Índice de esta entrada
1) La
cuarta hipótesis (¿ficción?). Séptima, octava y novena “entrega”
2) Sobre
la conferencia de prensa de S. Arroyo S. (Síntesis)
3) Breve
comentario.
4) Nota
completa publicada, el día de la conferencia de prensa
5) Posibles
causas del disparo
6) Posibles
causas del suicidio
7) La
cuarta hipótesis. ¿Ficción? Entregas: Primera a sexta.
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Séptima entrega
—No se encontró ningún papel, ningún escrito, ni una sola anotación que
diera indicios de que se estaba preparando para defender, al otro día, la
acusación contra la presidenta, el canciller y los otros imputados. No había,
tampoco en su computadora, búsquedas relacionadas con jurisprudencia, es decir
con casos similares, ni búsquedas de juristas especializados en el tema.
Tampoco tenía sobre su mesa libros de Derecho Penal. No tenía nada que indicara
que iba a presentarse ante la comisión de Derecho Penal. Sólo había un marcador
amarillo y algunos párrafos resaltados de la presentación que todos los
legisladores conocían, al menos los de esa comisión. No se preparaba para
defender su insólita imputación porque sabía, tenía la certeza absoluta, que no
iría al congreso: estaría internado, consciente, diciendo que quería salir del país, por su seguridad; o
estaría pidiendo que la continuación de su tratamiento fuera en Estados Unidos;
o estaría internado inconsciente; o estaría muerto. Cualquiera fuera el caso…
Imagine que usted es el fiscal de la causa penal más importante de la
historia...
—Ese ejemplo ya me lo dio —interpuse y de inmediato vi cómo se transformaba
su cara: parecía sumirse en cierta exasperación. Soltó una bocanada de aire y
luego inhaló profundamente. No me hizo
ninguna de las aclaraciones esperadas por mí, como: este es otro ejemplo, o: es
conocido que toda investigación de este tipo incluso de causas penales de poca
importancia requiere que los investigadores se pongan en el lugar de la víctima
o del delincuente; luego agregaría etcétera,
etcétera. Pero con su cara me dijo todo eso y, posiblemente, mucho más.
Parpadeó dos o tres veces y prosiguió como si yo no hubiese abierto mi
inoportuna boca—: Imagine que es fiscal de esa causa y que tiene que defender
nada más y nada menos una imputación contra un presidente o una presidenta,
como en este caso, nada más y nada menos —volvió a repetir—, que por encubrimiento
de la voladura de la Mutual… —hizo una pausa, como si su inteligencia se
hubiera eclipsado. Luego de unos segundos continuó—: 85 muertos, crimen de lesa
humanidad, ¿y no tiene escrita ni siquiera una guía para la defensa de su
imputación?
—Creo que luego de la presentación que hizo no tendría entereza para ver la
cara de la presidenta o del canciller, ni por televisión —dije. Parecía que iba
a omitir mi opinión.
Posiblemente pensó: especulación
absurda y absolutamente improbable, y decidí decírselo, tal vez daba en el
clavo y me posicionaba, también yo, como un sujeto hábil en la inferencia de
pensamientos no dichos o en la continuación de expresiones verbales, faciales,
posturales…
—Ya sé lo que pensó sobre lo que acabo de decirle —acerqué mi cara hacia la
de Daniel como él lo hacía conmigo—, que es una especulación absurda, pues
estando muerto el fiscal, jamás se podría a llegar a probar.
—Es absurda, claro que lo es, pero además es innecesaria y estúpida, ¿a
quién le interesaría saber si el Fiscal podría mirar o no, por televisión o
como sea…? —Con la mano hizo un ademán de desprecio a mi especulación—.
—Tampoco había nada en su computadora que indicara que haría una
presentación por escrito. Sintetice en pocos puntos todo —me ordenó.
A esa altura ya no tenía dudas: yo estaba trabajado para alguna agencia, Daniel era mi jefe directo y
sus órdenes no debía contradecirlas. No fue por eso que le hice caso. Lo hice por
voluntad propia; o al menos eso creí, en el caso que la voluntad propia exista en alguien. Publiqué:
1)
El día 18 de enero el Fiscal no tenía ningún escrito, ni
anotaciones de ninguna clase que indicara que se estaba preparando para una exposición
ante los legisladores, citada para el 19.
2)
Por consiguiente, sabía que no llegaría a esa presentación
por dos posibles causas: estaría internado en un hospital, o estaría muerto.
3)
La
22 estaba tomada sin firmeza.
4)
Esto
da lugar a diversas suposiciones: se disparó sin intención de matarse (a esta altura,
absolutamente improbable; lo que no quiere decir que no sea posible);
5)
o
vaciló en el instante previo al de accionar el arma; o se arrepintió y el
disparo se le escapó;
6)
o
juega una especie de lotería, como parte de la vacilación, y decide disparar el
arma para que el proyectil entre o no, para que le provoque la muerte o no…
Esto no es imposible ni tampoco una locura:
Bastaría consultar a un puñado de suicidas que sobrevivieron, para corroborar
la existencia de esta idea, frecuente, como fase preliminar y al intento de
suicida.
7)
o
practicaba un simulacro de suicidio (frecuente en suicidas potenciales), que
terminó siendo fatal.
8)
Nadie
puede dudar que el ánimo y/o el juicio del Fiscal estaba alterado: viaje a
Europa con alta connotación emocional. Discusión con su ex esposa que se opone
a la presentación que hará. La operación constante, sobre el Fiscal, de Stiuso
y sus hombres; presión de la
Embajada; presión (lógica) de las comunidades israelitas, de los familiares de
las víctimas y de la sociedad en general; han pasado diez años al frente de la
UFI–AMIA, sin avanzar en nada; Stiuso, su hombre de confianza ya no puede
trabajar con él.
9)
Dato
decisivo: saber cuánto tiempo pasó entre el disparo y la muerte.
Octava entrega
Antes de darme las
instrucciones de la publicación que debía hacer, me había entregado un papel,
impreso desde una computadora, con el supuesto whatsapp que el Fiscal envió a
sus amigos y que fue el primer documento
que tomó estado público luego de su muerte:
“Debí
suspender intempestivamente mi viaje de 15 años a Europa con mi hija y
volverme. Imaginarán lo que eso significa. A veces en la vida los momentos no
se eligen. Simplemente las cosas suceden, y eso es por algo. Esto que voy a
hacer ahora igual iba a ocurrir. Ya estaba decidido. Hace tiempo que vengo
preparándome para esto, pero no lo imaginaba tan pronto. Me juego mucho en
esto. Todo diría. Pero siempre tomé decisiones, y hoy no va a ser la excepción.
Y lo hago convencido, sé que no va a ser fácil. Todo lo contrario. Pero más
temprano que nunca la verdad triunfa y me tengo mucha confianza. Gracias a
todos. Será Justicia. Ah, y aclaro por si acaso que no enloquecí ni nada
parecido. Pese a todo, estoy mejor que nunca”.
—Este
documento ya es historia vieja —le dije—, qué pretende que haga. ¿Qué lo
publique como novedad? Me parece más importante analizar la conferencia de prensa
que dio la ex esposa del Fiscal. Debemos inferir la estrategia, los posibles
propósitos que se pueden leer entre
líneas.
Me
quedé unos instantes pensando en lo que pensaría Daniel en cuanto a la palabra
“debemos”. Elegí ese plural a propósito, con el fin de obtener alguna
apreciación de él, una sonrisa de aprobación, un estrechón de manos a través de
la mesa acompañado de unas pocas palabras como “bienvenido”, “ha entendido
nuestro objetivo”, “me alegra que se considere entre los nuestros”… Claro…, nada
de eso sucedió. Pero me conformé con pensar que la palabra, con todas sus
connotaciones, quedaba plantada en psiquis de Daniel. Respondió mi pregunta:
—No,
por supuesto que no. No queremos —acentuó
el plural e hizo una pausa, como diciéndome “entendí, se siente entre los
nuestros. O todo lo contrario: no se incorpore a un lugar al que nadie lo
invitó. Y hasta podía tratarse de una burla, pensé en ese momento—. No queremos
que publique nada sobre este mensaje. Cómo explicárselo… —pausa—, es como una
prueba de escuela; sólo queremos que lo analice para saber si llega a las
mismas conclusiones a las que llegó nuestra comisión.
—Con ese plural, “nuestra”, puso la distancia que teníamos antes de la cena,
sin embargo hizo una aclaración innecesaria—: Que cenemos juntos no quiere
decir que seamos amigos. Usted lo sabe: en esto nadie es amigo de nadie, aunque
todos crean ser amigos de todos, o simulen serlo. Cada uno es dueño y cuidador
de su propia espalda. En cuanto a ese “debemos”, no crea que me conmueve: usted
es usted y nosotros somos nosotros. ¡Cada cosa en su lugar! —Dijo con tono militar y levantando levemente
su mano derecha como si fuera a palmear la mesa, cosa que hizo, pero
suavemente.
A
pesar de la respuesta abrupta, casi irrespetuosa, pude entender, en ese mismo
instante (Borges, diría algo así: todo le sucede a uno precisamente ahora.
Siglos y siglos para que solamente en el
presente ocurran los hechos), que Daniel
había demorado en su respuesta a ese plural, que, por consiguiente, le otorgó
unos segundos al análisis de mi intención; pero, fundamentalmente, pude
corroborar que la idea había entrado
en él.
—Difícil
—dije, ignorando sus palabras y su tono—. Es muy difícil que llegue a las
mismas conclusiones. Supongo que la comisión analizó ese mensaje del Fiscal,
dentro de las veinticuatro horas posteriores a su difusión mediática…
—Cuando
se difundió —tono algo sarcástico—,
nosotros ya habíamos concluido con el análisis. Ahora le toca a usted. Como
excepción le voy a pedir que su respuesta sea por escrito. Justamente tomamos
algo que, como usted dice, ya es del pasado, para poder trabajar así, con, al
menos, un documento escrito.
Entendí
claramente el mensaje. Se trataba del protocolo de incorporación de personal
civil a esa agencia, que no sabía su nombre, sus siglas, pero estaba seguro que
mi intuición era certera; que lo que me había dicho Daniel era verdad: se
trataba de lo más alto, de personal altamente especializado y entrenado para
todo tipo de situaciones. Me alegraba confirmar que no se trataba de la
Secretaría y, mucho menos de la Federal. Y que la prueba que rendiría era el
paso previo, como dije: protocolar, del inicio de un archivo con algún nombre
falso. También me alegraba darme cuenta que no estaba siendo reclutado como confidente, categoría muy utilizada por
la SI, y asignada a personal civil que ocupa determinados roles dentro de la
sociedad, que pueden ser de interés para el Estado. Por supuesto eso de
“interés para el Estado ha quedado enterrado: trabajan para el mejor postor
político; todo el mundo sabe eso, y también que está llena de buchones. Unos
dos mil buchones recopilando información que difícilmente sea utilizada para el
bien del Estado.
Lo
cierto es que Daniel había dado a sus superiores una visión positiva de mí y,
seguramente, estaba generando una solicitud para incorporarme a la agencia.
“Somos un grupo chico”, me dijo en uno de los encuentros que mantuvimos,
“altamente calificado”, agregó en esa oportunidad. Yo sinteticé: “grupo chico
calificado”. Mi pensamiento se aventuró a dar un número: unos trescientos en
espionaje interior y un número similar para el exterior.
A
pesar de esas certezas, que sólo estaban validadas por mi razonamiento, me
propuse analizar las tareas que me había asignado Daniel. No me refiero a la
prueba o examen escrito que rendiría
bien y con poco esfuerzo. Hablo de otra cosa, de las publicaciones en general y
de algunas palabras en particular. Las traje a mi memoria: “Apabulle”,
“acacias”, “obcecados”; y un número: “432”. ¿Cuál era el verdadero significado?
¿Cuál era el mensaje y a quién estaba dirigido?
Novena
entrega
Apenas
me levanté, con dolor de cabeza y un ardor recorría mi estómago hasta la
garganta. Tomé un vaso de yogurt con una aspirina y un antiácido. A la hora y
media ya estaba tomando café, fumando el tercero o cuarto cigarrillo y había
terminado el análisis del mensaje del Fiscal (o la prueba que me estaba tomando
Daniel). En la pantalla de mi computadora se podía leer:
La
transcripción completa del mensaje del Fiscal, separado en diecisiete oraciones.
1) “Debí suspender intempestivamente mi
viaje de 15 años a Europa con mi hija y volverme.
2) Imaginarán
lo que eso significa.
3)
A veces en la vida
los momentos no se eligen.
4) Simplemente
las cosas suceden, y eso es por algo.
5)
Esto
que voy a hacer ahora igual iba a ocurrir.
6) Ya
estaba decidido.
7) Hace tiempo que vengo preparándome
para esto, pero no lo imaginaba tan pronto.
8) Me juego mucho en esto.
9) Todo diría.
10) Pero siempre tomé decisiones, y hoy
no va a ser la excepción.
11) Y lo hago convencido, sé que no va a
ser fácil.
12) Todo lo contrario.
13) Pero más temprano que nunca la verdad
triunfa y me tengo mucha confianza.
14) Gracias a todos.
15) Será Justicia.
16) Ah, y aclaro por si acaso que no
enloquecí ni nada parecido.
17) Pese a todo, estoy mejor que nunca.
Luego,
la primera y la tercera oración.
Resaltado en rojo: 1) intempestivamente;
2) los momentos no se eligen. Las traduje
así: 1) Algo no planificado + 2) un tercero eligió el momento = Alguien lo
“apura” y lo saca de sus planes. (Alguien de mucha confiabilidad para él. Digo
confiabilidad y no confianza).
Luego
relacioné la segunda con la cuarta
oración. Las resalté con negritas y escribí: idea de sacrificio. Ideación
de factores sobrenaturales (… “y eso es
por algo.”)
Quinta oración: idea de fatalidad y de mandato
“superior”.
Sexta oración: Enunciado impersonal. No es
solamente él quien ha tomado esa decisión.
Séptima oración: Ratificación: no es él quien decide
los tiempos.
Octava y novena oración: Denota lo contrario a lo que literalmente
dice: inseguridad en lo que va hacer. (“me
juego”)
Décima, décima primera y décima
segunda oración:
necesidad de autoconvencimiento.
Décima tercera: Quiso decir “más temprano que tarde”. Pero usa la palabra “nunca”.
La indefinición que implica la palabra “nunca”, ratifica la idea de inseguridad
en cuanto a la “verdad”.
Décimo cuarta: Siente la sensación de que le habla
a una multitud.
Décimo quinta: tecnicismo judicial, formal que, en
medio de un texto informal, parece, a priori, un juego de palabras irrelevante. Sin embargo podría tomárselo como
algo mesiánico: “Yo haré justicia”.
Décimo sexta: Trata de mirarse con los ojos de
otros. Percibe que la presentación que hará será duramente criticada, por falta
de solvencia, por pares y juristas prestigiosos. Sabe que hace una acusación
fundada en indicios manipulados y sin ninguna prueba.
Décimo séptima: denota exaltación.
(El
texto en su conjunto, como en sus partes, denota esta característica de
exaltación o euforia.)
Reconstrucción
del texto:
Me
han informado que debo hacer la presentación en forma urgente. Siento que una
orden superior me indica que debo
hacerlo ahora. No estoy solo en esta decisión. No estoy seguro de que sea
cierto y correcto lo que voy hacer. Tengo dudas, pero lo voy hacer. ¡Todos sabrán
que haré justicia!
