tanto de todo.

—Le propongo que hagamos una actualización de lo del Fiscal —me dijo con la seguridad de que ante esa propuesta yo renunciaría a seguir con la situación de seguridad informática de mi página. Por supuesto: acepté la propuesta. La intervención a mi blog no me interesaba, yo la tenía totalmente bajo control. Había logrado dar con la página intrusa y desde allí con la IP, seguramente falsa e inservible para dar con la ubicación del centro de inteligencia informática, pero suficiente como para hacerles la vida imposible, es decir desviar sus pesquisas cibernéticas hacia una copia de mi blog y hasta deslizarles algunos insultos, para hacerlos sentir seguros de que estaban operando sobre el original.
—Pensé que de trabajo nada. Algo así me dijo.
—Sí, sí, claro —deshizo su posición relajada y mientras masticaba un trozo de carne, se acercó a mí, se limpió la boca con suaves toques reiterados de servilleta y dijo—: Hacía referencia a los zapatos. No tengo ganas de hablar de las ventas ni de los cobros, ni de nada de eso. Ah —comenzó a buscar en el bolsillo de su pantalón beige de muy buena confección—, acá está. Usted no sólo buscó por internet a los representantes. También llamó a esta fábrica —me mostró el nombre de la fábrica rosarina a la que efectivamente había llamado—. Preguntó por Daniel —leía de su libreta—. Le dijeron que allí no trabajaba ningún Daniel; repreguntó, esta vez por el representante de ese nombre. Le volvieron a decir que no tenían ningún representante en ninguna zona con el nombre Daniel. Ya ve, no tiene que investigarme. Me informarán de todo movimiento suyo en esa dirección y yo, tal vez me enoje y si me enojo mucho no me volverá a ver.
Con lo que me acababa de decir tenía dos opciones para inferir: o el teléfono de la fábrica estaba intervenido o, y esta era la opción lógica, utilizaban la fábrica como centro de operaciones. Sin lugar a dudas una fábrica real sería una buena fachada para un centro de inteligencia. Y el mismo dueño de la fábrica sería un reclutado de alta confiabilidad. Hasta, quizá, los representantes, todos o una buena parte de ellos, pertenecerían a inteligencia (¿SIE?).
Será mejor que hablemos del Fiscal.
No tengo dudas. Usted y yo sabemos que cuando dos personas se juntan a comer en un lugar como este, es porque son un matrimonio que viene a recordar viejos tiempos, o son amantes o son amigos. Ninguna de las tres cosas somos nosotros. Hablemos del Fiscal.
Hablemos, Daniel, lo escucho.
Ya lo dijimos, todos lo saben: la fiscal, la jueza, los políticos, los juristas, el gobierno, la oposición, los periodistas, los intelectuales… Todos, absolutamente todos, saben que el Fiscal se disparó a sí mismo. Si no lo dicen es por conveniencia política. Todos lo saben excepto la ciudadanía, en especial esa clase media que cree saberlo todo y que piensa estupideces como que          y que Néstor Ka están vivos, o que al ex presidente lo mató su hijo y hasta pueden creer en la existencia de un chupacabras, ¿recuerda lo de las vacas?
—Sí, por supuesto que lo recuerdo. Pero no todos creen que el Fiscal se haya disparado o suicidado. Por ejemplo la jueza…
—La jueza no tiene la menor duda de que el Fiscal se disparó. Tenemos un audio, diría… casi familiar, en el que se la puede escuchar. Tome —me dijo y extrajo del bolsillo trasero un pen drive. Lo deslizó suavemente sobre la mesa, mientras yo levantaba una servilleta, la pasaba suavemente por mi boca y al bajarla lo tapaba. Luego me advirtió—: Es un paso más de nuestra confianza hacia usted. Y está claro: sólo se lo entregamos para que confíe en nosotros, en nuestra seriedad y en el papel que le asignamos a usted en todo esto. Demás está decir que no puede publicar su contenido, al menos textualmente. Usted sabrá cómo hacerlo. Confiamos…, confío en usted —insistió—. Ahora bien, el escenario ha cambiado. Como le dije hace más de un mes, la denuncia contra la presidenta y los otros no duraba en pie ni un mes. Hasta el juez más inepto hubiese advertido la vinculación falaz entre algunas escuchas y el accionar de la presidenta y el canciller, en lo relativo al memorándum. Pero no sólo eso: cualquiera, sin el más mínimo conocimiento jurídico, podría haber advertido la falta de fundamentación jurídica, como la que habitualmente se emplea para un juicio de…, digamos…, mediana importancia. Me refiero a jurisprudencia, citas de juristas prestigiosos, etcétera, etcétera. —Noté que siempre usaba ese recurso: etcétera, repetido dos veces, como si tuviera mucho para agregar, cuando, en realidad, se quedaba sin enunciados para seguir.