Al
final de la prueba, como el alumno que agrega unos datos más de lo que le pide
su profesor, con el fin de decir “sabía más de lo que me pidió, ¡soy un gran
alumno!”, escribí: “Más allá del análisis pormenorizado del mensaje puede ser
más interesante y obtener más resultados analizando el porqué del mensaje: ¿Qué
necesidad motivó al Fiscal para que enviara ese watsapp? Me animo a decir que
el Fiscal estaba en una situación de exaltación generalizada, lindante con lo
patológico (deberían intervenir peritos psicólogos y psiquiatras). Luego de la
discusión con su ex esposa, luego o poco antes de dejar a su hija en el
aeropuerto, luego de la decisión de hacer, finalmente, la imputación, ingresa
en una zona de arrebato que él adjudica a su personalidad; una zona de
confusión verdad–mentira, referida al escrito, por eso necesita convencerse a
sí mismo de que “será justicia”. Conclusión: Se siente un ser superior llamado a una cruzada religiosa. Al
final incluí unas palabras más y una pregunta retórica: Un fiscal que lleva
semejante caso (AMIA), que va hacer semejante acusación, que ha pasado más de
una década entre espías y secretos, que ha intervenido teléfonos, ¿le informa a
sus amigos de watsapp que va a
emprender una especie de epopeya? No puede dejar de tenerse en cuenta que si
bien los argentinos desconocían al Fiscal, incluso la existencia de una
fiscalía creada nada más que para ese caso; no debe dejar de tenerse en cuenta
que sus amigos, familiares, allegados, incluidos los que reciben el mensaje, sí
lo sabían.
Me
predispuse para recibir a Daniel. Lo primero que le diré, me dije, es que más
allá de lo certero o erróneo que pudiera ser mi análisis del breve texto del
Fiscal, lo cierto es que difícilmente pudiera compararse con el que realizó la
comisión encargada del caso. Yo corría con una considerable ventaja: había
arrancado la maratón de cien metros, unos cincuenta metros más adelante que los
otros; aunque lo importante no era el espacio, sino el tiempo que, obviamente,
me favorecía. Entonces, la posible diferencia, ahora indescifrable, en los
análisis, quizá sería insignificante si se hubieran hecho simultáneamente. No
es posible, aun habiéndomelo propuesto, saltar por encima de todos los sucesos
que van desde que ese mensaje fue conocido, hasta la conferencia de prensa de
la ex del Fiscal, para poner un punto indicativo del principio y el fin de un
segmento geométrico.
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1)
Sobre la conferencia de prensa de S. Arroyo S. (síntesis)
·
Anuncia conclusiones de “prestigiosos
peritos”.
·
Insiste en el “rigor científico” de
esas conclusiones.
·
Introduce importantes diferencias con
los peritos del Cuerpo Médico Forense:
1) Data de muerte: 36 horas (+ – 04
horas)
2) Nisman agonizó antes de morir.
3) El cuerpo fue movido.
4)
No hubo espasmo.
·
Critica a las autoridades porque no
le hicieron saber a los familiares de Nisman, su derecho a introducir peritos
de parte.
2) Breve comentario
·
El rigor científico al que alude S. Arroyo S. se basa en el análisis de
las grabaciones hechas por Fein en el dpto. de Nisman y durante la autopsia.
·
La respuesta de Fein fue apresurada y casi infantil.
·
Si se acepta la data de muerte, según Arroyo S., quedaría gravemente
expuesto D. Lagomarsino. Además, las últimas dos llamadas del teléfono fijo
habrían sido hechas en un horario en el que Nisman estaba muerto. Esto lo sabe
muy bien la ex esposa de Nisman.
·
También sabe que daría lugar a la idea de magnicidio perfecto, pues las llamadas las habrían hecho el o los supuestos asesinos, para encubrir
horarios y plantar la hipótesis de
suicidio.
·
Debe tenerse en cuenta que a la data de muerte de S. Arroyo S., habría
que sumarle el supuesto tiempo de agonía.
·
Esto no sólo dejaría expuesto a Lagomarsino, sino también a Berni y, en
consecuencia, a CFK.
·
En relación a la agonía, Arroyo S. podría argumentar que existió
impericia, abandono de persona, etc. Aunque para esto debería aceptar la
hipótesis del suicidio (no excluyente, pero atinado). Sería algo así como el
plan “B”, que terminaría dirigiendo la mirada y las culpas a la misma cadena:
custodios—Berni—CFK.
·
En cuanto a que los familiares de Nisman no fueron informados del
derecho a designar peritos de parte, sólo genera una pregunta: ¿Por qué no les
informó ella de ese derecho?
·
Arroyo Salgado ya logró su primer objetivo: volver a cero, embarrar la cancha; estirar los tiempos,
teniendo en cuenta que estamos en un año electoral de mucha importancia. Luego,
ella lo sabe muy bien, irá por el segundo: Lagomarsino, custodios, Berni, CFK;
en ese orden.
3) Nota completa, sobre la conferencia
de prensa de S. Arroyo S. (Publicada en este blog, ese mismo día)
Hoy la jueza de San Isidro y ex mujer
de Alberto Nisman dio una inesperada, aunque ordenada, conferencia de prensa.
Se encargó de resaltar que lo que iba a anunciar estaba respaldado y eran las
conclusiones de prestigiosos peritos del ámbito penal. Insiste en el “rigor
científico” de los datos obtenidos, introduciendo importantes diferencias con
los peritos del Cuerpo Médico Forense que realizaron la autopsia en el cuerpo
de Alberto Nisman. Sus peritos dicen, según ella, que la data de muerte es de
36 horas, (más/ menos 4horas) entre la muerte y la autopsia. Además:
No existió espasmo en la mano derecha, dando como único argumento que uno de
los peritos vio eso sólo en dos oportunidades y otro sólo en una. Esto,
teniendo en cuenta que, aquí la tercera "diferencia", hubo agonía y,
por consiguiente, un importante derrame de sangre que se puede observar en los
registros realizados a cargo de la fiscal Fein, dice Arroyo Salgado. Y la
cuarta diferencia consiste en afirmar que el cuerpo fue movido. También:
efectúa una crítica a las autoridades porque no le informaron a los familiares
de la víctima que podían designar peritos de parte, para presenciar la
autopsia. Luego da detalles de la trayectoria del proyectil que terminó
con la vida de Nisman.
Esto se presta para varias lecturas. Lo referente a la data de muerte es decisiva, porque sabiendo Arroyo Salgado que hubieron llamadas del teléfono de Nisman hasta la hora 23, esto implicaría que esa comunicación y la anterior, aproximadamente una hora antes, no fueron hechas por Nisman, sino por algún tercero. Esto ampliaría el plan de los supuestos criminales, para encubrir el homicidio haciéndolo ver como suicidio. Así la idea de magnicidio cobraría más fuerza.
En cuanto a la agonía es un factor concomitante, o al menos complementario, con la data de muerte. Comprobando uno de los dos sucesos se resuelve el otro. Seguramente la tapa y los títulos electrónicos de los medios dirán: Fue homicidio, como algo comprobado. Murió 36 horas antes. El cuerpo fue movido…, ya sabemos.
Desde esta página me permito una simple deducción: se trata de una operación de prensa. La fiscal Fein, que respondió unos minutos después a la envestida de A.Salgado, se equivoca en dos cosas: cuando dice que ella llegó tres horas después a la escena y que durante esas horas no hubo personal judicial en el departamento de Nisman, pretendiendo explicar lo del supuesto movimiento del cuerpo. Ella, con su trayectoria debería saber reconstruir con detalles si hubo o no movimiento del cuerpo y, si en caso de que hubiese sido así, ese movimiento respondió, o no, a la acción de la madre del fiscal y/o a los custodios que ingresaron al departamento. No me imagino una madre, viendo sangre esparcida de su hijo, en el baño, aparentemente sin vida, y que no intente abrirla. Es necesario recordar que el cuerpo de Nisman quedó apoyado en la puerta del baño, por el lado interior. Pero Fein, además se equivoca cuando dice que no quieren desplazarla de la causa. Claro que quieren: A. Salgado y la jueza Palmaghini quieren una fiscal más permeable, insolvente, manipulable, y Fein no da con ese perfil.
Otra cosa: si sumamos la data de muerte, 36 horas, más la agonía, la declaración de Diego Lagomarsino se cae y quedaría gravemente expuesto en su situación judicial.
En suma: A. Salgado quiere derribar lo que hasta ahora eran los datos y las evidencias más certeras (y a Fein), quiere descalificar el informe del Cuerpo Médico Forense, por demás probo. Quiere iniciar una operación política y de prensa de una magnitud que sólo ella y sus socios del F18 (no los familiares) y otros más, conocen su alcance. Seguramente se viene otro F18.
Sara y Lidia Garfunkel deben ser citadas nuevamente por Fein, en particular la madre de Nisman. Deberán dar cuenta de las llamadas que recibieron del teléfono del ex fiscal. Lagomarsino deberá ratificar los horarios que declaró. Es decir, A. Salgado va a lograr su primer objetivo: empezar de cero, "ensuciar la cancha". Luego seguirá por el más importante: involucrar en el homicidio, que ella ha pergeñado en su mente, a custodios, pero fundamentalmente a Berni y, como consecuencia directa, a CFK.
¡Cuidado! Qué los argentinos no seamos, una vez más, víctimas de una operación de prensa de dudosa procedencia. La fiscal Fein deberá ajustarse el cinturón y, con valentía, poner las cosas en su lugar en el tiempo más breve posible. Deberá citar a los peritos de parte de A. Salgado, para expliquen sus conclusiones y “evidencias científicas”, obtenidas a partir de la observación de los registros (fotos y videos) realizados por Fein. Sara Garfunkel deberá decir la verdad, incluido el contenido de las cajas de seguridad y las cuentas bancarias que su hijo tenía con ella y que vació con ligereza. (Analizado este aspecto, Sara G, no parece haber estado muy conmovida: la conmoción produce parálisis, inacción. O estaba bien asesorada por su ex nuera)
Arroyo Salgado también deberá responder su propia pregunta: ¿Por qué no le informó a los familiares, de su ex esposo, que podían poner peritos de parte?
Esto se presta para varias lecturas. Lo referente a la data de muerte es decisiva, porque sabiendo Arroyo Salgado que hubieron llamadas del teléfono de Nisman hasta la hora 23, esto implicaría que esa comunicación y la anterior, aproximadamente una hora antes, no fueron hechas por Nisman, sino por algún tercero. Esto ampliaría el plan de los supuestos criminales, para encubrir el homicidio haciéndolo ver como suicidio. Así la idea de magnicidio cobraría más fuerza.
En cuanto a la agonía es un factor concomitante, o al menos complementario, con la data de muerte. Comprobando uno de los dos sucesos se resuelve el otro. Seguramente la tapa y los títulos electrónicos de los medios dirán: Fue homicidio, como algo comprobado. Murió 36 horas antes. El cuerpo fue movido…, ya sabemos.
Desde esta página me permito una simple deducción: se trata de una operación de prensa. La fiscal Fein, que respondió unos minutos después a la envestida de A.Salgado, se equivoca en dos cosas: cuando dice que ella llegó tres horas después a la escena y que durante esas horas no hubo personal judicial en el departamento de Nisman, pretendiendo explicar lo del supuesto movimiento del cuerpo. Ella, con su trayectoria debería saber reconstruir con detalles si hubo o no movimiento del cuerpo y, si en caso de que hubiese sido así, ese movimiento respondió, o no, a la acción de la madre del fiscal y/o a los custodios que ingresaron al departamento. No me imagino una madre, viendo sangre esparcida de su hijo, en el baño, aparentemente sin vida, y que no intente abrirla. Es necesario recordar que el cuerpo de Nisman quedó apoyado en la puerta del baño, por el lado interior. Pero Fein, además se equivoca cuando dice que no quieren desplazarla de la causa. Claro que quieren: A. Salgado y la jueza Palmaghini quieren una fiscal más permeable, insolvente, manipulable, y Fein no da con ese perfil.
Otra cosa: si sumamos la data de muerte, 36 horas, más la agonía, la declaración de Diego Lagomarsino se cae y quedaría gravemente expuesto en su situación judicial.
En suma: A. Salgado quiere derribar lo que hasta ahora eran los datos y las evidencias más certeras (y a Fein), quiere descalificar el informe del Cuerpo Médico Forense, por demás probo. Quiere iniciar una operación política y de prensa de una magnitud que sólo ella y sus socios del F18 (no los familiares) y otros más, conocen su alcance. Seguramente se viene otro F18.
Sara y Lidia Garfunkel deben ser citadas nuevamente por Fein, en particular la madre de Nisman. Deberán dar cuenta de las llamadas que recibieron del teléfono del ex fiscal. Lagomarsino deberá ratificar los horarios que declaró. Es decir, A. Salgado va a lograr su primer objetivo: empezar de cero, "ensuciar la cancha". Luego seguirá por el más importante: involucrar en el homicidio, que ella ha pergeñado en su mente, a custodios, pero fundamentalmente a Berni y, como consecuencia directa, a CFK.
¡Cuidado! Qué los argentinos no seamos, una vez más, víctimas de una operación de prensa de dudosa procedencia. La fiscal Fein deberá ajustarse el cinturón y, con valentía, poner las cosas en su lugar en el tiempo más breve posible. Deberá citar a los peritos de parte de A. Salgado, para expliquen sus conclusiones y “evidencias científicas”, obtenidas a partir de la observación de los registros (fotos y videos) realizados por Fein. Sara Garfunkel deberá decir la verdad, incluido el contenido de las cajas de seguridad y las cuentas bancarias que su hijo tenía con ella y que vació con ligereza. (Analizado este aspecto, Sara G, no parece haber estado muy conmovida: la conmoción produce parálisis, inacción. O estaba bien asesorada por su ex nuera)
Arroyo Salgado también deberá responder su propia pregunta: ¿Por qué no le informó a los familiares, de su ex esposo, que podían poner peritos de parte?
La pregunta retórica del título
no es correcta.
Es más certero decir: Arroyo
Salgado/Operación política y de prensa vs. Verdad.
4) Posibles causas del disparo, sin
intención certera de suicidarse.
1)
La
22 estaba empuñada sin firmeza.
2)
Esto
da lugar a diversas suposiciones: se disparó sin intención de matarse (a esta
altura, absolutamente improbable; lo que no quiere decir que no sea posible);
3)
o
vaciló en el instante previo al de accionar el arma;
4)
o
se arrepintió y el disparo se le escapó;
5)
o
juega una especie de lotería, como parte de la vacilación, y decide disparar el
arma para que el proyectil entre o no, para que le provoque la muerte o no…
Esto no es imposible ni tampoco una locura:
Bastaría consultar a un puñado de suicidas, que sobrevivieron, para corroborar
la existencia de esta idea, frecuente, como fase preliminar al intento suicida.
5) Posibles causas del suicidio. Indicios.
1) El día 18 de enero el Fiscal no tenía
ningún escrito, ni anotaciones de ninguna clase que indicara que se estaba
preparando para una exposición ante los legisladores, citada para el 19.
2) Por consiguiente, sabía que no
llegaría a esa presentación por dos posibles causas: estaría internado en un
hospital, o estaría muerto.
3) No obstante, se puede presumir que se
estaba preparando para esa exposición
ante los legisladores, teniendo en cuenta que sobre su mesa estaba la
denuncia que presentó ante el juez Lijo, un resaltador y, según información
pública, algunos párrafos resaltados.
4) Pero también se puede presumir que la
relectura de esa presentación infundada (él lo sabe muy bien), y casi
disparatada, lo sume en una angustia mayor, que posiblemente venía padeciendo, sin
saberlo, en esos días posteriores a la denuncia.
5) Entonces: es una persona honesta y
perfeccionista (según el relato de Lagomarsino, publicado por la revista RS)
que ha procedido de una manera no coherente con sus propios principios. A
cualquiera le puede suceder esto. Diría: ¿A quién no le sucedió alguna vez?
Pero no se trata de una simple incoherencia, pasajera, que se pueda superar en
tres o cuatro días, hasta olvidar el hecho. Nisman no es una persona común. Es el fiscal de la causa que
investiga el atentado terrorista más
trágico de la historia argentina y ha hecho una incriminación de resonancia
internacional, pero, insisto, absolutamente disparatada. También insisto en
esto: él tiene plena conciencia de la insolvencia de su denuncia.
6) Hace bajar a Lagomarsino por el
ascensor principal y lo saluda desde la puerta (según Lagomarsino en revista
RS). Se asegura que sea visto salir para no implicarlo en la muerte, o en el
disparo, que sabe que ocurrirá en pocas horas.
7)
Nadie
puede dudar que el ánimo y/o el juicio del Fiscal estaba alterado:
Viaje a Europa con alta connotación emocional.
Discusión con su ex esposa que se opone a la presentación
que hará y otros intercambios en relación a sus hijas.
La operación constante, sobre el Fiscal, de Stiuso y su
gente.
Presión de la embajada de Estados Unidos.
Presión (lógica) de las comunidades israelitas, de los
familiares de las víctimas y de la sociedad en general.
Han pasado diez años al frente de la UFI–AMIA, sin
avanzar en nada.
Stiuso, su hombre de confianza, ya no puede trabajar con
él.
8)
Estado
de ansiedad generalizado. Todo lo quiere hacer con apuro: restablecer una buena
relación con sus hijas, volver de Europa urgentemente, reintegrarse a la
UFI–AMIA antes del término de su licencia, presentar la denuncia contra CFK y
otros…
9)
No
puede dejar de tenerse en cuenta que en la autopsia del CMF se encuentra:
alcohol en el estómago y benzodiacepina en sangre. Este psicotrópico combinado
con una pequeña ingesta de bebida alcohólica se potencia.
10)
Han
pasado diez años al frente de la UFI–AMIA, sin haber avanzado en nada.
11)
Haber
estado sujeto, durante todo ese tiempo, al dictado de la Embajada.
12)
Haber
dejado, tal vez delegado, la investigación en manos de Stiuso.
13)
Estado
público de su relación con la embajada de EEUU (léase también FBI), a través de
los wikileaks que da a conocer Santiago O’ Donnell.
14)
Haber
abandonado la investigación de la conexión interna y la pista siria.
15)
Insolvencia
(él lo sabe muy bien) del escrito incriminatorio que presentó ante el juez Lijo.
Lagomarsino en la conferencia de prensa que da luego de declarar ante Fein dice
algo que no ha sido tomado suficientemente en cuenta. Su secretario cuenta que
Nisman le dijo: tengo más miedo de que sea cierto de que no lo sea. Esto
evidencia, por demás, el estado de inseguridad de Nisman y la falta de
credibilidad en él mismo y, fundamentalmente, en la denuncia que presenta..
16)
Arrepentimiento
de la denuncia que presenta contra CFK, el Canciller y otros.
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La
cuarta hipótesis
Primera entrega
22 de enero.
No tengo dudas: la Humanidad
es un accidente del planeta que hemos denominado Tierra que, su vez, es un
accidente de lo que hemos denominado Galaxia o universo o lo que sea que sea
esto que supuestamente existe. Pienso en el suceso del Fiscal y me detengo en
los hombres en esta… Humanidad
y no encuentro un camino mejor que remitirme a Milan Kundera: “El gesto brutal
del pintor: sobre Francis Bacon”. En este breve ensayo que, me animo a decir,
trata sobre la belleza y la “brutalidad” del
Yo, Kundera (a quien tuve la particular suerte de conocer en Francia
—¿un accidente más, aun habiendo sido
buscado?—) utiliza términos, traducción de por medio, como “…la mano violadora
del pintor se apodera con un gesto brutal
de la cara de sus modelos, para encontrar, en algún lugar en profundidad, su yo sepultado”. Sintetizando a Kundera
(perdonen este crimen), podría decir que asocia la obra de Bacon, en particular
sus trípticos, a esa brutalidad del yo.
Casualmente…
estaba repasando, releyendo ese texto, cuando ocurrió lo del Fiscal: no tuve
otra opción más pura que pensar, nuevamente, en los accidentes. Con un poco de sarcasmo e ignorante de lo que luego me
sucedería, me dije: “si la humanidad es un accidente de alguna historia, yo soy
el prototipo; me reí internamente. ¿Y qué opinión surgió en mí al escuchar las
diferentes versiones?: ninguna. Absolutamente ninguna. Ni siquiera una idea
coherente surgía en mi mente. Pero… pasaron algunos días, exactamente el 22 de
enero, y se acercó a mí ese Hombre que
aseguró tenía la “orden” de transmitirme la verdad sobre lo sucedido: lo
primero que me dijo fue que tenían (“tenemos”, me dijo, en un indescifrable
plural) “pruebas contundentes” de lo que me contaría. Pero eso sucedió después.
Antes, como dije, no podía configurarme una idea levemente cercana a lo
acontecido. Así, surgió en mí una desazón indescriptible que me llevó a pensar que
no había sido suicidio, que no había homicidio, que lo de “suicidio inducido”
era una pavada de los medios y decidí olvidarme del tema, y de esas
especulaciones mías, porque si no era nada de eso, qué era. ¿Un accidente?:
¡absurdo e imposible!; los medios ya habían dado a conocer sus reiteradas
visitas a polígonos. Sin embargo los otros “no”: no suicidio, no homicidio,
lamentablemente para mí, fueron confirmados por el Informante, quien me contó
con detalles lo ocurrido, algo verdaderamente tenebroso, propio de un
relato literario negro. Insisto: en los
primeros días me sumergí en una intensa confusión, y creo que lo mismo le
sucedió a medio país. Excluyo la otra mitad, pues pertenecen a algún servicio
de inteligencia, o de contrainteligencia, o de inteligencia paraestatal, o son colaboradores. O delincuentes que
cambian información por liberación de zonas, sin saber, ni querer saber, a
quién, verdaderamente le entregan esa información.
Un fiscal había muerto y la
desazón y la incertidumbre se apoderó de mí; y la mejor salida que encontré fue
recordar que acababa de regresar de Córdoba de unas apaciguadas, aunque breves,
vacaciones. Estuve alojado en el Apart Hotel Candy y a quien sea que lea esta
confesión le recomiendo que no deje de visitarlo. Se encuentra en Villa General
Belgrano, que los cordobeses denominan, como lo hacen con todos los destinos
turísticos de esa provincia, “un lugar encantado”, o “encantador” o
“maravilloso” que, por supuesto, no lo es. Pero sí puedo afirmar que alguno de
esos lugares comunes que usan ellos,
producto de una vieja comprensión de la importancia del turismo en las
economías provinciales, son ciertos: Me refiero a expresiones como “un lugar
para el relax”, para “mitigar el estrés”…
Disculpen
debo abandonar urgentemente la página (tuve una nueva “interrupción”. Es tarde,
son más de las cuatro de la mañana del día 23 y me está ocurriendo lo que
sucedió más temprano cuando, antes de tomar la decisión de hacer público este
documento, estaba repasando información en internet sobre lo del Fiscal e
inexplicablemente, luego de unas horas de “investigación”, abría una página de
Nación o de Página 12 y en lugar de encontrar la nota esperada me sorprendía
con la presencia de una propuesta de chat con, seguramente, alguna prostituta.
O, al intentar abrir esos sitios me aparecía una recomendación de no hacerlo
pues no era seguro y “corría riesgo” mi equipo. Lo mismo me acaba de suceder en
tres oportunidades. De esto tampoco tengo dudas: mi IP ha sido identificada, mi
pc ha sido jaqueada. Mañana continúo desde otro… lugar.
La cuarta hipótesis
Segunda entrega
23 de enero
Ante todo debo pedir
disculpas por la “ligereza” del texto que subí anoche. Luego de la ardua
“lucha” contra las “interrupciones”, me fui a dormir. Todavía hacía mucho
calor, encendí el televisor para saber la temperatura: 31 grados, indicaba la
parte inferior derecha de la pantalla. Pensé que entre la temperatura, mi
confesión pública, la imagen mental nítida e intermitente del Informante, las interrupciones,
etcétera, no podría conciliar el sueño. No fue así: intencionalmente comencé a
repasar imágenes que me resultaran agradables y, así, volví a Córdoba. Recordé la grata temperatura del agua de la pileta
climatizada, me vi sumergido en ella hasta el cuello y haciendo breves nados de
una punta a otra de la pileta de unos veinte metros de largo. Vi las pérgolas
con esa enredadera verde que deja asomar, tupidamente, una flor relativamente
cónica que mezcla los colores rosa, naranja (predominante), rojizos y
seguramente otros que mi escasa cultura visual, en cuanto a colores se refiere,
no me permitió ver. Según uno de los empleados de mantenimiento, es conocida,
esa enredadera, como “clarinete”; y en efecto para describirla es mucho más
oportuno decir que tiene la forma de ese instrumento musical y no, como dije
antes, cónica. Caminaba por el pequeño centro de Villa General Belgrano. Vi los
pintorescos (otro cordobesismo)
restaurantes alemanes (¿qué alemanes?). Caminaba por calle Ojo de Agua y a
medida que me alejaba del núcleo del pequeño centro comercial, las luces
disminuían; ingresaba a la zona residencial; ya habían quedado tras de mí los
comercios, las luces, los autos estacionados y en movimiento, la música de
algunos restaurantes, las farolas de las veredas, la luz artificial intensa, el
ruidoso show frente a la iglesia; así, las veredas y las casas se apagaban,
todo se oscurecía; al fin: vi la noche; no pude saber más nada hasta pasadas
las ocho de la mañana, cuando desperté, recordé lo que había escrito en la
madrugada y mis ojos se transformaron en dos estrellas luminosas incapaces de
parpadear. Ante la urgencia de la publicación, cuatro horas de descanso fueron
más que suficiente para poder retomar el trabajo que me había propuesto. Es
cierto: sentía algo de miedo y, mientras desayunaba, vacilaba y me preguntaba
si debía seguir, pero el miedo no es una cualidad que me caracterice. Pensé:
“por qué no se hacía cargo el Informante
de hacer público semejante análisis, ese atroz relato de él, y recordé sus
primeras palabras, que fueron una afirmación imperativa: “usted que es escritor
y periodista, tengo información que me han dado. Información segura, que
proviene de lo más alto”. Reiteró: usted es escritor, es periodista. Sabrá cómo
comunicar esta verdad”.
Apabulle acacias.
El Hombre se había acercado a mí, amablemente, con un cordial “buenas
tardes”. Yo acababa de salir de mi departamento y me dirigía a las cocheras de
alquiler, distantes a cuatro cuadras y media. Era lo más cercano que había
podido conseguir desde que había alquilado sobre Houssay. Era indudable que
conocía mis movimientos; ya había quedado más que claro que sabía bastante de
mí en cuanto a mis actividades… En fin como dice mi lejano amigo
(graciosamente, las veces que nos hemos encontrado, dos veces en Francia, específicamente
en París y una en Madrid, lo llamo Mil o Milé o Mei), los comportamientos, de
las personas, son “estadísticamente calculables, sus opiniones manipulables, y
que, así las cosas, el Hombre es menos un individuo (un sujeto) que un elemento
de una masa.” (Nada nuevo, pero…, lo dice Milan, en el 2009). Resumiendo, el
Hombre, el informante, Daniel o quien quiera que sea medice:
La decisión del Fiscal, esa
que menciona en el whatapp que envía a su grupo,
en realidad ya la había tomado antes de su viaje a Holanda. Lo de Holanda era
algo que tenía pendiente con su hija, por eso viaja; además quería dejarle una
buena impresión, un lindo recuerdo, por si las cosas no salían como las había
pensado en Buenos Aires. Sin embargo, en Ámsterdam, un moreno, que no sabe
quién es el Fiscal (en realidad fuera de los altos ámbitos judiciales y
políticos, nadie lo conoce. Para los argentinos en general, el Fiscal es un
desconocido, nadie ha escuchado ese apellido, nadie sabe que existe una
Fiscalía creada especialmente para dilucidar el atentado contra la A.M.I.A.),
tiene la orden de entregarle un teléfono celular que, luego de recibido el primero y único mensaje deberá
destruir parte por parte y arrojarlo en forma diseminada en lugares como
contenedores o cursos de agua. Y así sucede. El mensaje lo recibe unos minutos
después de que el moreno le dejara el teléfono. Su contenido es claro: en
Argentina se está preparando su destitución o pedido de renuncia o alejamiento,
debido a que lleva más de diez años al frente de la causa y no ha logrado
absolutamente nada. Servicios de por medio, muchos saben el contenido de la
imputación que está preparando. Claro que no es todo esto lo que dice el
mensaje, pues éste se limita a unas pocas palabras, tal vez estas: “quieren
desplazarlo de la causa. Debe seguir
hasta las últimas consecuencias”. “Al igual que nosotros, ellos conocen el
escrito”. Y luego el número de una cuenta bancaria, un monto en dólares, el
nombre de un banco fantasma y su ubicación en un paraíso fiscal. Además: una
clave; los nombres de los titulares de la cuenta que son él y su ex esposa, “indistintamente”;
unas palabras que esconden el motivo real de la alta suma de dinero depositada
allí: “le servirá para la investigación”. El Fiscal también advierte que si es
destituido y alguna iniciativa judicial atenta contra sus bienes tiene un respaldo
que asegurará su futuro y el de su familia. Piensa que puede tratarse de una
trampa, pero más cree que se trata de sus amigos de la Embajada, cuya relación
fue revelada por Wikileaks. Como dice Kollmann: “En la colección de cables de la embajada norteamericana
en Buenos Aires, dados a conocer por Wikileaks, hay decenas de informes de
visitas de Nisman a la delegación diplomática donde discutía la orientación de
la causa, pedía disculpas por no avisar de tal o cual medida que tomó y les
enviaba textos que recién después presentaría a la Justicia”.
Pero
el Fiscal no piensa que esté trabajando para otro que no sea para él y para la
investigación. No cree, no se ve, arrodillado frente a la Embajada, sino de
pie, frente a frente, como dos poderes que se “quieren” y que se necesitan
mutuamente. Su personalidad es firme, sólida, hozada: se siente bien con él
mismo, su ánimo está en elevación, su habitual seguridad cobra una dimensión
sobrehumana; su ansiedad no le permite dormir la cantidad de horas que dormía.
Las noches en Ámsterdam y en los días posteriores, se le hacen interminables.
Hasta se le hace difícil disfrutar el paseo con su hija; incluso ella le hace
un reclamo en ese sentido: “lo vi preocupado, como si estuviera alejado de lo
que estábamos viviendo”, testificará en algún momento. El Fiscal no se da cuenta
que dormir poco puede alterarle el juicio, pero no se preocupa por el sueño, le
sobran energías y ansias de grandeza; pero lo cierto es que está altamente
estresado y la serotonina comienza a escasear en su cerebro, mientras que la
noradrenalina asume un rol lindante y similar a la anfetamina. Está obsesionado
y un poco paranoico; no puede disfrutar de nada, ni siquiera de la compañía de
su hija; pero no se da cuenta. En todos los lugares donde está, presiente que
lo siguen, que lo observan… Entonces: toma una decisión. Debe ganarles de mano.
No puede permitir que sea desplazado de la causa sin pena ni gloria; o, en todo
caso, con pena, pues sabe que lleva más de diez años sin haber aportado absolutamente
nada para su esclarecimiento. Ha decidido, entonces, imputar a las más altas
autoridades por encubrimiento. Sabe que no tiene nada para imputar a nadie. Sabe lo que es una falacia,
pero no ha estudiado ni conoce ningún tipo de clasificación, sin embargo,
aunque exactamente no lo sepa recurre a una de ellas: argumento ad
consequentiam o argumentum ad consequentiam (en latín, según Wikipedia, "dirigido
a las consecuencias"). Se trata de una falacia que pretende sostener un
argumento en función de las consecuencias que generó o que puede generar.