—Gracias —le dije, mientras sacaba el pen drive, de debajo de la servilleta y lo llevaba a uno de los bolsillos de mi pantalón. Me sentí, con ese gracias, nuevamente estúpido, por eso agregué—: No será como el… micrófono en mi departamento. Fue terminante:
—Ni como el micrófono, ni como su cámara grabando nuestros encuentros.
A partir de ese momento nada me urgía más que llegar a mi departamento y ver o escuchar el contenido del pequeño disco extraíble. Sin embargo seguí prestándole atención:
—Con la resolución del juez que descartó rápidamente semejante acusación, ya tenemos un motivo para que el Fiscal se dispare, él sabía que la imputación que pergeñó sería rechazada por ese juez y por cualquiera que tuviera una mínima ética. Sin embargo hay nuevos elementos que ni nosotros conocíamos —sonrió—, me refiero a esos escritos que dejó en la caja fuerte en los que dice exactamente lo contrario a la denuncia que presentó y ¡hasta estaban firmados por él! Esto nos abre nuevos interrogantes o nuevas hipótesis, por ejemplo, ¿quiso dejar un testimonio de que la presentación contra la presidenta no provenía, al menos totalmente, de su voluntad? Un fiscal de oficio como lo era él, ¿presentaría semejante mamarracho? ¿Quién lo apuró a regresar de Europa y hacer esa imputación?
—Stiuso —murmuré.
—Bien, y a quién respondía ese… desordenado. Como verá no es un caso fácil, o al menos tan fácil como algunos lo presentan —suspiró—;  es más complicado de lo que nosotros mismos pensamos. No tenemos dudas de que él se disparó. Sí tenemos dudas de que haya querido matarse. La distancia del disparo, el lugar de ingreso del proyectil, sus incursiones en la web, tratando de conocer la estructura craneal y cerebral, nos hace pensar lo que ya le dije en el primero o segundo encuentro: no fue homicidio, no fue suicidio aunque él se disparó. ¿Fue un intento para victimizarse? ¿Ante quién? ¿Qué diría desde la cama de un hospital?
—Que no se siente seguro y que quiere salir del país —dije y recordé el juego de los colores y todos los métodos de inducción que podían utilizarse.  Estaba seguro que yo conocía más métodos de los que Daniel pudiera imaginar. Por un momento me sentí superior a él.
—Es posible. También creemos que el escrito de la imputación, que presentó en enero, estaba previsto para una fecha más cercana a las elecciones. Antes de que un juez pudiera rechazarla, los hombres y mujeres —con repentina y burlesca seriedad— ya se habrían expresado en las urnas.
—Pero alguien lo apura —le dije, en tanto mi cabeza seguía en el pen drive.
—Otra posibilidad; le doy otra posibilidad que puede llegar a ser probada en pocos días: no fue él quien elaboró ese escrito lleno de repeticiones y sin ningún fundamento. Fue su secretario. Y se lo anticipo: la fiscal lo va a acusar por instigación al suicidio. Sería una buena salida para la justicia, sin quedar demasiado mal con nuestra…
—Con nuestra querida clase media —dije y volví a recordar lo de la inducción.
—Exacto. Y se abriría una nueva novela de espionaje barato y de contraespionaje… más barato.
Ya había llamado al mozo para pedirle otro Bianchi malbec, mediocre, cuando me dijo que sería conveniente publicar un resumen de las primeras entradas a mi blog aclarándome:
—Por supuesto…, me refiero a lo del Fiscal. Olvídese de Fromm, de Foucault y de todas esas pavadas. Ahora tiene en sus manos algo importante para decir. Abóquese —me ordenó con autoritarismo y con el típico desprecio de la gente de armas hacia las especulaciones filosóficas—. No se olvide de recordarle a sus lectores el estado del Fiscal en esos días: dormía poco, aunque él creyera que era suficiente, se sentía algo así como un súper hombre (usted lo explicó bastante bien); tal vez su estado era patológico o, cuando menos, dormir poco alteraba su juicio.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Caso Fiscal: La cuarta hipótesis. Claves para entender el caso Nisman ÍNDICE DE ESTA ENTRADA ·          Fotos que prueban que mi computadora, a través de la IP, ha sido hackeada o intervenida . Están intercaladas en el texto . (La denuncia ya ha sido realizada ante la fiscalía correspondiente. Que lo sepan: van a ser investigados). ·          Texto completo, Caso Fiscal / La cuarta hipótesis,  ingresado en entradas anteriores. ·          Claves para entender el caso Nisman. ·          Nuevo capítulo, en la ficción. Subo este material desde un cybe r, pues me han bloqueado el ingreso a mi blog desde mi casa (desde mi IP):                               Así se cuelga mi página, cuando intento abrirla desde mi casa                                                    Intentando conectarme… ¡a Google! La cuarta hipótesis Primera entrega 22 de enero. No tengo dudas: la Humanidad es un accidente del planeta que hemos denominado Tierra que, su vez, es un