Y las consecuencias que
imagina se cumplen: primero, alto impacto mediático: el asunto se transforma en
agenda temática que, todo parece indicar, no será una cuestión pasajera;
segundo, credibilidad de su denuncia, con ayuda de ese impacto. Ratifica una de
sus hipótesis ocultas: la verdad y la veracidad es una construcción discursiva
que, en Argentina, está a cargo de los medios masivos de comunicación.
Así, su sobre-humanidad crece, da un nuevo salto: es hora de ejecutar el
segundo paso, es hora del gesto brutal:
debe darse un tiro, pero no tiene que suicidarse.
Tercera entrega
24 de enero
—¿Usted piensa que un
fiscal, que puede tener y hasta portar el arma que quiera, por ejemplo una 9
milímetros, va a pedir prestada una pistola 22 para defenderse?
El Hombre caminaba a mi lado y hablaba con soltura, con voz grave,
como quien no tiene preocupación alguna y va, junto a un amigo, a jugar una
partida de golf, pero luego de la pregunta retórica, me tocó el brazo
indicándome que me detuviera. Nos pusimos frente a frente:
—Imagine —me dijo— que usted
cree que pueden atentar contra su vida, usted es fiscal, ¿sí?, puede tener (de
hecho tiene) y hasta portar, armas como la que le mencioné. Cree que pueden
matarlo. Estando en semejante situación de tensión y temor a perder la vida,
pero valentía para defenderse. Una valentía acorde a su personalidad. Es fiscal
de una de las causas más complejas y complicadas de la historia de la justicia
argentina: ¿Usted piensa que usted, yo, mucho más el Fiscal, pensaría que quien
o quienes vienen a matarnos, va a venir con un cuchillito de plástico? Si usted
cree que el potencial asesino proviene de lo más alto de algún poder, sea el
que fuera, va a llegar a su departamento con alto poder de fuego, terminología
y situación que conocemos, ¿no?, ¿va a pedir prestada una Bersa Thunder 22? ¿No
le parece absurdo?
Dijo estas palabras y me
indicó, con una sonrisa y un gesto de cabeza, que siguiéramos caminado.
Como le sucede al personaje
narrador de Borges en Rosendo Juárez,
deduzco ahora, que “algo de autoritario” debe haber tenido el Hombre, porque yo hacía caso a sus
señas; respetaba, sepulcralmente, sus pausas; no le rebatía nada ni lo
interrogaba: había logrado anularme todas las facultades intelectuales, excepto
la de escuchar y guardar en la memoria. Hasta en la forma de caminar me sometía seguía su ritmo, que era de pasos largos,
pero lentos y seguros; aunque me daba la impresión de que era una forma estudiada de caminar, percibía algo
teatral en ese y otros comportamientos.
Como me dijo, el mismo
razonamiento referido a la supuesta necesidad de contar con un instrumento de
autodefensa, era aplicable al suicidio:
—Ahora imagine una situación
similar para la hipótesis del suicidio, todo sigue igual: usted es fiscal
interviniente en un caso de máxima importancia. Por el motivo que sea decide
matarse, ¿elige un arma calibre 22, teniendo a disposición otras de calibre
grueso? Y aun suponiendo que esa 22 es el arma que tiene más a mano, ¿decidiría
dispararse en la sien y no a través del paladar superior para que el pequeño
proyectil atraviese sin dificultad los obstáculos óseos y llegue al centro del
cerebro haciéndolo estallar?
Yo seguía atentamente y de
manera concentrada las palabras del Hombre,
pero ya habíamos llegado a las cocheras de alquiler donde me esperaba mi auto.
Por eso, y con el fin de no cambiar nada, para que el extraño concluyera de una
vez con su promesa de contarme la verdad y entregarme las supuestas pruebas, al
llegar a la vereda de las cocheras seguí
caminando como si nada. Apenas habíamos dados unos pasos al frente de la
propiedad siguiente se detuvo. Miró hacia arriba y hacia los costados:
—Nos estamos pasando —me
dijo imprevistamente, mientras giraba sobre sus pies, desandaba unos pasos y me
indicaba que lo siguiera. Ambos nos ubicábamos frente al portón de salida de
las cocheras.
Por otro lado, me aseguró que un arma
de ese calibre sólo deja en las manos,
la ropa, el pelo o cualquier parte del cuerpo “millonésimas de gramo de
residuos” y se tienen que cumplir “determinadas condiciones” para poder
detectarlas. Esto hace posible que el “barrido electrónico” pueda arrojar un
resultado negativo.
—Además tenga en cuenta que el arma
fue hallada debajo del cuerpo del Fiscal, su mano puede haber caído rosando el
piso o alguna pared colaborando con la eliminación de las macropartículas;
agréguele a esto el hecho de que el cuerpo fue encontrado al menos diez horas
después de su muerte, que no es sinónimo de diez
horas después del disparo. Pero lo más importante y que impide que el
rastreo electrónico sea positivo es por lo que hace el Fiscal, que conoce de
esto y sabe muy bien cómo lograr ese resultado. Ahora lo dejo, ya tiene
bastante para escribir. Usted es escritor de ficciones, de algunas novelas
históricas… —hizo una pausa—. Cómo decírselo, a ver… —otra pausa—, agréguele lo
que quiera. Descríbame a mí como le parezca, haga lo que se le antoje con los…
escenarios, ¿sí?, pero no modifique la esencia de lo que le he revelado. Piense
que usted es un… elegido, por su objetividad y por su forma rigurosa de
escribir novelas históricas, notas periodísticas y guiones para cine y
documentales. Es un elegido y un privilegiado, no sea ingrato con la realidad
por más que le cueste creerla, por más… —parecía, por primera vez, que hacía un
esfuerzo para encontrar las palabras precisas— exótica que le resulte. Luego le
contaré el resto.
Comenzaba a alejarse y yo balbuceé
otro monosílabo. “Pero”, alcancé a decir cuando comenzaba a alejarse y el Hombre
giró a medias su cuerpo, levantó su brazo y con el dedo índice de la mano
señalándome me dijo, simplemente, “yo lo ubico, quédese tranquilo, va a saber
la historia completa.”
La cuarta hipótesis
Tercera entrega
24 de enero
No saqué el auto, no fui a ningún
lado, volví a mi departamento y me puse a escribir. El dilema más fuerte que se
me presentaba era decidir a qué medio de comunicación le enviaría la
“revelación”. Como periodista independiente, podía elegir entre dos o tres
opciones. A las ocho ya me encontraba frente a mi máquina, nuevamente, con el
fin de continuar escribiendo algo más que un relato. A las nueve,
aproximadamente, el texto escrito se encontraba exactamente igual que a las
ocho, pero había encontrado una forma interesante de publicar la cuarta
hipótesis; fundamentalmente una manera que hiciera posible la publicación,
pues, a esa altura, tenía la certeza de que ninguno de los tres diarios amigos
publicaría la versión que me había descrito
el Hombre (¿S.I.?). Un poco
antes de las diez de la mañana el texto ya tenía la forma que decidí: ficción
literaria, y que, conjeturé, sería publicable; ya se había desplazado en Word
unas tres páginas. Pasadas las once (cinco páginas) sentí que descendía mi
rendimiento. Dormir poco, o mucho menos de lo habitual, hacía estragos en mi
capacidad, bastante lenta, para escribir. Decidí, primero, tomarme un café bien
cargado. Lo hice, pero cuando la cafetera largó su pitillo de aviso de fin de
su tarea yo ya había decidido recostarme un rato y lo escuché desde la cama.
Sólo me había sacado los zapatos y estaba boca arriba con las piernas cruzadas
y las manos debajo de la nuca. Me iba quedando dormido, el caos de imágenes
comenzaba a adueñarse de mi consciente cuando me di cuenta que en definitiva el
Hombre no me había dicho nada relevante:
sólo había esbozado una posibilidad. Surgió en mí la nítida necesidad de
denunciar al Hombre, a través de uno
de los diarios. Es decir, hacer exactamente lo contrario a lo que había
decidido: publicar con la mayor exactitud posible lo que me había ocurrido,
pero a modo de denuncia relacionada con el accionar de los Servicios de
Inteligencia. Tenía en claro que mi blog (Estadística Google: promedio de cinco
mil visitas diarias, aproximadamente), ya estaba escrito con la primera
versión, pero sólo se trataba de editar la entrada. O subir otro texto que
explicara todo, incluyendo el error, el apresuramiento, de haber publicado el
texto de la entrada anterior; “no lo maduré lo suficiente”, diría como excusa;
o: “fui víctima de un engaño, pido disculpas”…
Antes de las doce me levanté, tomé el
café que había preparado, en una taza grande; “necesito estar bien despierto”,
me dije. A las doce en punto sonó el portero de mi departamento. Atendí y
escuché la particular voz:
—Soy yo. ¿Continuamos?
—Claro, por supuesto, estoy ansioso;
creí que no volvería a verlo, ¿quiere subir o prefiere caminar? También
podríamos ir a almorzar… —me interrumpió.
—Prefiero subir, ábrame la puerta,
ahora, por favor.
Le hice caso. Apenas estuvo arriba
volvió a pedirme disculpas, me dijo que estaba acostumbrado a este tipo de
tareas y que obraba así, “apurando la situación”, para evitar dar tiempo a que
alguien, en este caso yo, active alguna cámara o un micrófono. Volvió a pedirme
disculpas:
—Disculpe, pero el protocolo indica
que debo hacer esto.
Estaba vestido con la misma bermuda,
de color verde oscuro, del día anterior. Los mismos zapatos tipo mocasín,
gamuzados, de color claro. Sólo había cambiado su remera; ahora tenía puesta
una de color negra, al igual que la del día anterior era ancha y bastante
larga. No tenía dudas que debajo de ella podría tener un arma sin que nadie lo
notara. Dijo lo del protocolo y de inmediato sacó de una riñonera un aparato.
Hizo un pip cuando lo encendió. Comenzó a recorrer todo el ambiente (Mi cocina
comedor y living; integrados amplios y cómodos).
—Es el protocolo —volvió a repetir—.
Debo asegurarme de que no haya micrófonos ni cámaras —dijo, mientras caminaba y
apuntaba el aparatito hacia diferentes lugares y simultáneamente accionaba una
especie de perilla—. Todo está bien. Se está portando acorde a lo esperado. Nos
gustó el relato que hizo en su blog; hasta hace una hora ya llevaba más de ocho
mil visitas.
¡Ni a mí se me había ocurrido revisar
la estadística! ¡Tenía muy en claro que, supuestamente, únicamente yo podía
acceder a esa información! Me sentí invadido; sí: invadido, más que vigilado,
perseguido, o acosado por esa paranoia que relatan constantemente muchos
periodistas y algunos políticos. Se me cruzaron por la cabeza mil cosas para
decirle e incluso la idea de echarlo. Lo pensé unos segundos y finalmente
pregunté:
— ¿Prefiere que nos ubiquemos en los
sillones o en la mesa?
—En los sillones. Debe estar cansado.
Anoche se acostó a las cuatro de la madrugada y se levantó a las pocas horas
—dijo eso, mientras volvían a sucederse en mi mente ideas de “invasión”, en
este caso a mi intimidad. Recordé el instante en el que el aparatito comenzó a
lanzar unos pic cortos y seguidos. Saqué una conclusión: efectivamente había
alguna cámara, pero no la había instalado yo, sino, ellos. Aunque también era probable que una observación simple,
desde el exterior del edificio, del apagado y encendido de luces, les arrojaría
una evidencia de mis comportamientos inequívoca. Otra opción que pensé después
fue que habrían estado observándome desde el edificio de enfrente: a través de
las cortinas mi sombra, de las luces interiores o del sol de las primeras horas
(mi departamento da hacia el Este) les habría indicado todos mis movimientos,
incluso cuando preparé el café o fui al baño.
La sensación que sentí fue de una intimidación
amable: como si ellos me quisieran decir “si queremos podemos saber todo de
vos”, o, directamente: “conocemos todos tus movimientos y hasta lo que
escribís, incluidas las palabras que borrás; incluso lo que pensás”.
—El Fiscal ya había modelado su
investigación, transformándola en una falacia. Nada le costaba seguir
manipulando hechos a favor de su hipótesis que, usted sabe, era insostenible.
No duraba en pie ni un mes (que políticamente es mucho). Los principales
juristas del país, además del oficialismo con toda su batería… —Quedó callado
por unos instantes. En este caso, me dio la impresión que no estaba buscando ni
la palabra ni la expresión precisa y ajustada a la situación. Mi impresión fue
que se había ido, que algo le trajo a
la memoria algún suceso que le resultaba traumático…, tal vez un homicidio;
quizá venía de asesinar a… un fiscal. Pensé esto y una risa interna recorrió mi
cuerpo. Él continuó:
—… Usted sabe a qué me refiero. En
esto puedo fallar: no soy político y no me gusta la política, y mucho menos
meterme.
Ante semejante aberración hasta se me
pasó por la cabeza que me estaba tomando
el pelo o, tal vez, probándome. Por eso me animé a hablar:
—Con toda la información política que tiene me dice que no le gusta
meterse, que no le gusta la política.
—Exactamente. Este es mi trabajo. Si
lo quiere llamar de alguna manera soy… un… investigador. Nada más que eso, un
investigador, un curioso más; este es mi trabajo y todos los meses tengo
depositado mi sueldo y los eventuales gastos operativos que haya tenido… Algo
más: no se esfuerce en creerlo, le costará
mucho y le producirá cierta… angustia diría yo. Simplemente, créalo.
—¿Un curioso?
—Sí. Es la mejor manera de
calificarme. Incluso lo de investigador suena a detective… ¿un Sherlock Holmes? Ahora que lo pienso, también suena a
espía…Sí, por qué no, también suena a espía. ¿Un cero cero siete? No, de
ninguna manera. Qué… curioso, de
chico me gustaba el Agente 086.
—A mí me suena a Secretaría de
inteligencia, o, popularmente, SIDE.
—SIDE. Sí, sí, SIDE, algo sé. Me suena
bastante. —Las expresiones del Hombre:
su cara, su modo de reacomodarse en el sillón, sus piernas cruzadas…, habían
tomado un aire burlesco.
En ese instante me di cuenta que había
destinado demasiado tiempo en la redacción del texto que había subido a mi blog
y que no había pensado ni un minuto la estrategia de abordaje al Hombre. Intenté hacer tiempo, para
pensar, con la conocida táctica periodística de reportaje, es decir, hacer
preguntas irrelevantes para ablandar
al entrevistado y de a poco ir a lo que se pretende obtener.
—¿Cómo se llama? —le pregunté,
mientras me ponía de pie—. No pretendo que me diga su nombre verdadero ni el de… Inteligencia, sólo para tener un modo
de llamarlo.
—Sí, está bien, prefiero eso antes que
esa denominación…, Hombre, con la que
me describió en su escrito. Además ya la utilizó en otro texto…; creo que el
título de ese escrito era… —hizo como si estuviera pensando; a mí me pareció
una hipocresía o, al menos, un artificio más—, Asesinaron a…, la verdad que no
recuerdo el apellido del —hizo una pausa y sonrió—.
—Vessica… —me interrumpió.
—Exacto. Sí. Vessica. Un buen
policial. Creo que también está basado en hechos reales, ¿no?
—Sí, aunque algunos desconfíen, como
seguramente será este caso, está basado en sucesos que, lamentablemente,
ocurrieron. —Me senté nuevamente en la punta del sillón de estructura de
algarrobo y almohadones de tela color beige—. ¡No me ha dicho suuu… nombre! —Dije en forma espontánea y con
un tono ligeramente jocoso, pues me di cuenta que si quería sacarle más información de la que tenía
ordenada darme, debía cambiar mi actitud, debía ocultar, principalmente, mi
desconfianza.
—Daniel —dijo a secas.
—Bien, ¡bien! —jocosamente—, ya tengo
una forma de llamarlo. Además es el nombre de mi mejor amigo de la adolescencia
—mentí, para romper el hielo y tomar la punta en la charla. “Debo proceder como
si fuera un entrevistado más”, me dije.
—Ah, creía que su mejor amigo de la
infancia se llamaba… —extrajo una libretita, de no más de diez por cinco
centímetros—, creo que Alfredo —hojeaba la libretita—. Sí. Alfredo Méndez.
—Sí, claro, fue otro de mis mejores
amigos.
—Reviso la lista —dijo, mientras leía
y daba vuelta una página—. No lo encuentro, pero la verdad es que la letra es
tan pequeña que necesito esto —rió y extrajo del mismo bolsillo un par de
anteojos. Se los colocó, volvió a repasar la lista y finalmente concluyó—: No.
Ningún Daniel, pero puede ser un error. Tal vez un error tipográfico de la
documentación que recibí por internet. A lo mejor la chica que escribía tipió
mal, en vez de oprimir las le tras a, ele, efe, ere, e, de, o; es decir,
Al-fre-do, sus dedos se torcieron o se encapricharon en tipiar: de, a, ene, i,
e, ele; es decir Da-niel.
—Se deben haber equivocado —dije con
un tonito algo estúpido.
Daniel
(o como sea que se llame), descruzó sus piernas, acercó sus glúteos a la punta
del sillón, acercó su cara hacia mí y prosiguió con su intimidación:
—Nosotros no nos equivocamos.
No estaba dispuesto a dejarme
intimidar (diría maltratar) a cambio de una información que, al final de
cuentas, siempre sería dudosa, excepto si verdaderamente me daba algún tipo de
prueba relativamente confiable, como un correo electrónico, una grabación, un
mensaje de texto, un whatsapp, o cualquier cosa similar o no. Por eso hice lo
mismo que él: desplacé mi cuerpo hacia la punta del sillón, acerqué mi cara a
la de él y le dije:
—Ah, claro, ahora entiendo. Usted no
pertenece a la Secretaría de Información o, si quiere a la Secretaría de
Información del Estado. Claro, ahora estoy seguro: usted es de la SIPE.
Daniel lo pensó por unos instantes y
cayó en mi infantil trampa:
—¿SIPE? —preguntó—. ¿Qué es eso?
—Luego de pensar unos segundos.
—Secretaría de Informes Perfectos.
Primero rió, luego, con absoluta
seriedad, me dijo:
—Esto no es un juego, ¿qué le pasa? Lo
eligen para publicar la verdad sobre el caso del Fiscal y usted se lo toma en
joda; pero por la puta madre, me dijeron que usted era una persona seria y
confiable y que protegía sus fuentes de información, ¡qué carajo che!
La forma en que dijo eso, el tono
militar, me hicieron pensar que no había hecho mal en decirle lo que le dije.
Al contrario, había logrado alterarlo y descubrir que no se trataba de un
civil. Su tono y sus palabras me habían dado la certeza de que se trataba de un
policía de investigaciones o, lo que me pareció más probable, un reclutado, por
la Secretaría, de alguna de las tres fuerzas armadas.
—Y deje de hablar de “Secretaría”,
tradúzcalo como corresponde, la “S”, usted lo sabe muy bien, debe ser
interpretada como “Servicios” y la “I” como “Inteligencia”.
Dijo eso y volvió a acomodarse en el
sillón en medio de un suspiro que, me pareció, una vez más, una sobreactuación
teatral. En ese instante me pregunté si verdaderamente había logrado sacarlo de
sí o si sólo se trataba de una interpretación más, de su parte, del guión, que
tenía escrito. Iba a responderle cuando, desde una de sus
piernas comenzó a sonar una canción de Vicentico (creo que Paisaje). Con apuro hurgó en el bolsillo derecho de su bermuda
verde claro. Extrajo el teléfono celular, miró la pantalla, tocó en un sector y
directamente dijo “mi amor”. Luego de unos segundos: “Sí me ha ido bastante
bien”. Otros segundos: “me encargaron fundamentalmente calzados de moda y, vos
sabés, siempre me piden de los económicos”. Otros segundos: “panchitas, ojotas,
sandalias”. Luego: “sí, las zapaterías de siempre”. Unos segundos más
escuchando lo que le decía su amor: “no, no voy a comer, no hago
tiempo”. Inmediatamente después, posiblemente interrumpiendo a su interlocutor
o interlocutora: “ahora no puedo hablar de eso, estoy con un cliente…”. “Sí,
sí, en la noche, mientras cenamos”.
—Le he prometido a mi esposa un viaje a Varadero, ya estuvimos allí hace
unos años... —Lo interrumpí: una furia interior me recorría.
—No puedo creerlo. ¡Ni su esposa
sabe a qué se dedica! ¡Le miente descaradamente! —tomé aire para tratar de tranquilizarme—. Le
dice que es vendedor de zapatos. Usted es un… —Me cortó con un shif acompañado
de un dedo cruzado en la boca, cuando
estaba a punto de decirle psicópata, o algo similar. Se apresuró a decir:
Absténgase de los calificativos
—dijo con tono severo. Luego suspiró y más calmadamente agregó—: Vamos a
trabajar juntos un buen tiempo. Todo el tiempo que demande mi misión, ¿sí? No
me agradaría hacerlo en medio de un clima de hostilidad.
—Pero ni su esposa sabe cuál es su trabajo.
—Analice la situación o, mejor dicho, mis palabras: primero yo recibí una
llamada de alguien a quien le respondí de inmediato diciéndole “mi amor”, ¿sí?
Le hablé, a esa persona, de mis las ventas que hice hoy, ¿me sigue?… —Esta vez
lo interrumpí yo.
—¡Las ventas que hizo! No me haga reír, por favor.
—Sí —con tono severo y acercándose nuevamente hacia mí—, las ventas que
hice. Mire —me dijo mientras extraía otra libreta de su bolsillo, bastante más
grande que la otra—. Acá está, mire —la libreta estaba señalizada
alfabéticamente. Abrió en la “J”. Pude ver el nombre de una conocida zapatería,
una lista, una raya divisoria, la fecha de ese día y, luego, cuatro ítems (el
primero tachado con un trazo horizontal y recto, como si hubiera utilizado una
regla), señalados con gruesos puntos hechos con birome negra, y a continuación
de cada punto el nombre de diferentes tipos de calzados y, al costado, un
número que indicaba la cantidad solicitada. Luego abrió en la “H” y pude ver
algo similar a lo de la jota (lo único que cambiaba era que había tres o cuatro
ítems más).
—Bien, bien…—Otra interrupción.
—Le decía que usted escuchó lo que escuchó. Luego corté y le comenté lo del
viaje que tenemos pensado con mi esposa. ¿Quién le dijo que hablé con mi
esposa? Recibí una llamada y luego le hice ese comentario, ¿por qué ambas cosas
deberían estar relacionadas? Usted reaccionó con una lógica común, esa que impone la cultura, y: ¡No estoy haciendo otra
cosa que repetir palabras suyas! Algo así escribió en El malestar en la cultura, según Freud. Debe acostumbrarse a
razonar con la lógica paralela, esa
que menciona en ese corto, ¿ensayo? —Me
miró fijo; movió hacia arriba y hacia abajo tres veces la cabeza pidiéndome
respuesta.
—Una… amante —le dije y sonreí, porque el asunto del que hablábamos no
tenía ninguna relación con lo que me interesaba. En última instancia, nada de
su vida privada me importaba. Sin embargo, él siguió con el tema:
—Ahora dígame: ¿Quién le dijo que hablaba con una mujer? Nuevamente cae en
la lógica común, esa que tanto
maltrata en ese texto.
—Me alegra mucho de que haya leído mi libro sobre…
—No lo he leído. Recibí una síntesis, una interpretación global y el perfil
ideológico del autor. ¡Y no se le ocurra pensar que soy homosexual! —Esgrimía su dedo índice—. Y le digo algo que
jamás confieso a mis objetivos: ¡Usted está hablando con un oficial de alto
rango! —tomó aire, bajó el dedo y se reacomodó en el sillón, cruzando sus
piernas y mostrando un relajamiento repentino, como si estuviera en un
placentero y extenso parque, sentado en una reposera y disfrutando de una
bebida fresca. Con voz serena, el rostro distendido y con signos de cansancio,
aunque esgrimiendo nuevamente su índice derecho, ahora de forma casi paternal,
volvió a decirme—: usted es un elegido. Que me hayan designado a mí para esta
misión debe enorgullecerlo.
—¡Café? —Le ofrecí de muy buena manera, como diciéndole “entendí, hablaste
con tu jefe, compañero de equipo o similar”…, quizá.
—Sí. Gracias. —Con tono cansino y como diciéndome “me estás sacando canas
verdes”.
—Me iba a decir psicópata, ¿verdad? Me refiero a lo de mi esposa y la llamada;
sea sincero. Me gusta inferir las palabras o las ideas que la gente piensa y no
dice. Considero que estoy muy bien entrenado para eso. Es sólo curiosidad. Tal
vez algo de… ¿hedonismo se dice?, creo que sí. Le decía que es sólo para
corroborar qué tan intacta está mi capacidad de inferencia; sea sincero:
psicópata, ¿verdad?
—Cómo logró inferirlo, qué entrenamiento tiene para saber… —Me interrumpió,
cosa que ya parecía ser habitual en nuestro diálogo y que a mí me permitió
comprender que no había logrado revertir o achicar la distancia en la relación
de poder entre ambos: seguía llevándome al terreno que él quisiera.
—Las estadísticas, es simple, no lo piense mucho, es una simple cuestión
estadística.
—¿Estadística?
—Sí. Estadística. Creo que en su blog escribió algo… Me parece que va a
tener que actualizarse. Un nuevo viaje a Moscú no le vendría mal; claro, lo sé:
sus amigos… ya no están, pero Putin, tal vez lo conoció hace… unas décadas,
creo. Pero ni siquiera eso hace falta: observe los comportamientos de alguien,
por ejemplo de alguno de sus vecinos, por una semana, aunque en la mayoría de
los casos basta con un día. Observe lo que hacen mañana y sabrá qué harán
pasado mañana.
—Así que “estadística”… —nueva interrupción.
—Estoy apurado, se lo sintetizo: “psicópata” es el insulto “culto”, de la
clase media y el que más se está utilizando en las novelas y en ciertos ámbitos
periodísticos. Sin remitirme demasiado lejos escuché hace unos días a una
periodista de Mitre, me refiero a la radio. Con mucha soltura largó al aire que
los argentinos elegimos o votamos a
psicópatas. Que a Messi, ¡qué maravilla!, ¿no? Dijo que a Messi lo tildamos de
pecho frío porque no es un psicópata. ¿Me entiende? ¿Qué conclusión saca de eso?
—Que nos dijo psicópatas a todos.
—Fíjese en los programas de chimentos. Lo que se dicen esas mujeres es…, me
repugna. Pero no se les escapa decir esa palabra para ofenderse mutuamente.
Estadística, mi estimado, simple y pura estadística.
—¿Las hace usted o una comisión? —le pregunté sonriendo, con tono irónico y
retórico al mismo tiempo. Él también sonrió.
Luego de unos pocos —dos o tres— minutos, en los que seguramente ambos
intentábamos relajarnos, arremetí. Lo hice con buen ánimo, con actitud positiva
y con una sonrisa, como si estuviera frente a un entrevistador que tiene el fin de seleccionar personal
jerárquico para una importante compañía: serenidad y alegría, conocimientos y
tranquilidad, relajamiento y seguridad, empatía y observancia, trato ameno y
respetuoso, sonrisa y seriedad…
—Si le parece bien, continuamos con lo del Fiscal, pero antes quiero
agradecerle —sonrisa— que esté aquí. Comprendo que sus ocupaciones deben ser
muchas; por eso, no tengo dudas de lo que me dijo: que usted esté aquí es un
orgullo para mí.
—Deje de adularme. Si algo no soporto es a los aduladores. Además no es una
característica de su personalidad. Está actuando. De todas maneras estoy
dispuesto a avanzar. Tenga en claro que cada vez que lo visite tendré un
paquete limitado de información. Vamos analizando las cosas teniendo en cuenta
el rumbo que toman los medios de comunicación. Pero tengo algo para dejarle: le
dije que no fue homicidio, tampoco suicidio y mucho menos ese invento de los
medios: inducción, dicen algunos; instigación, dicen otros; y yo le dije que es
una estupidez inventada por sujetos sádicos y morbosos. Usted lo sabe bien:
pululan en los medios de comunicación, especialmente en la televisión y en la
radio. Tengo una ficha de los principales: si se las mostrara se daría cuenta
que esas fichitas no dicen nada que no pueda saber usted o su vecino. Pero en
su caso, que es un escritor y periodista honesto y su pasado…, según me
informaron, le causaría gracia. Si fuera dibujante podría reemplazar con una
caricatura el texto de cada una de las fichitas. Pero como es escritor,
entiendo que esa categoría, en su caso, encierra la redacción de guiones para
cine y teatro…; seguramente escribiría una comedia. Por eso le hablo lo de las
fichas; le aclaro: no es un trabajo que me hayan encomendado; de eso se ocupa
otra comisión; yo lo hago por hobie. Estimo que en algún momento se las
mostraré, o quizás se las regale. Ya sabe lo que son… Sólo pueden servir para
una ficción. Pero usted no quiere hablar de esto. Debe estar ansioso por
escuchar algo más del Fiscal. Todos saben que estuvo en Holanda, y también en
Madrid. Reconstruimos sus pasos. Su hija nos ayudó bastante..., indirectamente.
Es clave lo que hizo mientras estaba en el aeropuerto Barajas. La inmensidad de
la estructura metálica ya comenzaba a quedarle chica. Sintió la necesidad de
usar una computadora que no fuera la de él. Todos sabemos que llevaba su
notebook, entonces. ¿por qué usar otra?
Pudimos dar, fácilmente, más de lo que el Fiscal podría haber imaginado,
con la computadora que utilizó. Revisamos el disco duro, buscando lo que hizo
en ese momento y pedimos información confidencial a Google. El horario de
ingreso al local estaba en las cámaras de seguridad; todo nos fue muy fácil,
más de lo previsto. Usted pensará que buscó jurisprudencia, leyes europeas,
antecedentes de juicios a mandatarios o comunicarse con alguien sin ser
detectado por…, quién sabe por quién. No: sus consultas estuvieron todas
relacionadas con el cráneo y el cerebro. Consultó: espesor del cráneo, anatomía
del cerebro, huesos del cráneo; insistentemente buscó el espesor de los huesos
temporales y parietales…, hizo veintisiete búsquedas. Mientras viajaba,
posiblemente tomó la decisión: sería en el parietal, por el grosor. Además si
inclinaba el arma levemente hacia arriba lo más probable es que el disparo no
rosara ninguna parte del cerebro. Creo que con lo que le he contado ya tiene
para inferir lo fundamental. Además falta que hablemos de la ex esposa del
Fiscal, allí hay mucho por decir…, También sabemos lo que hablaron ese día. Le
anticipo una sola cosa: cuando la llamen a declarar va a mentir—. Me tengo que
ir —dijo, mientras consultaba su celular. Se paró intempestivamente, como
alguien que se siente ofendido y le nace la necesidad imperiosa de alejarse del
ofensor; o, quizá, debido al mensaje que leía en el teléfono.