Bullrich y la CIA

Patricia Bullrich: su partido Unión por Todos, las fundaciones y la CIA. Para decir que Patricia Bullrich es operadora de la CIA, bastaría con mencionar que fue cuñada de Rodolfo Galimberti, ex militante de Montoneros, pero que al regresar al país (estaba exiliado en Francia), en 1983 se transformó en socio del millonario Jorge Born, a quien años antes había secuestrado. Durante el gobierno de Menen fue asesor de la SIDE, cuando ya nadie negaba (y él aceptaba) que era agente de la CIA ( Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA, Marcelo Larraquy y Roberto Caballero). Patricia Bullrich, hermana de Julieta, la pareja de Galimberti, siguió todos los pasos de su cuñado, a quien decía admirar: compartieron el exilio, el departamento en París, el regreso… Cuando se lanza   la denominada Contraofensiva de Montoneros (1979 y 1980), Galimberti rompe con esa organización, mientras que P. Bullrich recluta militantes, que cuando llegan al país son detenidos y asesinados o

¿El último chiste de Nisman?

¿El último chiste de Nisman? Al llegar a la página doscientos, Nisman entiende que “corresponde analizar el rol y los aportes de cada uno de los individuos antes mencionados, que tuvieron participación en el plan criminal aquí denunciado.” No es otra cosa que una nueva seguidilla de repeticiones ya repetidas en páginas anteriores. Así, comienza a analizar   a cada uno de los autores del “plan criminal”, asignándoles, a cada uno, una letra, como se muestra a continuación. a)                Cristina Elisabet Fernández               (pág. 200) b)          Héctor Marcos Timerman                   (pág. 210   c)         Luis Angel D'Elía                               (pág. 219)  d)          Jorge Alejandro “Yussuf” Khalil        (pág. 235) e)          “Alian”                                                 (pág. 244)    f)                  Femando Luis Esteche                       (pág. 255) g)                   Héctor Luis Yrimia                            (pág. 262