Él se mostraba apurado por salir y yo sentía que me había ofendido en más
de una oportunidad, que me había analizado insistentemente, con esos ojitos
verdes e inquisidores, y que se había entrometido en mi departamento. Por eso,
antes de cerrar la puerta de salida, cuando se había alejado de mí unos pasos y
se acercaba a la puerta del ascensor, le dije:
—Ah, una cosa —se dio vuelta para mirarme, mientras consultaba su reloj de
pulsera—. La palabra que le iba a decir no era “psicópata”.
—¿No?, cual era?
—Cínico, le iba a decir “cínico”—le dije teniendo además una certeza: se
sentiría más motivado aún para regresar.
La cuarta hipótesis
Cuarta entrega
Sonó el celular. Antes de contestar miré la pantalla: no decía “privado” ni
“desconocido”; tampoco me indicaba que fuera un contacto que yo reconociera. En
la pantalla pude leer: “Llamando” y, abajo, “Dios”. No sólo podían intervenir
mis líneas… ¡También podían hackear
mi teléfono! Luego me di cuenta que no era para tanto, lo más probable era que
Daniel se hubiera incluido en el directorio de mi teléfono, con ese “Dios”,
alguna de las veces que fui al baño. Es muy posible: me encontraba en una
situación similar a la joven que conoció Milan Kundera, en 1972, según relata
en el texto del que hablé inicialmente y que, mientras le cuenta que había sido
interrogada por la policía de Praga acerca de él, va tantas veces al baño que
el “ruido del agua que llenaba la cisterna”, había sido constante durante todo
el tiempo que estuvieron hablando. Aunque lo más probable, es que podría haber
tomado mi celular en alguno de los momentos en los que yo me abocaba a preparar
café. Esto parece irrelevante, pero no; no lo es por los siguientes motivos. Si
hubiera modificado mi teléfono, que permaneció siempre sobre la mesa de la
cocina—comedor y living (ambientes, como dije antes, integrados), y no sobre la
mesita ratonera, cercana a los sillones, yo podría haberlo visto, gracias a la
visión lateral o periférica que puede alcanzar un ángulo de hasta ciento
ochenta grados; y no me extrañaría que él hubiese sido entrenado para
utilizarla al máximo, mientras que yo estaba “desactualizado” y bastante
desprevenido. Por otro lado, mi trato, de larga data, con este tipo de
personas, me indicaba que padecían de dos problemas que debían, según el
entrenamiento, evitar. Es más acertado hablar de dos adicciones: necesidad de
adrenalina y, como consecuencia, necesidad de actos osados; debían, pero no siempre podían evitarlo.
Y sumo un dato más: en uno de los momentos en los que estaba preparando café,
Daniel se acercó a mí. Mientras observaba, elogió la estética de la cocina.
—Muy buena elección. Los muebles negros contrastan muy bien con el fondo
blanco de los cerámicos. También me gusta esta heladera gris, está de moda. Es
bastante grande, ¿no? Podría caber un cuerpo seccionado en tres partes sin
ningún problema —sonrió y me dio dos golpecitos en el hombro derecho. Daniel
estaba a mis espaldas.
—Este departamento no es mío. Asique los elogios de la elección del
mobiliario no me corresponden a mí.
—Ah, no, no. Este departamento no está a nombre suyo; que no es lo mismo,
desde el punto de vista fáctico, que no sea suyo. Sí lo es. —Esto último lo
dijo con cierto énfasis, indicándome así que no debía mentirle y,
fundamentalmente, que ellos lo sabían
todo.
—No tengo dudas —dije— usted pertenece a la SIP. —Sonreímos los dos—.
Ustedes lo saben todo y de manera perfecta.
—Jamás sabemos todo de alguien. Eso nos motiva a seguir investigando en
forma constante, a cambiar de hipótesis si es necesario, a no bajar la guardia,
a seguir y seguir, siendo conscientes de que no hay final; siempre hay algo más
para saber —lo dijo en forma terminante, como si estuviera leyendo un documento
de esos que se estudian en la capacitación.
Pero a lo que iba es lo relativo a la lateralidad de los ojos, la osadía y
al elogio al mobiliario de mi departamento.
—Este microondas también es bastante grande, pareciera que está previsto
para la recepción de muchas personas, para… reuniones
quizás. El gris va a tono con la heladera y la cocina, y el espejado de la
puerta. —Se detuvo frente al microondas, que daba a la altura de sus hombros, y
dijo—: Muy lindo también, pero es aconsejable
mantener la puerta entreabierta. —De inmediato la abrió a unos cuarenta
y cinco grados y colocó una taza, que sacó del escurridor, para evitar que la
puerta se abriera completamente. En ese instante me di cuenta de varias cosas:
me había dejado sin espejo retrovisor
hacia el living; Daniel tenía una vasta experiencia; su grado jerárquico era
bastante alto; la agencia a la que pertenecía también era calificada y, por
consiguiente, no provenía de la SI.
Entonces, con seguridad: el teléfono lo habá modificado mientras yo le daba
la espalda preparando café, buscando el azúcar,… De ese modo simple, y ante una
insignificancia, se habría probado él mismo y también me habría probado a mí.
Contesté la llamada de Dios:
—Estoy abajo. Tengo unos minutos solamente, ¿le gustaría que le deje unos
datos más?
—Por supuesto, suba —oprimí el botón del portero eléctrico. Opresión.
Lo esperé bajo el dintel de la puerta. Lo vi salir del ascensor, cerrar las
puertas y caminar hacia mí con una carpeta en su mano izquierda. Pasó, cerré la
puerta y mientras me dirigía al sector de la cocina le ofrecí café.
—Tiene razón: la puerta del microondas debe quedar abierta al menos unas
horas al día, lo consulté por internet —abrí el aparato y coloqué la taza, tal
como lo había hecho él el día anterior, dándole un mensaje: hoy corro el espejo, por decisión propia. También
busqué en Google “fábricas de zapatos” y “representantes autorizados”…
—interrupción.
—Deje de hablar pavadas. Tengo nueva información que debe publicar con
urgencia. —Hablaba en voz baja. Señaló hacia arriba, donde estaba la lámpara
que pendía del techo. Se dirigió a la mesa del comedor y comenzó a hojear la
carpeta que, viéndola de cerca, no era tal, sino que se trataba de un libro de
contabilidad—. No, no quiero café, ya me he tomado media docena —bajó los
decibeles de su voz, como si hablara en secreto—: Venga y présteme atención —me
dijo al oído.
A pesar de su minimizado tono, me hablaba con tono de orden, como si yo
fuera su secretario y él un empresario apurado por hacer un negocio de compra
de acciones importante y urgente. Por eso le dije con tono algo irónico, pero sonriendo:
—¿Cuándo me depositan el sueldo? Sugiérales que sea entre el uno y el cinco
de cada mes. —Sonrió y entornó la cara con rapidez; ambas cosas en cuestión de
segundos. Fue la manera que eligió para responder mi provocación. Sinceramente,
en ese momento, no me di cuenta de lo muy apurado que estaba. De lo contrario
me habría comportado como un profesional…
Me refiero a un periodista profesional.
Acaté su orden y me acerqué a él. El libro de contabilidad iba por la foja
doscientos veintidós.
—Mire. —En voz muy baja. Eran recortes de periódicos. Pude ver una
simulación computarizada que daba cuenta de la posición en que habían quedado
el cuerpo del Fiscal y el arma. Con flechas se indicaba: puerta del baño,
pistola, espejo, bañadera y sanitarios—. Se la entregamos nosotros a este. —Me
indicó con su dedo índice el nombre del periodista que figuraba debajo del
título de la nota. Analicé por unos segundos la imagen:
—No es exacta. La ubicación de la pistola…
Yo había hablado en voz muy baja, no obstante, cruzó su dedo índice sobre
sus labios y, de inmediato, con la mano ligeramente extendida, con la palma de
la mano hacia abajo, hizo tres cortos movimientos ascendentes y descendentes,
indicándome que bajara los decibeles del tono.
—Se la entregamos así, intencionalmente —mantenía su bajo tono de voz;
apenas podía oírlo. Me mostró otro recorte periodístico que en la volanta
decía: “Caso Fiscal. Avanzan las investigaciones”; en el título: “La bala entró
por la parte superior de la oreja”; en el copete: repetía el título y agregaba:
“en forma ascendente, trascendió en tribunales”. Daniel señaló el copete—: ¿Se
da cuenta por qué el Fiscal estuvo investigando por internet lo que le dije?
—se refería a lo del cráneo, huesos: dureza, espesor, etcétera; cerebro…—. Como
le dije: se disparó él, pero su intención no era matarse; aunque, le anticipo,
ya hay una quinta hipótesis que se
puede sostener con las mismas pruebas de la cuarta. —En tono alto me dijo—: No tenemos nada nuevo
por hoy. Deje su blog como está o, si lo prefiere, consulte las visitas, o
vuelva a subir textos de Fromm, de Saer, de Schopenhauer, Borges o Foucault,
como lo hizo en publicaciones anteriores. —Con la mano me indicó que lo
siguiera. Nos ubicamos, de pie, como estábamos antes, pero ahora ante el
desayunador—. Acá, mejor acá —dijo mientras miraba hacia la parte central del
techo, donde estaba la lámpara y, debajo de ella, la mesa principal. Era como
si con su vista tomara medidas de alcance. No obstante continuó hablando en secreto. De pronto se dirigió hacia
la zona de la mesa y dijo con naturalidad—: Está bien, le acepto un café. —Me
indicó que me acercara a él y me hizo unas señas que no comprendí de inmediato:
Yo permanecía algo estupefacto, pero al fin me di cuenta y le respondí:
—Se lo preparo —dije en voz más alta de lo habitual. Daniel hizo una mueca,
acercó su boca a mi oído y me dijo—: No son estúpidos; hable con más
naturalidad. —Pretendiendo remediar la situación agregué—: Nunca está de más un
rico café.
Regresamos nuevamente al desayunador. Abrió una vez más su libro contable.
Advertí que la foto no estaba pegada. Dio vuelta la página: un papel suelto me
daba indicaciones de lo que verdaderamente debía hacer o él (o ellos) quería
que hiciera. Leí la primera frase: “Ha comenzado una operación de la Secretaría
de Contrainteligencia de la SI, en relación a lo publicado en su blog”. El
papel, luego me indicaba que tenía que crear un nuevo blog o si estaba dentro
de mis posibilidades “cree una página web”. En mi blog actual o en el nuevo
debía publicar “un resumen de lo principal, dejando de lado el perfil
literario”, a modo de anticipo de lo que el lector encontraría a medida que
avanzara. Además, en esos anticipos no debía obviar “lo de la pistola 22 y no
una 9”; la hipótesis del homicidio y el “absurdo” pedido del Fiscal de una
pistola 22, para defenderse de personas que vendrían fuertemente armadas; lo
del suicidio: “disparo en el parietal” y no, como sería lógico con un arma de
tan bajo calibre, a través de la boca. Por último el papel me indicaba que debía
ratificar, en esa síntesis lo publicado anteriormente, referido a las
hipótesis. Estaba copiado con exactitud lo que, al respecto, había escrito en
mi blog: “que
no había sido suicidio, que no había homicidio, que lo de suicidio inducido era
una pavada de los medios”.
Daniel continuó con su tono… confidencial:
—¿Lo memorizó?
—Por supuesto —le respondí. Él cerró el libro y nos dirigimos hacia los
sillones.
—¿Así está bien o está muy cargado? —le pregunté. Ambos estábamos sentados.
Yo había cruzado mis brazos y mis piernas; él había volcado su cuerpo hacia un
costado; con su brazo en “v”, sobre el apoyabrazos del sillón, sostenía con una
mano su cabeza y, por supuesto no había ningún café servido. Continué con la
simulación—: Es lamentable que no tenga nada para decirme. Espero que las cosas
cambien pronto para que pueda darle un final a esto.
—Seguramente volveré a visitarlo. Lo que no creo que pueda hacer usted es
darle un final a esta tragedia. Esto no terminará nunca. Bueno, muy rico el
café, muy cómodos los sillones, pero lamentablemente me tengo que ir. —Dijo
eso, se puso de pie, marcialmente, como si estuviera por pasar delante de él
alguien de altísimo rango y se dirigió a la puerta. Nos despedimos con
formalidades y mutuas sonrisas.
Por mi parte, me daba cuenta que comenzaba una nueva historia, que, tal
vez, estaba trabajando para… ¡quién sabe para quién!
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Quinta entrega (Algo postergada, debido a que dediqué demasiado tiempo a
averiguar quién o quiénes habían intervenido
mi computadora)
—Nos vemos mañana —dio un par de pasos. Con la puerta entreabierta lo
miraba alejarse. De pronto giró 360 grados sobre sus pies, casi saltando, y me
dijo—: O esta noche. ¿Qué le parece si lo paso a buscar y salimos a cenar? Eso
sí: de trabajo nada, ni una palabra. Se trata de una simple cuestión…
recreativa, aunque… invita la casa
—dijo sonriente—. O si lo prefiere la fábrica de zapatos. —Volvió a sonreír—.
De paso deja descansar a los delivery. Y usted le da tregua a su estómago, que debe estar
bastante saturado de pizza con anchoas.
Habíamos tomado varios cafés:
—La ex esposa sí sabía lo que iba hacer, por eso las chicas hablan de algo
raro, a través del chat, ése que está de moda entre los chicos. —Me aseguró eso
como si tuviera una grabación de la conversación del Fiscal con su ex, en el
aeropuerto Barajas—. Por eso discuten. Recuerde lo que le dije hace unos días:
el Fiscal y su ex se encuentran en Barajas. El tiempo que la hija está sola no
se corresponde con la diferencia horaria de los vuelos. Esa información es
falsa. Basta con cruzar los horarios de los vuelos de Barcelona a Madrid y de
Madrid a Buenos Aires para constatar que la ex parejita estuvo frente a frente.
Es más: ella no estaba de acuerdo con la acusación que iba a emprender el
Fiscal. Claramente le dijo que comprometía a sus hijas; pero lo que más le
molestó al Fiscal fue que su ex esposa no confiara en él y que le dijera que
iba hacer un papelón que le costaría su prestigio, claro: muy poco, imagine:
diez años al frente de una investigación judicial sin haber avanzado ni un
poquito. Y se trata de la investigación más importante de la historia judicial
argentina. Pero lo que más le preocupaba a la ex esposa era que ese papelón
afectaría a sus hijas y a ella misma. Recuerde que ella es jueza y que su
actividad en ese cargo es bastante oscura y todos saben de sus contactos… —Lo
interrumpí, pues me había propuesto, seriamente, dos cosas: no permitirle que
tuviera siempre la iniciativa, o, al menos, trazar alguna línea que me
permitiera regular esa forma intempestiva que había utilizado en los encuentros
anteriores. Me proponía, de alguna manera, que no tenía muy en claro, dejarlo
hablar cuando estuviera aportándome algo nuevo y, la segunda cosa, no dejar que me entregara
información ya conocida, como lo de la ex mujer del Fiscal. O, al menos
conocida en ciertos círculos. Entonces, le pregunté:
—¿Cómo se llama la operación?
—No sé a qué se refiere.
—A la operación de contrainteligencia que usted mencionó… —Me interrumpió;
y me di cuenta, no tanto por la interrupción como por su cara, que había
adivinado mi intención de tomar la iniciativa. Me autocritiqué internamente: mi
interrupción a su perorata había sido burda.
—Ah, lo había olvidado, mejor dicho no sé de qué me habla —me dijo con
ironía y, con la palma hacia adelante y luego con el dedo cruzado en la boca,
me indicó que me callara. De inmediato señaló hacia el techo, indicándome, como
lo había hecho antes, la instalación de un micrófono.
—¿Lo había olvidado? ¡Lo había olvidado!, me da risa. Hace unas horas llegó
aquí con una especie de paranoia, con un libro de contabilidad y con
indicaciones escritas de lo que debía hacer y publicar. Lo revisé todo, no hay
ningún micrófono, nadie nos estuvo ni nos está escuchando, deje de actuar…,
pensándolo bien…, alguien que trabaja en inteligencia al servicio de los
poderosos, de los magnates, de ciertos políticos…, del capitalismo más rancio,
¿puede dejar de actuar en algún momento? Sí, claro, pensándolo bien usted… ni
usted sabe quién es, o por lo menos debe confundirse con bastante frecuencia:
por momentos, sí sí, estoy seguro, en muchos momentos no debe saber si el que
está en un cumpleaños familiar es usted con su yo sincero, disfrutando de la
fiesta; o si es el agente que está analizando cada comportamiento, hasta el de
un sobrino de diez años cuando va a soplar las velas. Le debe ocurrir lo que me
sucedía a mí hace muchos años… —no me dejó continuar.
—Hablando de muchos años, podríamos charlar un rato sobre sus viajes a
Moscú. Dos veces, ¿no? ¿O fueron más? Aventuro…, me gustan las hipótesis,
aventuro lo siguiente: dos veces con su pasaporte original; la primera: un
viaje de estudios, usted se destaca,
entonces viene el segundo viaje: capacitación,
¿no? ¿Cuántas veces más con pasaporte falso? ¿De qué vivió entre los años…? —No
lo dejé hablar. No estaba dispuesto a que fuera él quien interrogara.
—¿Y la pantomima del micrófono aquí? —Señalé hacia el techo.
—Mire, me alegra mucho que haya revisado su departamento y que podamos
hablar tranquilamente. Espero que lo haya hecho bien.
—A usted se lo ve muy relajado. Además, comenzó a hablar desde un principio
como si supiera que no hay ningún micrófono. No recuerdo haberle dicho que
revisé cada rincón de mi departamento, ¿me entiende, Daniel?
—Por supuesto, estoy relajado, hablo con libertad y cómodamente —deslizó su
culo hacia adelante, ubicándolo en la punta del sillón; inclinó su cuerpo hacia
mí, esgrimió, una vez más, su dedo índice apuntándome—. Cree que hace falta que
me lo diga. No tengo ninguna duda de que revisó hasta el baño. Vamos, hombre,
somos adultos… Creo que deberíamos hablar de Moscú, de la embajada…
—¡No!, yo no lo creo. Yo creo que debemos hablar de la operación de
contrainteligencia, empecemos por su nombre. Lo sabemos muy bien, cuando se
inicia una operación no se trata de una investigación. Es una operación, es un
accionar en contra o a favor de algún objetivo y siempre a algún estúpido jefe
se le ocurre ponerle algún estúpido nombre, como por ejemplo Negro el 29,
además en estos casos siempre se involucra más personal del que se destina para
una simple investigación. Y también quiero saber para quién trabajo. Si se
trata de la Secretaría, también quiero que me diga a qué sector pertenece; es
decir, yo —golpeé con la palma de la mano dos veces mi pecho—, trabajo para el
sector pro yankee. De los dos mil agentes el setenta por ciento o más responden
a esta línea…
—Entiendo, a Moscú le preocuparía; sólo que la Unión Soviética… ya no
existe… —No lo dejé seguir hablando.
—¡No me interrumpa! Disculpe si estoy algo alterado pero hacía mucho tiempo
que…
—Lo entiendo, lo entiendo, relájese. Como le dije lo hemos contactado a
usted porque confiamos plenamente. Sabemos que ya hace mucho tiempo que no… participa. —Lo dijo con una voz que por
primera vez me pareció humana y auténtica—. Todo el mundo conoce esos
porcentajes: un setenta con Estados Unidos, dentro del cual un ochenta está
vinculado al narcotráfico. Un veinte por ciento pros árabes, incluidos el
sector pro persa, y el resto se divide entre técnicos abúlicos y un pequeño
sector identificado con la democracia, el ministerio y con el proyecto.
—¿Pequeño? Yo diría pequeñísimo, prácticamente insignificante. Y con la
democracia y el proyecto, humm, no creo que lleguen a diez; sí, no más de diez;
tal vez veinte agentes, siendo optimista; y tal vez dos o tres —me interrumpí.
Pensé que podría darle antigua información que hoy podría estar vigente.
—¿De izquierda? Eso me iba a decir, ¿verdad? Es posible. Dos o tres es
posible y también es insignificante.
—Aún no me dice para quién… ¿trabajamos?
—Tranquilícese. No vengo de allí, estuve un tiempo en la Secretaría, se lo confieso, sí claro que
estuve, pero cumpliendo una misión.
Vengo de más arriba, ya se lo dije y se lo repito: no me haga decírselo, creo
que si me cree que no tengo ninguna relación con la Secretaría, podrá
inferirlo. Sólo créame que no vengo de
esa cosa, porque no es más que eso:
una cosa amorfa.
—De más arriba —dije más para mí, más que para él. Con la cabeza entre las
manos y la vista en el piso, me quedé pensando. Ambos hicimos silencio unos pocos
minutos. Él esperaba, seguramente, alguna pregunta o una afirmación que con
tres letras definiera ese lugar de más arriba. Pero no le di el gusto. Me lo
negaría antes que concluyera con mi inferencia.
Pero me tranquilicé. O, mejor dicho, terminé con mi actuación de
intranquilidad. Y estaba seguro que si mi enojo no lo había actuado, al menos
lo había sobreactuado, y el resultado había sido exitoso.
—Creo que ya lo sabe. Puede decidir seguir o no. Nadie lo va a obligar, por
supuesto: este contacto, estas charlas, lo que usted publicó, etcétera,
etcétera, es pura ficción.
—Podría recurrir a los medios, como protección, por supuesto.
—¿Qué les diría? Que un sujeto así y asá, bla, bla, bla, le reveló
información clasificada. Que gracias a eso sabe cómo fue lo del Fiscal, y esto
y lo otro —meneaba la cabeza hacia un lado y otro—, lo tomarían por un loco,
aunque si tuviera un poquito de suerte lo acusarían de ser un escritor mediocre
y desconocido con ganas de recorrer canales de televisión para vender unos libros
más…
No me sentía ofendido en lo más mínimo en cuanto a la tipificación de
escritor en la que Daniel me incluía. Sin embargo un pequeño resto de orgullo
me llevó a responderle:
—Mis libros están agotados —dije y de inmediato me sentí un estúpido.
—Bien, pero llevaría su ficción y nadie pensaría que no es otra cosa más
que ficción, y, como le decía, con un poco de suerte, algún editor lo llamaría
para hacer otra, ¿tirada se dice?, sí, otra tirada…
—Se dice “otra e–di–ción”… —le dije con tono de insinuación ofensiva, de
modo tal que Daniel interpretara la palabra que faltaba, como por ejemplo:
“burro”, “ignorante” o algo por el estilo.
—Usted fue joven, ¿ya no lo recuerda?, ¿le dice algo Moscú?, ¿le dice algo
Embajada o calle Agüero?, ¿en qué piensa si le digo 1979 y 1989? —lanzó a modo
de misil, 1.962—. ¿Cuántos informes elaboró?
—¿Y si entrego a los medios la filmación? —señalé hacia arriba y en
dirección a la biblioteca.
Sexta entrega
(borrador)
Fuimos a cenar a un parador, en la ruta siete, bastante alejado de la
ciudad, pero discreto.
—El mejor jamón crudo lo encuentra acá —me dijo Daniel, mientras
esperábamos que la moza nos trajera la entrada, para luego pasar a la
parrillada—. Y la mejor parrillada y el mejor parrillero —miró hacia el sector
de la cocina donde un hombre obeso y de barba descuidada acomodaba brasas
debajo de la parrilla. Como si tuvieran una conexión interna, el parrillero
terminó de esparcir las brasas y miró hacia la mesa donde estábamos. Se
saludaron con las manos en alto.
Luego, teorizamos:
—Usted sabe lo de las hipótesis. El entrenamiento y el protocolo es claro:
se piensan, no se escriben, pero se piensan tantas hipótesis como se le
ocurran. Se seleccionan tres, sólo deben quedar tres en su mente. Se las ordena
según usted crea las posibilidades. De la más posible a la menos posible. Toma
la primera y la deshace en su cabeza en la menor cantidad de ideas posibles.
Toma lo más probable o irrefutable. Reconstruye la hipótesis a partir de esa
premisa. Hasta aquí nada nuevo: simple método cartesiano. Luego elabora una
contra–hipótesis. Procede de igual modo. Si no obtiene pistas para comenzar o
continuar con una investigación, toma la segunda hipótesis y vuelve al
principio. Si agota las tres posibilidades sin resultados positivos, sin poder
elaborar una hipótesis que deberá probar, ya sabe, debe enviar el caso a
análisis de comisión. Si su presunción es sólida basta con comentarla a su jefe
los pasos que va a dar para comprobarla.
—¿Le gusta la filosofía?, parece que sí. Aunque seguramente lo más difícil
debe ser dar con el jefe, con el verdadero jefe. Ése que ordena que lo vigilen
también a usted.
—Es posible, es posible. En realidad la Lógica, me gusta la Lógica. Todo es
pura lógica. Es suficiente que usted recurra a la información pública para que
con un buen análisis lógico pueda entrever todo lo sucedido en un caso
determinado.
—¿Es el caso de lo del Fiscal?
—Dijimos que de trabajo nada.
—Usted lo dijo, yo no. Además, pienso que usted siempre está trabajando.
—Se equivoca. Se equivoca y mucho. Deje de pensar como personaje
televisivo. O como los de ese libro de espías…, donde un ex combatiente…
—Hay que gente escribe cualquier cosa. Los llamo escribas
—Sí…, o no; no lo sé, pero ese libro ya va por la tercera…
—Edición, le aclaré
—Eso, edición. Disculpe que sea tan burdo.
—No es para tanto. Tirada se aplica a los diarios y revistas. No tiene por
qué saber la diferencia.
—Por supuesto, ahora que lo recuerdo usted se especializó en análisis de
medios de comunicación. Se enteró, ¿no?
—¿Lo de la presidenta? El rechazo del juez a la imputación por
encubrimiento. Por supuesto. Es noticia en todos los medios.
—Como le dije, la denuncia del Fiscal no duraba en pie ni un mes. Sin
embargo su muerte es otra cosa. La gente tiene la propensión a creer en las
conspiraciones. En achacarle al poder todo aquello que no sea claro. Más ahora
con las redes sociales y la ayuda de la mayoría de los medios. Los medios hegemónicos, dirían sus actuales amigos.
—No tengo amigos en los medios. Aunque, ¿la verdad?, pensándolo bien,
quienes fueron mis amigos están, sí es correcto llamarlos hegemónicos, están
allí.
—¿Y esa es la causa por la que fueron sus amigos y ya no lo son?, porque
están en los medios… hegemónicos,
esta última palabra, por segunda vez, Daniel, la acentuó de modo tal que
parecía no estar de acuerdo con esa caracterización o, simplemente, asumiendo
un vocabulario impuesto, ¿impuesto por quién?, me pregunté interiormente.
—No. De ninguna manera. Es un simple alejamiento, debido a que hace muchos
años no compartimos oficinas ni tareas. Era verdaderamente apasionante cuando
dábamos cierre a la redacción y nos reuníamos para discutir la tapa. En esos
tiempos éramos más honestos y democráticos. La tapa la decidíamos en función de
dos o tres variables: la importancia que le
asignábamos a la noticia, nosotros, sin línea desde arriba, también
teníamos en cuenta la trascendencia de la noticia en la televisión y, por
supuesto, todo subordinado al negocio. Teníamos muy claro que debíamos vender
ejemplares, la mayor cantidad posible.
—¿Está seguro que eran más honestos? Pienso que ahora sus colegas son más
honestos. Asumen una posición y la defienden.
—Pero esa posición no la eligen ellos. Viene de lo que llamamos la línea
editorial. Es cierto que tienen la opción de irse, pero de algo hay que vivir;
en cierto modo los entiendo. Aunque algunos, particularmente los que están en
televisión, tienen otra opción, como… por decirle algo, los que hablan de lo
permitido y se identifican con ese… relato, como se dice ahora, pero callan
aquello que piensan y no está en el relato oficial de la línea editorial.
—Relato oficial de la línea editorial…
Nosotros le damos otro nombre: operación mediática, para desprestigiar o
prestigiar a alguien, para entrometer sospechas en la población, para generar
ciertas sensaciones, como por ejemplo de inseguridad, ya sea económica o
personal, o de los bienes.
Y también lanzamos confesiones rápidas, superficiales y típicas de dos
amigos, que no son muy amigos, pero
se juntan a comer un asado y dicen lo que deberían decirle a un psicólogo.
—Yo trabajo en negro. Y a ellos les interesa porque pueden manejar a
discreción el presupuesto. Hizo bien en cambiarse de habitación. No será muy
buena la vista que tiene ahora, de techos y terrazas, pero es más segura. Los
de la Secretaría que están allí, frente a su departamento se quedaron sin
trabajo. Pero tenga cuidado. Nunca se sabe lo que esos desordenados hacen entre misión y
misión. Son un verdadero peligro público—. Lanzó una carcajada contenida en la
que pude entrever algo psicótico en su personalidad.
—Es de suponer que también lo vieron entrar al edificio a usted. Sigue
insistiendo en que usted no tiene nada que ver con esos… desordenados.
Desordenados y peligrosos, diría yo
—No hay dudas: el desorden los hace más peligrosos. Siempre están a la
espera de que les surja algún negocito. No tienen principios. Generalmente esos
negocios los hacen con la información residual que les queda luego de alguna
misión.
—No me ha respondido. Qué información han recibido de sus ingresos al
edificio. ¿Que viene de arriba y que
no lo tienen que molestar?
—No, no. Ellos lo tienen muy claro. Soy un vendedor de zapatos que visita a
su madre anciana, que vive en el mismo piso que usted, pero en uno de los
departamentos que dan al oeste. Eso les hicimos llegar. Está en el directorio
del edificio: es la Señora Alicia Zanetti.
—Ah, sí, sí, conozco a esa señora, es muy buena persona. Siempre la tengo
en cuenta, mantengo una buena relación y su departamento está pegado a la
escalera de servicio. Es decir: ¿hay otro de ustedes que está con ellos, con
los de la Secretaría? De lo contrario no tendría esa información; usted no
podría hacerles llegar esas mentiras…
—También podría ser que verdaderamente sea mi madre. Es tan dulce la
viejita… Y tiene bastante sintonía con usted. Además es bastante colaboradora.
Fíjese que cuando le dije que era su hermano y que había ido a visitarlo dos
veces sin encontrarlo… ¡estoy tan
preocupado!, le dije algo conmovido.
De inmediato me dio su teléfono celular. Me aclaró que usted le había pedido
que no se lo diera a nadie, pero como
usted es su hermano no creo que se moleste, me dijo. ¡Está tan solo ese muchacho!, me aseguró, y casi nos ponemos a
llorar los dos. En cuanto a los desordenados, siempre los acompañamos. Es la
única manera de evitar que los desastres que hacen no lleguen lejos. Les
remediamos más de un embrollo y ni siquiera saben cómo. Se creen tipos con
suerte. Reconozco que el hecho de que siempre tengan una solución a los
problemas en que se meten los alienta a seguir metiéndose. Pero así son las
cosas, qué le vamos a hacer.
—Pero, cómo, ¿a mí sí me ven a través de las ventanas y a usted no? Ellos creen
que usted es el hijo de doña Alicia, pero entra a mi departamento. Dije y
recordé de inmediato lo que me había pedido a partir de la segunda visita, a
través del portero eléctrico: “cierre bien todas las cortinas” Demoré
fracciones de segundo. No había concluido con la formulación de la estúpida
pregunta, cuando el recuerdo y la respuesta llegaron juntos a mi mente.
—Ya tiene la respuesta, ¿verdad? —Adivinó Daniel. Y como si estuviera
dentro de mi léxico, dentro de mis pensamientos, dentro de mi propio cerebro,
agregó—: No lo adiviné, lo deduje. Su cara otorga bastante información, lo que
pasa… —Lo interrumpí, para demostrarle que yo también podía hacer deducciones
de lo que él pensaba o estaba por decir.
—Sí, tiene razón en lo que está pensando. He perdido entrenamiento.
—Bien, ¡muy bien! Aunque era demasiado obvio que iba a decirle eso.
Una derrota más, pensé.
—No se sienta derrotado me dijo de inmediato y me sentí más que derrotado,
y también humillado. Por eso decidí pasar al frente:
—Estuve revisando los representantes de las fábricas de zapatos que pude
ver en su libreta, autorizados en esta zona. Son dieciséis. Catorce figuran en
la guía telefónica. Cuatro de ellos en las páginas amarillas. No hay ningún
Daniel, pero esos dos que no están en la guía… Uno se llama Roberto, Roberto
Fernández. Deduzco que ese Roberto debe tener ascendencia española. El otro
tiene un nombre y un apellido que me recuerda el norte de Italia… Usted, usted
—acerqué mi cara a la de él y batí suavemente mi dedo índice derecho— tiene
rasgos de italiano del norte…
—Qué le hace pensar que ante la fábrica me presenté con mis documentos
verdaderos.
—De todas maneras no figuraría en la guía telefónica.
—Es más precario, me refiero a sus pensamientos, son más precarios de lo que
pensé. ¡Hombre! ¿Qué le pasa? Se ha olvidado de cuestiones elementales. Siempre
debe elegir la tercera o cuarta posibilidad. Por ejemplo: supongamos que usted tiene sed. Se
dirige a un kiosco para comprar algo fresco. La primera opción que surge en su
cabeza es Coca Cola, la debe desechar, la segunda es sevenap, también la
desecha, la tercera es Fanta. Bien, entonces debe elegir una bebida de pomelo.
Es un ejemplo tonto, pero se utiliza bastante en las capacitaciones. Lo debe
recordar todo está inducido. Las posibilidades flotan libremente, al menos en
apariencia, una apariencia que no es advertida por el ciudadano común. Allí
están las posibilidades, en la atmósfera podríamos decir, pero siempre en el
marco de la moral, de cierta disciplina y fundamentalmente del consumismo sin
cargo de conciencia, porque usted, yo, cualquier ciudadano sabe que están las
asociaciones de defensa del consumidor, las organizaciones ecologistas,
etcétera, etcétera, que cuidan que su consumo esté protegido de desastres ecológicos.
Por eso, gracias a esas organizaciones, las compañías pueden seguir destruyendo
la naturaleza y usted, como le dije, consumiendo libremente y sin molestias en
su conciencia. Todo está regulado, inducido. El ejemplo de los colores es otra
buena enseñanza de la capacitación de la… ¿escuela?
—Creo que ahora le llaman universidad —le dije mientras pensaba que le
habían ordenado capacitarme, claro…
indirectamente. Y que esa era la acusa de despliegue de conocimientos. Me
miraba fijamente.
—Es voluntario —me dijo en forma inesperada.
—¿Es voluntario?
—Me refiero a esta actualización que le estoy brindando. Voluntario, por
decisión propia, es un acto voluntario de mi parte y gratis —sonrió y yo
también lo hice. Era más capaz de lo muy capaz que pensaba que era. Y mi
certeza se confirmaba más aún: no pertenecía a la Secretaría y era un verdadero cuadro de Inteligencia. Tal vez, formaba parte hasta del directorio de la
agencia de la que provenía, pensé. A renglón seguido creí que habría deducido
mi pensamiento y que, por consiguiente sus próximas palabras serían sí, estoy en el directorio, sin embargo
sólo sonrió—. Y lo de los colores, ¿lo estudió? Es bastante conocido. Por
ejemplo, yo le pido a usted, volvamos a la idea del ciudadano común, le pido
que luego de que yo mencione un color usted diga de inmediato otro color, el
primero que surja en su cabeza. Así, yo le digo, supongamos, rojo. Existe un
sesenta por ciento de posibilidades que usted me diga azul, un veinte que elija
decirme blanco, otro veinte, verde. Una vez que usted me respondió una de esas
tres posibilidades yo podré inferir una serie de análisis que podrán
demostrarme si está mintiendo en cierto tema o ante ciertas preguntas, la
predisposición a colaborar, o si se encuentra desconcertado, o si tiene
certezas sobre el tema que me interesa investigar. Otro caso puede ser que yo
le diga… Présteme atención. Ya lo sabe, debe identificar el primer color que
surja en su mente —dijo eso me miró con sus pequeños ojos verdes, se irguió en
la silla, seguramente para quedar por sobre mi altura, en una posición
físicamente dominante y de pronto dijo—: verde —no esperó a que respondiera—.
Amarillo, pensó en el amarillo —dijo con seguridad y algo de soberbia—. Y si le digo amarillo, recuerde que no puede
repetir los colores, si le digo amarillo, existen un ochenta por ciento de posibilidades
que usted piense en el verde. Y si le repito verde, usted pensará en un color
ocre. A medida que avanzamos en el juego sus posibilidades disminuyen
inversamente proporcional a las mías para inferir su pensamiento. Algo similar
podemos hacer con la combinación de letras y números, aunque es bastante más
complicado, ya estamos hablando de una capacitación de quinto nivel; por
ejemplo si le digo A7, usted tenderá a responder B8 o C7. Aplique estos
ejemplos, estos… jueguitos, a
premisas, a enunciados de cualquier individuo y podrá anticipar sus respuestas
con un margen de error… —se quedó pensando— un margen inferior al quince por
ciento.
Lo escuché atentamente, con una sonrisa cruzada en mi boca y con cierta
admiración, pero estaba algo cansado de su monólogo y de su exhibición de
conocimientos. En realidad lo que busca
es reconocimiento, pensé. Algo o
alguien en su infancia le han hecho percibir rechazo y descalificación
intelectual. Pero lo que fuera que lo llevara a hacer esas exposiciones
intelectuales, no me conmovía ni me preocupaba. Mi único deseo, mi único
propósito, en ese momento, era sacarle información, pues deduje que si su
estado de ánimo era ese: buscar reconocimiento y hundir viejas
descalificaciones, yo me encontraba en una posición inmejorable para sacarle
información, para que siguiera con su exhibicionismo intelectual, esta vez a mi
favor.
—¿Quiénes intervinieron o, si lo prefiere hackearon mi página? ¿Ellos o ustedes?
—disparé repentinamente, pero con un tono amigable, suave.
—Ellos —dijo, haciendo referencia a
los de la SI—, pero cada cosa que sacan o modifican nosotros la restauramos y
la dejamos tal cual como usted la publicó. Están convencidos de que usted es un
gran especialista en informática.
Cuando dijo eso sentí que lo tenía servido:
—Creo que usted no tiene idea de lo que sucede en mi blog —le dije.
—La división de informática me tiene al tanto de todo.
—Le propongo que hagamos una actualización de lo del Fiscal —me dijo con la
seguridad de que ante esa propuesta yo renunciaría a seguir con la situación de
seguridad informática de mi página. Por supuesto: acepté la propuesta. La
intervención a mi blog no me interesaba, yo la tenía totalmente bajo control.
Había logrado dar con la página intrusa y desde allí con la IP, seguramente
falsa e inservible para dar con la ubicación del centro de inteligencia
informática, pero suficiente como para hacerles la vida imposible, es decir
desviar sus pesquisas cibernéticas hacia una copia de mi blog y hasta
deslizarles algunos insultos, para hacerlos sentir seguros de que estaban
operando sobre el original.
—Pensé que de trabajo nada. Algo
así me dijo.
—Sí, sí, claro —deshizo su posición relajada y mientras masticaba un trozo
de carne, se acercó a mí, se limpió la boca con suaves toques reiterados de
servilleta y dijo—: Hacía referencia a los zapatos. No tengo ganas de hablar de
las ventas ni de los cobros, ni de nada de eso. Ah —comenzó a buscar en el
bolsillo de su pantalón beige de muy buena confección—, acá está. Usted no sólo
buscó por internet a los representantes. También llamó a esta fábrica —me
mostró el nombre de la fábrica rosarina a la que efectivamente había llamado—.
Preguntó por Daniel —leía de su libreta—. Le dijeron que allí no trabajaba
ningún Daniel; repreguntó, esta vez por el representante de ese nombre. Le
volvieron a decir que no tenían ningún representante en ninguna zona con el
nombre Daniel. Ya ve, no tiene que investigarme. Me informarán de todo
movimiento suyo en esa dirección y yo, tal vez me enoje y si me enojo mucho no
me volverá a ver.
Con lo que me acababa de decir tenía dos opciones para inferir: o el
teléfono de la fábrica estaba intervenido o, y esta era la opción lógica,
utilizaban la fábrica como centro de operaciones. Sin lugar a dudas una fábrica
real sería una buena fachada para un centro de inteligencia. Y el mismo dueño
de la fábrica sería un reclutado de alta confiabilidad. Hasta, quizá, los
representantes, todos o una buena parte de ellos, pertenecerían a inteligencia (¿SIE?).
Será mejor que hablemos del Fiscal.
No tengo dudas. Usted y yo sabemos que cuando dos personas se juntan a
comer en un lugar como este, es porque son un matrimonio que viene a recordar
viejos tiempos, o son amantes o son amigos. Ninguna de las tres cosas somos
nosotros. Hablemos del Fiscal.
Hablemos, Daniel, lo escucho.
Ya lo dijimos, todos lo saben: la fiscal, la jueza, los políticos, los
juristas, el gobierno, la oposición, los periodistas, los intelectuales… Todos,
absolutamente todos, saben que el Fiscal se disparó a sí mismo. Si no lo dicen
es por conveniencia política. Todos lo saben excepto la ciudadanía, en especial
esa clase media que cree saberlo todo y que piensa estupideces como que y que Néstor Ka están vivos, o que al
ex presidente lo mató su hijo y hasta pueden creer en la existencia de un chupacabras, ¿recuerda lo de las vacas?
—Sí, por supuesto que lo recuerdo. Pero no todos creen que el Fiscal se
haya disparado o suicidado. Por ejemplo la jueza…
—La jueza no tiene la menor duda de que el Fiscal se disparó. Tenemos un
audio, diría… casi familiar, en el que se la puede escuchar. Tome —me dijo y
extrajo del bolsillo trasero un pen drive. Lo deslizó suavemente sobre la mesa,
mientras yo levantaba una servilleta, la pasaba suavemente por mi boca y al
bajarla lo tapaba. Luego me advirtió—: Es un paso más de nuestra confianza
hacia usted. Y está claro: sólo se lo entregamos para que confíe en nosotros,
en nuestra seriedad y en el papel que le asignamos a usted en todo esto. Demás
está decir que no puede publicar su contenido, al menos textualmente. Usted
sabrá cómo hacerlo. Confiamos…, confío en usted —insistió—. Ahora bien, el
escenario ha cambiado. Como le dije hace más de un mes, la denuncia contra la presidenta
y los otros no duraba en pie ni un mes. Hasta el juez más inepto hubiese
advertido la vinculación falaz entre algunas escuchas y el accionar de la
presidenta y el canciller, en lo relativo al memorándum. Pero no sólo eso:
cualquiera, sin el más mínimo conocimiento jurídico, podría haber advertido la
falta de fundamentación jurídica, como la que habitualmente se emplea para un
juicio de…, digamos…, mediana importancia. Me refiero a jurisprudencia, citas
de juristas prestigiosos, etcétera, etcétera. —Noté que siempre usaba ese
recurso: etcétera, repetido dos
veces, como si tuviera mucho para agregar, cuando, en realidad, se quedaba sin
enunciados para seguir.
—Gracias —le dije, mientras sacaba el pen drive, de debajo de la servilleta
y lo llevaba a uno de los bolsillos de mi pantalón. Me sentí, con ese gracias, nuevamente estúpido, por eso
agregué—: No será como el… micrófono
en mi departamento. Fue terminante:
—Ni como el micrófono, ni como su cámara grabando nuestros encuentros.
A partir de ese momento nada me urgía más que llegar a mi departamento y
ver o escuchar el contenido del pequeño disco extraíble. Sin embargo seguí
prestándole atención:
—Con la resolución del juez que descartó rápidamente semejante acusación,
ya tenemos un motivo para que el Fiscal se dispare, él sabía que la imputación
que pergeñó sería rechazada por ese juez y por cualquiera que tuviera una
mínima ética. Sin embargo hay nuevos elementos que ni nosotros conocíamos
—sonrió—, me refiero a esos escritos que dejó en la caja fuerte en los que dice
exactamente lo contrario a la denuncia que presentó y ¡hasta estaban firmados
por él! Esto nos abre nuevos interrogantes o nuevas hipótesis, por ejemplo,
¿quiso dejar un testimonio de que la presentación contra la presidenta no provenía,
al menos totalmente, de su voluntad? Un fiscal de oficio como lo era él,
¿presentaría semejante mamarracho? ¿Quién lo apuró a regresar de Europa y hacer
esa imputación?
—Stiuso —murmuré.
—Bien, y a quién respondía ese… desordenado.
Como verá no es un caso fácil, o al menos tan fácil como algunos lo presentan
—suspiró—; es más complicado de lo que
nosotros mismos pensamos. No tenemos dudas de que él se disparó. Sí tenemos
dudas de que haya querido matarse. La distancia del disparo, el lugar de
ingreso del proyectil, sus incursiones en la web, tratando de conocer la
estructura craneal y cerebral, nos hace pensar lo que ya le dije en el primero
o segundo encuentro: no fue homicidio, no fue suicidio aunque él se disparó.
¿Fue un intento para victimizarse? ¿Ante quién? ¿Qué diría desde la cama de un
hospital?
—Que no se siente seguro y que quiere salir del país —dije y recordé el
juego de los colores y todos los métodos de inducción que podían
utilizarse. Estaba seguro que yo conocía
más métodos de los que Daniel pudiera imaginar. Por un momento me sentí
superior a él.
—Es posible. También creemos que el escrito de la imputación, que presentó
en enero, estaba previsto para una fecha más cercana a las elecciones. Antes de
que un juez pudiera rechazarla, los hombres
y mujeres —con repentina y burlesca seriedad— ya se habrían expresado en las urnas.
—Pero alguien lo apura —le dije, en tanto mi cabeza seguía en el pen drive.
—Otra posibilidad; le doy otra posibilidad que puede llegar a ser probada
en pocos días: no fue él quien elaboró ese escrito lleno de repeticiones y sin
ningún fundamento. Fue su secretario. Y se lo anticipo: la fiscal lo va a
acusar por instigación al suicidio. Sería una buena salida para la justicia,
sin quedar demasiado mal con nuestra…
—Con nuestra querida clase media —dije y volví a recordar lo de la
inducción.
—Exacto. Y se abriría una nueva novela de espionaje barato y de
contraespionaje… más barato.
Ya había llamado al mozo para pedirle otro Bianchi malbec, mediocre, cuando
me dijo que sería conveniente publicar un resumen de las primeras entradas a mi
blog aclarándome:
—Por supuesto…, me refiero a lo del Fiscal. Olvídese de Fromm, de Foucault
y de todas esas pavadas. Ahora tiene en sus manos algo importante para decir.
Abóquese —me ordenó con autoritarismo y con el típico desprecio de la gente de armas hacia las especulaciones
filosóficas—. No se olvide de recordarle a sus lectores el estado del Fiscal en
esos días: dormía poco, aunque él creyera que era suficiente, se sentía algo
así como un súper hombre (usted lo explicó bastante bien); tal vez su estado
era patológico o, cuando menos, dormir poco alteraba su juicio.
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